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Contrarruta

Salimos de Cochabamba a las cinco de la mañana y el amanecer comenzó a despuntar media hora más tarde, justo cuando alcanzábamos las primeras cuestas del valle alto. De ahí en adelante y durante la próxima hora de camino todo fue verdor, quebradas bulliciosas y plantaciones de frutales. Luego comenzó la subida a Corani, y los sembradíos fueron sustituidos por el musgo aterciopelado que parece abrazar las montañas. Arriba, casi como si pudiéramos tocarlas, las nubes se hinchaban y cambiaban de color caprichosamente.

Después, otra vez bajando, el Chapare nos recibió con sus ardientes bocanadas húmedas y sus ríos majestuosos. La mayor parte del tiempo, hasta Bulo Bulo, a ambos lados de la carretera se alzan, como callampas, como precarios hormigueros, construcciones y negocios comerciales. Llegando a Yapacaní, el verdor reaparece y los hatos de ganado miran con su mansedumbre pasar gente y tiempo.

Las poblaciones crecen aferrándose a las orillas del camino y la naturaleza sigue su curso pese a las heridas que le infligen los seres humanos. En la vía no hay un solo momento de soledad, camiones descomunales, buses y diversidad de carros de todo tipo, tamaño y color transitan de ida y de vuelta. Esta carretera, que une los departamentos de Cochabamba y Santa Cruz, es parte del pomposamente denominado eje troncal. No hay discursos de desarrollo que no la mencionen. Sin embargo, recorrerla es seguir una especie de camino en contra mano, porque la belleza de los paisajes, el empuje de las poblaciones y la grandilocuencia de los discursos gubernamentales no concuerdan con la realidad.

Hay 12 retenes, siete en Santa Cruz y cinco en Cochabamba. Se paga peaje en dos, pero se tiene que parar en todos ¿para qué? No logramos averiguarlo. Sólo en uno había policías y nadie revisó ni preguntó nada. Por lo tanto, no es una vía rápida ni segura y, menos aún, atendida.

La señalización es tenue en la carretera del lado de Santa Cruz, y absolutamente ausente en el de Cochabamba. El detalle de color es que de vez en cuando aparece un letrero estableciendo que la velocidad máxima es de “30 kilómetros por hora”. Si no fuera tan grotesco, sería para reírse. Los huecos la hacen parecer una frágil cinta asfáltica con carachas endémicas.

Sumando los huecos, las curvas, el abundante transporte pesado y el incumplimiento de reglas básicas de sobrevivencia en una carretera tan transitada, la mayor parte del tiempo el tráfico se hace irremediable e innecesariamente lento. No puedo imaginar qué ocurrirá si se cumple la oferta del presidente Morales de una doble vía desde Sacaba, será como salir de un tubo de alta velocidad vaciando autos a una columna de tortugas. ¡Hay amores que matan!

Pero la flor de la contrarruta es la absoluta falta de gasolina. Al menos diez gasolineras entre Sacaba y Yapacaní ostentan letreritos con el fatídico “No hay gasolina”, colas interminables de surubíes y los clásicos “autos blancos” que circulan sin placas y con abundancia en la provincia Carrasco o, simplemente, una paz de cementerio custodiada por alguien que cumple su tarea perezosamente.

¿Eje troncal? Es el tramo principal de la principal carretera que une occidente y oriente. Por ella transitan diariamente millones de toneladas de productos y miles de personas. Ya es hora de que escuchemos menos discursos y veamos más acciones.