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Premios vinculados

En su edición del 9 de diciembre, un diario local informó que el grupo financiero BISA, por tercer año consecutivo, fue galardonado con un premio a las mejores marcas en su rubro. Dos días después, ese mismo diario informaba que recibió, por tercer año consecutivo, un premio al periodismo. ¿Otorgado por quién? ¡Por el grupo financiero BISA! Se trata, por supuesto, de una casualidad. Pero podría llevar a confusión o engaño.

Más allá de que ambos hechos sean materia noticiosa, es evidente que no existe ninguna relación causal entre el premio obtenido por el BISA y el premio otorgado por el BISA. Es normal que una empresa financiera sea reconocida en un Ranking de Marcas hecho por otra empresa. Y debe esperarse que los medios informen sobre ello. ¿Pero qué tiene que hacer un banco —subrayo: un banco— concediendo premios a los medios de comunicación y periodistas?

Creo firmemente, aun presumiendo la buena fe del Premio BISA al periodismo y reconociendo que está avalado por estudios cuantitativos y cualitativos, que ninguna empresa privada, institución pública o poder fáctico debiera definir cada fin de año y menos premiar “lo mejor” del periodismo. Es una cuestión de principios. El riesgo no es tanto que la ciudadanía se quede con ese dictamen, sino que los propios medios y periodistas galardonados se lo crean.

El Código de Ética de la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) señala bien que “detrás de regalos e invitaciones a periodistas, generalmente hay un marcado interés en que por lo menos se divulgue la información que le interesa al interlocutor”. Este postulado es reforzado por el Código Nacional de Ética Periodística cuando establece que los propietarios, directores, editores, periodistas y trabajadores de medios “no deben recibir remuneración, obsequio o prebenda alguna de instituciones o personas públicas o privadas”.

Es cierto que hay gran diferencia entre un regalo, invitación, remuneración o prebenda y un premio más bien simbólico, pero no dejan de ser de la misma familia toda vez que provienen de una fuente de información que, además, en muchos casos, es un importante anunciante. Es evidente también, vale explicitarlo, que muy difícilmente un medio o periodista condicionará su trabajo profesional por el hecho de recibir un galardón. Pero aun a riesgo de ser fundamentalista creo que los únicos premios que debiera recibir el periodismo son los otorgados por sus pares.

El mismo principio vale para los galardones que provienen del Estado e incluso de organizaciones sociales y no gubernamentales. Algunas excepciones habrá, claro, como cuando se distingue, por ejemplo, una cobertura informativa destacable en temas municipales, ambientales, de salud; o cuando se trata de un reconocimiento institucional a toda una trayectoria. Pero la advertencia permanece intacta: ningún poder político, económico o fáctico debiera definir cuál es “el mejor” diario, radio, canal de televisión, o conductor(a), periodista, programa, cobertura…

La contracara de recibir premios —“ganar”, dice algún diario como si se tratara de un concurso— radica en la propensión de algunos medios a otorgar premios, lo cual puede resultar, lo menos, impropio. Una cosa es que, como parte de los tradicionales recuentos de fin de año, se seleccionen y declaren, por ejemplo, “personajes del año”. Pero otra distinta es organizar ceremonias para entregarles estatuillas y, esta vez desde el periodismo, proclamar “lo mejor” de la sociedad, la economía, la cultura…

La credibilidad del periodismo y de quienes de manera comprometida lo hacen posible cada día es un bien precioso. Por eso debe ser escrupulosa y hasta obsesivamente preservada. Ello se logra mediante “una práctica honesta del periodismo serio, responsable y de alta confiabilidad”, como señala con precisión el citado Código de Ética de la ANP. Esa práctica (o su ausencia) se nota. Y no depende de ningún premio para existir.