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De embajadas a embajadas

En la edición de La Razón del 10 de septiembre, a modo de “sugerencias sobre soberanía alimentaria”, el Embajador de Corea del Sur en Bolivia presentaba muy humildemente una serie de recomendaciones para enfrentar los tiempos de crisis en el país, haciendo sustentable al campo. Esto a partir de las “exitosas” experiencias de Corea del Sur, en el ámbito mencionado. En la edición del 11 de diciembre, el Embajador de Alemania también daba cuenta de los “50 años de cooperación alemana” en el país, a partir de proyectos conjuntos entre su gobierno y el gobierno boliviano, en el ámbito del saneamiento básico.

Finalmente, hace unos días el presidente Evo Morales convocó a los embajadores a desempeñar eficientemente su papel, no conduciéndose como “librepensadores”.

Ese conjunto de expresiones refieren dos hechos concretos: el papel ideal que debería desempeñar una embajada y la molestia del Gobierno por el desempeño de sus agencias representativas en el exterior, pues contrario a los vientos de cambio que soplan en el país, las embajadas parecen haberse detenido o estancado en las prácticas, usos y costumbres que han pasado a cuestionamiento, evidencia de lo cual es la Embajada de Bolivia en México.

En efecto, dicha embajada no se ha liberado de su carácter pesadamente burocrático, inactivo y oligárquico. Aunque su carácter burocrático supone una extensión natural de la indomable naturaleza del Estado boliviano, sea éste plurinacional o haya sido neoliberal. Dicha naturaleza se manifiesta en la presencia de un personal que trae consigo la ¿ideología? del “vuélvase mañana”, dando lugar a engorrosos trámites que duran hasta seis meses y que cuestan un Potosí. Ideología, porque de esa práctica parece depender la autoridad de la embajada, pero al costo de generar confusiones, sufrimientos, lentitud y un trato desigual y a veces degradante especialmente sobre los connacionales que se apersonan esperando favores de la institución y no exigiendo el cumplimiento de sus obligaciones.

Precisamente, el término connacional parece carecer de sentido, siendo éste el sustento de un espíritu de comunidad mucho más necesario fuera del país.

Así, viéndonos frente a la embajada argentina, por ejemplo, es lamentable que la embajada boliviana no se constituya en una pequeña “casa del pueblo”, como se pretende en el país para el Estado. Muy por el contrario, a partir de distinciones regionales, de clase y a las que habría que agregar el siempre determinante color de la piel, la embajada se ha caracterizado por ser un lugar de reunión del mismo grupo de personas con afinidades políticas, familiares, amicales y generacionales. Y esto la convierte en un ente inactivo y ocasionalmente dinámico. En este sentido, mientras que en nuestro país la indignación frente a los hurtos culturales nos amargan el cotidiano, la actitud permisiva de las autoridades bolivianas, en México, representa una gran contradicción; mientras que el Viceministerio de Culturas lleva adelante una campaña por promocionar el turismo hacia el país, la embajada se limita a actividades culturales a partir del mismo grupo de amigos, no aprovechando la indiscutible estima del mexicano por el boliviano.

Finalmente, un aspecto más contradictorio es el carácter oligárquico que convirtió a la embajada una especie de clan familiar. Por eso no extraña el papel desempeñado por el anterior embajador, quien quizá recibió más galardones que el propio Presidente, amparado en su otrora reputación de exiliado político.

Por ello caben todas las llamadas de atención para que la Embajada de Bolivia en México se dinamice, para que deje de ser una instancia aparentemente inútil reducida a una simple ventanilla de trámites.

Es doctor en Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México.