Icono del sitio La Razón

Mentalidad municipal

El incontrolable crecimiento de la población es un ominoso problema para las ciudades. Esto debido a la multiplicación de las necesidades, el rebasamiento de la capacidad de los servicios y el anárquico crecimiento de los cinturones de pobreza. Ante estos avatares, los gobiernos municipales se han visto obligados a llevar adelante tareas de modernización de las ciudades, entendiendo esto como la adecuación de la infraestructura urbana a las necesidades de sus habitantes.

Sin embargo, ese afán de modernización supone un problema, pues contradice la necesidad de conservación y preservación de los centros históricos que constituyen la identidad de una ciudad. Por esto, en la mayoría de casos, los gobiernos municipales tienen que enfrentar a organizaciones de vecinos e incluso a movimientos sociales que asumen una conciencia del valor histórico de sus ciudades y se oponen a esos afanes determinados en muchos casos por intereses económicos. Desde Tijuana hasta la Patagonia, varios munícipes tuvieron que deponer así, por lo menos alguna vez, sus pretensiones de modernización indiscriminada de las ciudades.

En otros casos, los gobiernos municipales son obligados a incorporar en sus planes de modernización programas de conservación de edificios, monumentos, plazas y parques históricos, gracias a los cuales el urbanismo ha alcanzado un nivel de desarrollo magistral, porque entendió que no sólo se trata de tender puentes, sino de salvar los centros históricos, readecuándolos. Merced a esto, importantes ciudades como Ouro Preto, Valparaíso, Cartagena de Indias y la misma ciudad de Potosí, por mencionar sólo algunos casos, fueron declarados patrimonio cultural de la humanidad, redituando un mayor flujo turístico.

Por ese último resultado, en otros casos los conflictos entre vecinos y gobierno municipal son solucionados a través de la concordancia de intereses. Se incorpora al empresariado en la tarea de preservación de lugares históricos, garantizando el establecimiento de negocios y se asegura la habitabilidad de vecinos, a tiempo de constituir lugares de esparcimiento.

Ninguna de esas soluciones se dio en la ciudad de La Paz, cuyo centro histórico, hasta hace seis años, incluía a la plaza Lucio Pérez Velasco. La identidad de la ciudad lo conformaban así el famoso Reloj de la Pérez, el Lido Grill, El Ekeko de la Calle Pichincha, El Mercado Lanza. La propia vida urbana confluía en estos espacios definidos como puntos de encuentro. Las postales paceñas también daban cuenta de ello y habrá algún hogar en el mundo que aún conserve una postal de La Pérez, como un lugar de atractivo turístico, especialmente cuando otrora constituía la fantástica entrada hacia la calle Comercio.

Pero las acciones modernizadoras del Gobierno Municipal de La Paz, determinadas más por una mentalidad eficientista que por la preservación de los lugares históricos, llevaron a mutilar el centro histórico, acabando con ese punto de referencia merced a una simple lógica de su despeje. Es decir, sus acciones no estuvieron enfocadas a salvarlo, sino a desatorarlo a favor de la vialidad. Pero gracias a esa lógica del despeje, las aglomeraciones, el tráfico vehicular, el comercio informal y las trancaderas fueron desplazadas a calles adyacentes.

Por eso, la mentalidad municipal parece haber fracasado por la simple imposición de recovecos, hormigueros y diminutos espacios para caminar. Ni el urbanismo, ni la conciencia del patrimonio histórico asomaron a esa mentalidad, la cual, al mismo tiempo de criticar acciones supuestamente autoritarias por parte del Gobierno central, se rige por medidas a discreción de sus planificadores de muy cuestionable gusto estético.