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Kevin

Lynne Ramsay, la directora escocesa, se ha mandado una película realmente fuera de serie: Tenemos que hablar de Kevin (2011). Las actuaciones particularmente de Tilda Swinton y Ezra Miller arman esta cinta, tan hermosa cinematográficamente como terrible temáticamente. Una no puede dejar de pensar en Elefante (2003) de Gus Van Sant (que interpreta en esta extraordinaria película la masacre de Columbine), puesto que Kevin trata del tema de los adolescentes que protagonizan masacres en sus propios colegios.

Tampoco es posible no relacionar la película con la reciente matanza de niños en Newtown, Connecticut. La diferencia, claro, es que tanto en Elefante como en la matanza protagonizada por Adam Lanza de 20 años, los muchachos se suicidaron luego de perpetrar los asesinatos. En el caso del personaje Kevin, luego de matar a varios compañeros de colegio con arco y flechas (deporte en el que el padre lo ha entrenado durante años), se entrega a la Policía y sale esposado mirando a los ojos a su madre aterrada. Creo que al no utilizar armas de fuego, Ramsay quiere abrir la discusión más allá de ellas: a las relaciones familiares.

Y es que la película Ramsay es, en verdad, un complejo duelo entre madre e hijo. Es muy perturbadora en términos de la responsabilidad de los padres en cuanto a los actos de hijos, pero también en términos de la serie de eventos y elementos que causal o casualmente van tejiéndose para generar el aberrante y trágico desenlace del duelo.

Eva —la madre— claramente no está lista o no está hecha para la maternidad. La relación con Kevin bebé y niño es, por ello, frustrante, extenuante y extremadamente irritante. Kevin es un niño inquieto y muy inteligente; altamente calculador. Y esta incomodidad de la madre respecto a su propia maternidad es internalizada por el niño tortuosamente.

Finalmente, todo lo que hace Kevin de adolescente no es más que una respuesta a esa incomodidad: le demuestra a ella cuán lejos puede ir para llamar su atención, castigarla y dejarla para siempre marcada.

Pero nada de la historia narrada por Ramsay tendría la fuerza que tiene en la película sin la destreza cinematográfica de la escocesa. La historia es contada vía flashbacks. La historia empieza por casi el final, cuando la tragedia ha ocurrido, el adolescente está en la cárcel y Eva vive sola, intentando reconstruir una vida irreconstruible. Esto porque Kevin se ha ocupado de destruir absolutamente todo lo que hacía a su entorno físico y afectivo, concretando una de las venganzas filiales más duras que he visto en el cine.

Porque ni la mata ni se mata él. Es así que vemos a Eva sola, viviendo en una precariedad desoladora, portando con ella un estigma que su comunidad no le permite olvidar ni un solo momento. Kevin la somete a todo ello, además de a las visitas a la cárcel. Finalmente la tiene toda para sí: dislocada.