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¿Canon boliviano?

El Estado es el Estado, y la Academia es la Academia. Nada pueden los individuos frente a tales realidades. Y como son entidades que se desenvuelven casi autónomamente, deben, inevitable, pero también necesariamente, hacer cosas como los cánones literarios nacionales. Ésta parece que era la intención del Ministerio de Culturas y de la Carrera de Literatura de la UMSA al entregar al alimón las que serían nuestras novelas fundamentales, aunque visiblemente algunas no lo sean. No sean novelas, quiero decir. Por ejemplo, la Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Arzans, podrá ser lo fundamental que se quiera, pero vamos, lo que se dice novela… Otro tanto cabe decir de El loco.

La novela, tal como la conocemos y leemos, es un invento occidental  bien definido, un juego con reglas claras, por más que tipos de novela haya por decenas. Por decirlo rápida y futbolísticamente: Neymar podrá hacer lo que quiera con “la gorda caprichosa”, pero si en una de esas, en su afán de prestidigitador, la agarra con la mano para saludar a su público, le van a cobrar mano, ni modo. Así que no creo que ganemos mucho burlando con fintas teóricas (como la de que la novela es un género tan abierto que se presta para cualquier otra forma), en el afán bien intencionado de decir que ya tenemos un “corpus” valioso de novelas.

Recuerdo haber leído hace mucho tiempo un debate realizado en Cuba sobre Rayuela, de Cortázar. Creo que era el comisario cultural cubano, Fernández Retamar (eran los años en que todavía quedaba bastante ánimo revolucionario), quien insistía en que la novela del argentino estaba al nivel de Ulises, de Joyce. Más aun, que era el Ulises latinoamericano. Algo con lo que Lezama Lima discrepaba tozudamente. Para él, la estatura del irlandés, su lugar en la historia universal de la novela, era incomparable.

Los cánones están bien, pero también hacen falta lectores como Lezama o Borges, que pongan en su lugar a los libros sin afanes nacionalistas, pero tampoco por resentidos o pesimistas, como se suele creer cuando se escuchan tales posiciones, sino por ambiciosos, porque, aceptando que somos tributarios de las culturas centrales europeas, la única manera de hacer una literatura de alta calidad es tomando como referencia a éstas.

Si alguna tradición tienen las literaturas nacionales latinoamericanas es, como señalara acertadamente hace años el crítico colombiano Gustavo Cobo Borda, la tradición de la pobreza. Y este grupo de 15 novelas fundamentales lo prueba. Es casi una obligación en una colección de esta naturaleza poner obras como Juan de la Rosa, Raza de bronce o La Chaskañawi, pero quiero conocer a quien haya sacado una de ellas de su biblioteca personal sólo con el afán de leerla como novela, como un entretenimiento narrativo, con prescindencia de esa suerte de curiosidad e incluso obligación moral de leerla porque es boliviana y habla de nuestra realidad de alguna manera.

Dicho lo cual, en mi calidad de exacadémico y excolega, me permito meter mi cuchara en la discusión. Por ejemplo, quizá no hubiera desmerecido un lugarcito alguna de las novelas de Chirveches, o En las tierras de Potosí, de Mendoza, porque ambos se esforzaron por construir personajes creíbles. Y en plan de recrear casi involuntariamente la atmósfera vital del oriente, al lado de La Virgen de las siete calles no quedaría mal Siringa, de Juan Coímbra.

Creo, por otro lado, que hablando de literatura contemporánea, El runrun de la calavera es tan o más “normalita” que muchas de las novelas de Paz Soldán, Prada Oropeza, Gonzalo Lema o Arturo von Vacano, e incluso que las otras que ha escrito el propio Rocha Monroy. Quiero decir que no sé por qué es tan fundamental como para estar ahí, entre “las quince”. Asimismo, se ha llamado tanto la atención sobre el curioso caso de Periférica Boulevard, de Adolfo Cárdenas, una suerte de best seller marginal sin precedentes, pero no está entre las elegidas, no lo está. Al final, para que ningún novelista importante de la actualidad se sienta no invitado a la fiesta, si las fundamentales eran originalmente diez y luego fueron 15, ¿por qué no podrían ser 20? Es una cuestión de presupuesto y de espacio en los anaqueles, creo yo.