La gente siempre tiene en qué creer. No existe ninguna persona sin un dios, una divinidad en quien confiar; incluso los que se dicen ateos creen en sí mismos. Es la fe, que es confiar en lo invisible, creer en lo imposible, y tener seguridad pese a las tribulaciones. Ese misterio escondido llamado fe, junto a la confianza y la decisión del ser humano, tiene la fuerza de creación.

Unos creen en Jesús; otros, en las vírgenes (Natividad, Rosario, Concepción, Candelaria, etc.). Muchos adoran a las deidades; otros hacen pactos de reciprocidad, y algunos lo hacen con el Iqiqu. Existen varios lugares ceremoniales (como Urkupiña, Copacabana, Laja, etc.), santos y deidades para creer, recibir y tener fe en libertad. Porque hoy el paradigma religioso, después de “la evangelización de las culturas”, es “la inculturación”. Es tonto no ser ambiguo en circunstancias especiales. Los dogmas ya no tienen peso, como no habrá nada absoluto en la era cuántica.

La creencia y la fe varían en las distintas culturas. Muchos han creído y fueron respondidos. Han pedido y se les ha dado; otros, mejor aún, han dado y han recibido. Y es que para recibir, además de creer y tener fe, hace falta estar seguro, dando antes. De los muchos lugares ceremoniales, santos, vírgenes y divinidades que existen, dos son los que más devotos tienen en La Paz: la Virgen de Concepción de Laja, cuya fiesta se festeja el 8 de diciembre; y el Iqiqu, que recibe su homenaje el 24 de enero.

Cuenta una persona que cada 8 de diciembre viajaba con su familia a Laja. Llevaba flores y un par de velas para la Virgen. Hacía su casita de piedrecillas en la colina y luego, como si la Virgen estuviera allí, almorzaban en completa armonía. Al año ya tenía su casita. En una tercera ocasión había solicitado una propiedad más grande. Para eso extendió su lote de 200 metros en siete veces; y  como por arte de magia, recibió siete lotes juntos en Qullpani. Al año siguiente, continuó viajando, a agradecer los favores; en esa ocasión, con temor, sólo había solicitado un lotecito; y así le fue dado: compró uno de 92 m2 cerca de la plaza Juana Azurduy de Padilla.

Como aquella fiesta es movible, por el rigor del trabajo, faltó unos años. Entonces su suerte declinó. Lo peor fue que había vendido una de las propiedades sin permiso de la Virgen. Se dio cuenta y volvió a viajar como de costumbre; al principio, fue en vano. Siguió asistiendo e implorando perdón durante siete años, hasta que la Virgen volvió a sonreírle. Esta vez solicitó una casa mucho más grande que la anterior, triplicó su tamaño, dentro del cerco puso muchos árboles diminutos de t’ula, compró una casa prefabricada y la puso al centro. La respuesta fue así, compró en Cochabamba un terreno de 3.600 m2 con una construcción abandonada en Tikipaya. Pasaron los años, llegó el nuevo gobierno y por temor a que le expropien sus tierras decidió venderlas al Hotel Regina. Pero antes tuvo que negociar con la Virgen el precio y la licencia, eso suponía continuar viajando a la fiesta de Laja. El resultado fue increíble, se vendió en el precio convenido, cuenta.

Según refieren, el Iqiqu también les da a sus clientes. Este ídolo tiene la misma historia que los wak’as; si bien varía la forma, el fondo es el mismo. A propósito,  guardo un par cuentos del personaje central de la Alasita. Divinidad más la fe, más la creencia de que es posible, y más la decisión, es igual objetivo alcanzado. La creencia, la fe y la decisión son poderosas cuando se gobiernan con la mente y el corazón, en el momento oportuno.