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Chávez y Diógenes

La enfermedad de Hugo Chávez ocupa el centro de atención de la política local y mundial desde hace varias semanas. Una sombra de incertidumbre se cierne sobre Venezuela y abundan las especulaciones sobre el derrotero del socialismo del siglo XXI y la continuidad del proyecto bolivariano.  La victoria del chavismo en las recientes elecciones subnacionales mitigó, en parte, esas dudas y amainó la desazón provocada por el mensaje del Mandatario venezolano que, antes de viajar a Cuba, señaló que “si algo ocurriera” sus seguidores debían votar por el vicepresidente Maduro en las elecciones. Su mensaje estuvo plagado de remembranzas históricas, frases de Simón Bolívar y alusiones a su condición de soldado: “estoy listo para enfrentar esta nueva batalla”. 

Hace varios años, las metáforas militares asociadas a las enfermedades graves, como el cáncer y el sida (“el cuerpo es un campo de batalla”), fueron analizadas por Susan Sontag: “No bien se habla de cáncer, las metáforas maestras no provienen de la economía sino del vocabulario de la guerra… Las células cancerosas invaden… colonizan zonas remotas del cuerpo… Por muy radical que sea la intervención quirúrgica, por muy vastos los reconocimientos del terreno, las remisiones son, en su mayor parte, temporarias, y el pronóstico es que la invasión tumoral continuará, o que las células dañinas se reagruparán para lanzar un nuevo ataque contra el organismo… La noción de batalla, esta militarización del cuidado médico, se acompaña de una imagen de degradación corporal inevitable” (La enfermedad y sus metáforas, 1978). Curiosa y paradójicamente, el caso de Chávez es el de un enfermo con formación militar, que concibe la política como una contienda y su vida como una gesta patriótica. Un destino. Un plan que puede ser truncado por una enfermedad que es imprevisible en su recorrido pero fatal en su desenlace, por eso su portador —la víctima— organiza una transición, pretende otorgar certeza a un proceso que ingresa a una fase de incertidumbre por un factor ajeno a la política. No es la primera vez que ocurre en Venezuela.

Hace casi setenta años, los caudillos políticos y militares venezolanos decidieron organizar una transición democrática debido a que ninguno de ellos podía vencer a sus rivales y organizar un gobierno estable. Optaron por invitar a Diógenes Escalante para que asumiera la presidencia nombrándolo candidato de consenso para las elecciones de 1946. Este personaje, con estudios de doctorado en ciencia política en París, era un destacado diplomático con una larga trayectoria como  embajador en Londres y Washington, amigo de presidentes, como Roosevelt y Truman, y portador de una imagen de liberalismo democrático, modernidad y cosmopolitismo. Era la garantía para inaugurar una era democrática en Venezuela que ponga fin a los golpes de Estado y las luchas intestinas. Sin embargo, a su retorno a Venezuela  para iniciar su campaña electoral, en la primavera de 1945, Diógenes Escalante sufrió un ataque de demencia y perdió la razón. Ante este hecho inesperado, el plan de modernización democrática abortó y pocas semanas después un golpe de Estado marcó el retorno a la rutina de la inestabilidad política. Diógenes Escalante fue llevado a USA e internado en un hospital siquiátrico norteamericano por invitación del presidente Harry Truman. Nunca recuperó su salud mental. Esta extraordinaria historia está relatada en una estupenda novela escrita por Francisco Suniaga bajo el título: El pasajero de Truman (Ed. Mondadori, Caracas, 2008). En la actualidad, otra enfermedad aparece en la escena política venezolana para poner en tensión el derrotero de su historia. No obstante, Hugo Chávez enfrenta el mal que lo carcome para seguir impulsando el proceso de transformaciones iniciado hace más de una década. Y su apuesta es la democracia, ese proyecto truncado en los años cuarenta por una jugada de la historia. En ciertas oportunidades, es más pertinente hablar del azar y no del destino.

Es sociólogo.

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