La puerta giratoria está funcionando a tope. No hay disimulo. Como en la versión pastelera de la literatura neo-porno, nuestras Cincuenta sombras (y pico) de camarilla alternan entre la política y los negocios con un descaro pillabán. El seductor de los votantes, quien los adula en campaña, repartiendo simpatía como una limosna, pronto mostrará, una vez encaramado, el estilo dominante del amo que en última instancia, escarmentados los indóciles, busca la más definitiva y triste declaración de amor de la llamada mayoría silenciosa: “¡No somos nadie!”.

Y eso es lo que decían los rostros perplejos ante la noticia del nombramiento de Rodrigo Rato como asesor especial para América Latina de una gran empresa, Telefónica, que él mismo había privatizado en la égida de Aznar, asesor este a la vez, y también para Iberoamérica, de otra muy rentable compañía pública rapiñada en su día al Estado.

Las últimas grandes manifestaciones en Argentina y Venezuela no eran en apoyo a la presidenta Cristina en su lucha contra los fondos buitres ni de respaldo al electo Chávez, en la hora en que lucha por la vida. En realidad las multitudes querían mostrar su entusiasmo ante la calidad y cercanía de los grandes asesores que les envía España para contribuir a su prosperidad.

No sólo es la derecha obscena la que usa la puerta giratoria, sino también la izquierda sin escrúpulos. Resulta inexplicable, por ejemplo, que los dos grandes partidos hayan acordado dejar la Casa Real al margen de la Ley de Transparencia. Pero el caso último más espectacular en la puerta giratoria es el protagonizado por la sombra del exconsejero de Sanidad de Madrid, señor Güemes, promotor de la privatización de los servicios de análisis clínicos y que ha reaparecido como consejero de la empresa beneficiada. Ahora se entiende toda la operación. Han repartido nuestro despiece. Ya están adjudicados el negocio del cuerpo y el negocio del alma. No somos nadie.