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Canta, Argentina, canta

La presidenta argentina Cristina Fernández mostró lucidez y elocuencia en su discurso conmemorativo de los 29 años de recuperación de la democracia en su país. De ese período valoró especialmente los logros alcanzados desde la gestión Néstor Kirchner hasta la suya propia. La multitudinaria concentración que acompañó los actos, validó por sí sola tanto el discurso de circunstancia como el proceso político que lo sustenta. A no dudar.

La algarabía popular fue correspondida con espectáculos musicales de envergadura, a cargo de nombres eternos como Charly García, Fito Páez, Víctor Heredia y Teresa Parodi en escena. Y entonces uno se preguntaba, ¿qué cultura generó el curso de transformaciones sociales de los últimos dos lustros en Argentina?

Sería de esperar que los cambios en el hermano país tuvieran su correlato en materia de cultura; que las canciones en boga germinen desde la gente, en voz de los más jóvenes; que las figuras musicales tengan 20 ó 25 años y muevan la fibra emocional de sus congéneres; que la multitud cante sus pasiones y no sus nostalgias; que la música interpele el presente y no el pasado.

Síntoma extraño el de las revoluciones latinoamericanas contemporáneas incapaces de producir su propia representación, apelando a expresiones de otros momentos de la historia. Ni Bolivia, ni Ecuador, ni Venezuela (ni muchos otros) son ajenos a esa anomalía, que contrasta con lo que fue la joven revolución cubana y su nueva trova, por ejemplo; o con la propia Revolución Nacional de nuestro 52 y su emergente “música nacional”. Temblaban unos y otros (de pasión y de miedo respectivamente) cuando por ahí retumbaba el emblemático “Viva el Movimiento / Gloria a Villarroel…” a coro de efervescentes multitudes jóvenes. Y también vibró Latinoamérica toda al son de“si no creyera en la locura…” del primer Silvio Rodríguez, otro ejemplo. Claro, hablo de cuando la revolución cubana era joven y era revolución, y la trova era nueva.

Hoy quiero escuchar una canción que me haga sentir que estoy envejeciendo,y no quiero seguir escuchando más canciones que me hacen creer que sigo siendo joven. Cómo quisiera que los jóvenes latinoamericanos conozcan el sabor de las lágrimas por la palabra propia, por el ritmo en las entrañas, por el sonido que espeja el alma. Cómo quisiera.

No conforma una Argentina más independiente y soberana, más democrática y participativa, más justa e igualitaria, si no puede darnos una canción escrita con la sangre de esas causas, entonada en la garganta de sus protagonistas.

Lo que vemos es mal síntoma; revela un estado de hipoteca de la creatividad. ¿Qué ha estado pasando realmente en el aparato cultural productivo? ¿Por qué tanta parálisis? ¿Qué están haciendo los centros formativos? ¿Garantizando que los chicos no digan nada y se complazcan imitando? ¿En qué espacios de nuestra América reflexionamos hoy la cultura, para romper efectivamente las dependencias estructuradas en los primeros veinte años de estos veintinueve que Argentina celebra, nosotros con ella?

Ningún cambio social se consolida sin su propia representación. El Che había dicho en su momento que “la revolución no se hace con canciones, pero tampoco se puede hacer sin ellas”. Por si acaso.