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Chávez, semivivo o semimuerto

El amable lector se extrañará si le confieso que escribir los pocos párrafos de mis comentarios periodísticos me cuesta. Unas veces por carecer de los conocimientos necesarios para opinar. Otras,  porque más vale callar que hablar demasiado claro. En el caso de hoy estuve dudando si escribir o callar. La duda estaba en no tener una idea clara de si el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, está o no en condiciones de asumir por tercera vez la presidencia de ese país. No me asustaba tanto el conflicto legal sino el estado de su salud. Todavía dudo si las cosas no han cambiado, si está medio vivo o medio muerto.

Como es sabido, Chávez debería tomar posesión el próximo 10 de enero. El secreto de Estado es que Chávez ha sido sometido a un coma inducido. Llámese como se llame el caso, científicamente hablando, el hecho real es que lo han dejado como una planta. Creo que los médicos cubanos que le han estado cuidando del cáncer maligno que le aqueja desde hace meses podrían certificar de qué se trata: si es la metástasis que le ha invadido todo el cuerpo, o una muerte cerebral que le permite una vida precaria a los órganos vitales. Aquí me detengo porque no estoy en condiciones de hablar en términos médicos correctos.

Sin embargo, los políticos chavistas no tienen dudas, y se han aferrado al caudillo, más muerto que vivo, para que presida un simulacro de investidura presidencial.

Previamente, Chávez nombró a dedo al actual vicepresidente Nicolás Maduro. Pero la Constitución manda que la herencia del mandato recaiga sobre el presidente de la Asamblea Legislativa Nacional, en este caso, Diosdado Cabello. Entonces ya se planteó la lucha interna en las filas chavistas. Por otra  parte, la oposición, que logró formar un frente único, bajo la batuta de Henrique Capriles, no truena ni suena. No obstante, ahí está Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Legislativa Nacional, que ha entrado en la lucha por el poder desde una plataforma política que el pueblo ha rebautizado con el apodo de la “derecha endógena”.

No hay que olvidar a los militares, tal como ha sido costumbre en la mayor parte de los países latinoamericanos. Chávez los halagó con toda clase de prebendas que no querrán perder en una pelea por la sucesión presidencial. En busca de un término que defina el estado de salud de Chávez, no encuentro otro más adecuado, aunque no científico, que es “vegetal”: No piensa, no discursea horas seguidas por radio y televisión, pero tampoco se le puede calificar legalmente de muerto.

Sólo pensar que los adictos a Chávez van a simular una investidura presidencial sin contar con la libre voluntad ni la capacidad de discernimiento del reelegido me parece una incalificable aberración inhumana, una  mascarada, una pésima copia de las leyendas medievales, cuando nos decían que había magos astrólogos omnipotentes, así como brujas malvadas. Ante tales extravagancias, la manipulación política del cuerpo del presidente cesante me parece un sacrilegio. Una violación al derecho del ser humano de morir dignamente, cuando la Divina Providencia —el destino para los no creyentes— así lo haya dispuesto.

¿Y ahora qué? Sea como fuere el final de este proceso político, un gran sector popular venezolano llorará al que, en vida, los utilizó en propio provecho, haciéndoles creer que el socialismo del siglo XXI les traería el bienestar. El vicepresidente Nicolás Maduro deberá convocar a nuevas elecciones presidenciales en los próximos 30 días. Sin embargo, no hay que olvidar que, después de Maduro,  está el presidente de la Asamblea Legislativa, Diosdado Cabello, cabeza invisible del poderoso clan militar, que podía movilizar. Todo está rodeado de incógnitas.