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Ojalá

El temor más punzante, la amenaza más certera, la realidad más terrible para cualquier padre o madre, y la medida mayor de su vulnerabilidad para cualquier sociedad, es la muerte de un niño.

Y el 21 de diciembre de 2012, día del fin del mundo —del fin de este mundo y ojalá del inicio de uno nuevo— es la muerte de los niños la que deberíamos recordar con mayor arrepentimiento, como el signo más evidente de un mundo que no funciona y que por tanto debería acabar (o ser cambiado).

Ya sea porque un ser enfermo decidió apuntar contra ellos y apretar el gatillo —como en Estados Unidos—. O porque una guerra enferma derrama contra ellos misiles y bombas y les roba de tal manera la infancia que los convierte en pequeños soldados listos para cualquier cosa —como en Palestina—. O porque una sociedad enferma los ignora, los arrincona en la pobreza y luego los apacigua con alcohol y clefa —como en muchas ciudades de América Latina—. No importa por cuál motivo, el hecho es que hemos dejado caer a nuestros niños.

El humano al nacer es el ser más desnudo, vulnerable y débil de la naturaleza. Se lo deja solo en ese momento y muere irremisiblemente. Necesita de un adulto —su madre, su padre o cualquier extraño compasivo— para alimentarse, para defenderse, para abrigarse, para subsistir hasta que sea capaz de valerse por sí mismo. Por ello, la única forma que tiene un pequeño ser humano para sobrevivir es ser amado. La ternura que inspira un niño es la única forma que halló la naturaleza para permitirle superar esos primeros críticos años, y de ese modo lograr la supervivencia de la especie.

Lo grave de esto es que la naturaleza parece haber tomado por hecho que el ser humano adulto es un ser capaz de ternura, capaz de amor y de cuidado. Y a veces, algunas, muchas dolorosas veces, eso no es cierto.

Si realmente el 21 de diciembre de 2012 se hubiera acabado el mundo, este orden en el mundo, esta forma en que los humanos hemos organizado el mundo, entonces tenemos una segunda oportunidad para empezar de nuevo. Y en el nuevo mundo que ojalá podamos empezar a construir en este nuevo ciclo de cinco mil años, ojalá nuestros niños no deban morir por falta de seguridad, de cuidados, de alimentos o de ternura.

Es cineasta.