Poderes invisibles
En Bolivia, la democracia real no ha logrado acabar con los poderes invisibles
Cripto-gobierno, sub-gobierno, supra-poder, aparato paralelo, clepto-cracia. Éstas son algunas de las fórmulas acuñadas por las ciencias políticas para dar forma a los llamados poderes invisibles que viven enquistados en los Estados democráticos.
También podríamos decir Red o Trama, como se estila ahora en el mundo político boliviano, para designar un acontecimiento cuyos contornos no son muy claros, pero que adquieren poco a poco la figura de una amenaza.
Lo primero que llama la atención no es precisamente el carácter incorpóreo de estas fuerzas, sino el hecho de que cohabiten con la democracia. El contrasentido es doble. Primero, porque los poderes invisibles son la antítesis del gobierno democrático representativo, considerando que uno de los sentidos del término representación es hacer visible lo que, de otra forma, sería incorpóreo, es decir el poder del pueblo que se visibiliza por medio de sus representantes.
Segundo, porque la democracia es supuestamente “el gobierno del poder público en público”. Y con esta alambicada frase, que pertenece a Norberto Bobbio, se ha querido señalar que los actos de los gobernantes son legítimos y justificables sólo en la medida en que son de conocimiento de la comunidad de ciudadanos. Éste es el tan cacareado principio de la transparencia.
A pesar de estos ideales, en Bolivia, la democracia real no ha logrado acabar con los poderes invisibles, y así lo demuestra el caso de la “red de extorsión”. Probablemente porque el principal recurso de estas potencias, su fuerza, es justamente su capacidad de mimetizarse en la burocracia, en los intersticios del Estado (que son los espacios estratégicos de decisión), para actuar investidas de la autoridad y la legalidad pública.
Pero lo grave de este asunto, como escribió el citado Bobbio, no es la mera constatación de la existencia de poderes ocultos mimetizados en el Estado, eso sería poco menos que una banalidad; lo preocupante es la sospecha de un poder público que oculta; es decir, que al ampararse en la cultura del secreto ampara también esas fuerzas invisibles. Abracadabrante, ¿no es cierto?