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¿Y si Hollande es un Zapatero?

/ 30 de diciembre de 2012 / 04:04

La comparación es ya habitual en Francia y suena a amenaza: “¿Y si resulta que el equipo de François Hollande es como el de José Luis Rodríguez Zapatero?” François Hollande y los suyos son los lejanos sucesores de François Mitterrand, como José Luis Rodríguez Zapatero y su gobierno lo fueron de Felipe González. La diferencia entre ambas generaciones está en la profesionalidad del pasado y el amateurismo del presente. No obstante, hoy por hoy, este juicio es injusto con François Hollande, pues el Presidente galo ha consumido poco más de seis meses de sus cinco años de mandato. Hollande sabía que al principio, es decir, durante los dos primeros años, tendría que afrontar lo más difícil, pero, seguramente, no había medido bien el alcance de esta dificultad.

En cualquier caso, pocas veces hemos tenido en Francia un ambiente político y psicológico tan malo y cargado de nerviosismo. Por supuesto, está la crisis que azota al mundo, pero en Francia es relativa: el país no está en recesión, sino estancado. Por supuesto, François Hollande se enfrenta a una herencia, la de Nicolas Sarkozy, objetivamente catastrófica: déficit exterior sin precedentes, fuerte incremento del paro, clima de inseguridad, deuda desbocada, etcétera. Sin embargo, aunque los esfuerzos que exige la crisis tienen su parte de culpa, la verdadera razón del descontento no es esa. No, en mi opinión, la verdadera razón es la presión fiscal que este Gobierno ha impuesto al país en nombre de la justicia social y el equilibrio contable.

Con todo, resulta difícil reprocharle este enfoque al Mandatario, pues los impuestos habían bajado mucho durante los últimos diez años, privando al Estado de los medios para hacer frente a su déficit presupuestario. Y habían bajado sobre todo en beneficio de las clases más acomodadas. El reajuste era pues indispensable, y representa una mejor distribución del esfuerzo tributario. La dificultad radica en el hecho de que en un país que, desde luego, paga sus impuestos, pero en el que una presión fiscal exagerada fue una de las causas de una revolución, la noción de umbral es muy importante. Nadie es insensible al anuncio de una subida impositiva y, aunque unas categorías paguen más que otras, todo el mundo se siente afectado. François Mitterrand decía que los franceses tienen la sensación de que les suben los impuestos incluso cuando se los bajan.

En resumen, en mi opinión, esta crítica sistemática solo tiene una explicación: la presión fiscal. La misma que ha llevado a Gérard Depardieu a exiliarse al otro lado de la frontera norte, en Bélgica. El gesto del actor ha llamado inmediatamente la atención sobre una hemorragia de partidas, absolutamente real, bien por parte de gente muy rica que quiere escapar al impuesto sobre el patrimonio, bien por parte de jóvenes empresarios que consideran que quieren impedirles enriquecerse.

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La paradoja de Obama

La valoración política de Barack Obama es paradójica. El Presidente había prometido que los Estados Unidos saldrían de la crisis, y han salido de la crisis. La paradoja es que él no ha disfrutado en absoluto de los réditos de este éxito objetivo.

/ 9 de noviembre de 2014 / 04:00

En qué país los candidatos de la izquierda se desmarcan del presidente de la izquierda? La respuesta espontánea es: ¡en Francia! El presidente (Francois) Hollande es tan impopular en estos momentos que los futuros candidatos socialistas reciben invitaciones para enrolarse al servicio de otros líderes. Pero hay otra campaña que ilustra este proceso de una forma aún más espectacular: las midterm estadounidenses, unas elecciones que se celebran a mediados del mandato presidencial e implican la renovación de una parte de la Cámara de Representantes y del Senado. Sin embargo, solo un candidato demócrata ha dado un paso al frente para reivindicar la gestión del presidente Obama. Los demás hacen como Pedro en el patio de Caifás: ni saben nada ni conocen a su presidente; eso cuando no mantienen discursos cercanos a las temáticas de la oposición republicana.

Por chocante que parezca, esta situación no es tan sorprendente. En primer lugar porque Obama no puede volver a presentarse a la reelección y, por tanto, todo el mundo tiene ya la mirada puesta en las próximas presidenciales. En segundo lugar, porque él también es impopular. Y esto pese a una economía que ha recuperado el dinamismo, que crea empleos y que está reactivando el sector inmobiliario, pues las parejas jóvenes están siendo incitadas, como si no hubiera habido crisis, a endeudarse para adquirir una vivienda.

La valoración política de Barack Obama es paradójica. El Presidente había prometido que los Estados Unidos saldrían de la crisis, y han salido de la crisis. La paradoja es que él no ha disfrutado en absoluto de los réditos de este éxito objetivo. Pues a una parte de la izquierda no le salen las cuentas y unas veces le reprocha no haber cerrado la prisión de Guantánamo, como había prometido, otras haber silenciado las intrusiones de la NSA (National Security Agency; Agencia de Seguridad Nacional), e incluso ser el hombre que hace la guerra a base de drones…

En cambio, el sector más centrista de la opinión pública critica insistentemente sus reformas de izquierda, especialmente la fundamental: el sistema de salud.

FRACASO. Y, sobre todo, a lo largo de su mandato —y en esto hay un paralelismo con Francia— ningún demócrata ha reivindicado la gestión del Presidente. Eso ha permitido al partido republicano imponer la idea de una presidencia fracasada. Pero si puede hablarse de fracaso, éste estaría en la cuasi parálisis institucional. En Estados Unidos, el régimen más frecuente es la cohabitación de un Presidente de un signo político y un Congreso de otro. Bill Clinton, por ejemplo, presidió el país durante ocho años frente a un Congreso hostil. Pero Clinton se convirtió en un maestro en el arte del compromiso. Por su parte, Obama, pese a una mayoría demócrata en el Senado, está muy condicionado por una Cámara de Representantes con una mayoría republicana y hostil a todo compromiso. Hostilidad no exenta de racismo, dicho sea de paso. Y ahora debe prepararse para afrontar los dos años de mandato que le quedan con un Senado también mayoritariamente republicano, lo cual representa un riesgo de parálisis total.

Pues el partido republicano actual se ha radicalizado ante la presión sobre todo del Tea Party (‘Partido del té) y de una profunda ola conservadora que, sin ir más lejos, ha llevado a ciertos candidatos demócratas a abrazar la vulgata republicana. Así, un viento de catastrofismo vinculado al virus del ébola recorre Estados Unidos. Como señalaba recientemente The New York Times, el desarrollo de este virus (presente en suelo norteamericano) suscita “pánico” allí donde el riesgo de propagación puede ser controlado (especialmente Estados Unidos) y estoicismo allí donde el virus es devastador (África). Ciertos candidatos demócratas y republicanos están haciendo campaña para exigir al presidente Obama que prohíba el acceso al país de cualquier persona residente en África.

Pero esta debilidad de los demócratas ante la cita de las midterm no garantiza en absoluto una victoria republicana en las próximas presidenciales. El partido republicano se ha escorado demasiado hacia la derecha, no se interesa lo bastante por unas minorías que han llegado a ser muy fuertes (los hispanos sobre todo) y tiene dificultades para proponer personalidades convincentes, lo cual le da todas sus posibilidades a una tal Hillary Clinton…

De hecho, a través del apoyo que está prestando a los candidatos demócratas a las midterm, ya está inmersa en una precampaña presidencial. Hillary Clinton espera contar con el apoyo mayoritario de los hispanos, que, en las presidenciales de 2016, sumarán 25 millones de electores. El 63% de los jóvenes de entre 18 y 34 años de esta comunidad ya se ha pronunciado a su favor.

Pero algunos, como el movimiento de los dreamers (soñadores), no han tardado en interpelarla sobre la cuestión de la inmigración, pues siguen esperando que Barack Obama pase a la acción y someta a votación un dream Act. El corazón del problema es la suerte reservada a los niños, principalmente hispanos, que entraron clandestinamente en Estados Unidos y se ven amenazados de expulsión, o (fueron) efectivamente expulsados. Sin duda, la inmigración no será el principal determinante del voto, pero en este terreno como en otros, a Hillary Clinton se le va a exigir que mantenga las promesas de Barack Obama.

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Tiempos paradójicos

En este momento de cambios, es cuando se están afirmando por toda la Unión Europea los movimientos populistas ultra nacionalistas.

/ 29 de diciembre de 2013 / 04:03

Entre los cambios que estamos viviendo, algunos son susceptibles de transformar radicalmente nuestro mundo. Estos cambios son, a menudo, paradójicos, como demuestra hoy la situación de Estados Unidos y de Europa. Si nos centramos en Estados Unidos, solo puede llamarnos la atención el hecho de que nuestra vida está completamente dirigida, encauzada y puede que también vigilada por unas firmas norteamericanas convertidas, en algunos años, en los gigantes de este comienzo de siglo: Google, Facebook, Amazon, Apple, por citar solo aquéllas con las que nos encontramos varias veces al día.

Al mismo tiempo, Estados Unidos vuelve a ser un actor capital, es decir, independiente, del mercado más decisivo estratégica y militarmente: el de la energía. Sobre todo, gracias a la explotación del gas de esquisto. La consecuencia previsible es el debilitamiento del peso económico y político, tanto de las monarquías petroleras como también de Rusia, cuya economía es similar a la de un emirato, pues reposa exclusivamente en la explotación y venta del gas y el petróleo.
Paradójicamente, esta dominación tecnológica y este renacimiento económico estadounidenses corren parejos con un debilitamiento político cada vez más patente.

En este terreno, el indicador ha sido, este año, el empeoramiento de la tragedia siria y el vuelco de la relación de fuerzas a favor de Bashar al Asad, apoyado por Rusia e Irán.

Las vacilaciones de Barack Obama, que, al cabo de tres años, finalmente ha renunciado a toda acción, siguen siendo objeto de crítica. En ese intervalo, Bashar al Asad se ha recuperado, mientras que la oposición ha sido presa de los yihadistas. El debilitamiento estadounidense también es visible en la protesta generalizada provocada por el espionaje oficial del que han sido víctimas tanto la canciller alemana como la presidenta brasileña. Y qué decir de la situación institucional que ha paralizado varias veces a la presidencia, especialmente bajo la influencia de los tea parties… El resultado de esta situación es que actualmente las instituciones son disfuncionales.

Aunque de otra forma, Europa vive tiempos igualmente paradójicos. La Unión Europea cierra 2013 con una victoria política: el nacimiento de la unión bancaria, una consecuencia directa y una lección de la crisis financiera que representa un avance esencial. Desde la perspectiva de una futura defensa europea —que será la próxima etapa indispensable para aquellos que han aprendido la lección del repliegue estratégico norteamericano iniciado por Barack Obama y que la nueva independencia energética estadounidense solo puede acelerar—, hay una reflexión en marcha y una promesa de una mejor coordinación. Y, sobre todo, y pese a todos los malos augurios y a los especuladores de Wall Street y de la City, que perseguían el desplome del euro, éste no se ha producido. Al contrario, el ingreso de Letonia ha agrandado la eurozona, que podría verse ampliada a Polonia, actualmente candidata al ingreso.

Por último, han aparecido los primeros signos de recuperación, y la reactivación se perfila en el horizonte del año que está por comenzar.

La paradoja es que, en este momento de cambios, es cuando se están afirmando por toda la Unión Europea unos movimientos populistas, o incluso, en ciertos países, neonazis o neofascistas, cuyo punto común es el rechazo —por no decir el “odio”— de Europa. Tanto es así, que ciertos profesores universitarios y editorialistas reputados nos explican que el populismo y ciertas formas de fascismo que, durante la segunda mitad del siglo XX, fueron la marca de Latinoamérica, pueden llegar a ser una amenaza para el sur de Europa, Francia e Italia incluidas. Yo no comparto este pesimismo. Si bien es cierto que en casi todas partes, salvo en Alemania, se están produciendo brotes populistas autoritarios y peligrosos, me parece que, aunque uniesen sus fuerzas, esos movimientos no conseguirán tener un verdadero peso en el Parlamento Europeo.

En realidad, nuestro problema es el siguiente: nos cuesta conciliar el amor por nuestros respectivos países con el amor por nuestra época. El rechazo hacia ésta por parte de buen número de nuestros conciudadanos es la fuente de muchas de nuestras dificultades. Dificultades que, en buena medida, solo serán solubles en la Unión Europea de desalojar a los movimientos sociales del Estado o de que “vayan alistando sus maletas para abandonar el Palacio de Gobierno”, es decir, igual que lo que sucedía antes, cuando imperaba la exclusión, la intolerancia y la enajenación de la nación.

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