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Coca y alienación

La reserva boliviana respecto al acullico en la Convención Internacional contra los estupefacientes ha generado nuevamente un debate, que paradójicamente es más agudo al interior del país que fuera de sus fronteras. En el exterior, una veintena de países se oponen lacónicamente a la reserva presentada por Bolivia.

Llama poderosamente la atención la actitud de algunos dirigentes políticos y líderes de opinión, que en su afán de cuestionar el acullico llegan a posiciones irracionales, como la de equiparar la coca con la cocaína. Hace años, el expresidente Jaime Paz Zamora inició una campaña internacional con la frase “Coca no es cocaína”, llevando en su solapa la hoja para exhibirla en el extranjero.

En la actual coyuntura política, en la que se ha comenzado a valorar lo propio y originario, surgen voces que parece hablaran desde otros países, para cuestionar el uso tradicional de la hoja de coca. Se debe hacer notar que la coca en su estado natural tiene, además de calcio, otras substancias que le otorgan propiedades nutritivas y medicinales. La transformación química de la hoja la convierte en cocaína, pero el simple masticado inhibe el hambre, la sed y el cansancio, tal como lo hace el café, el té o el mate.

Si bien el uso tradicional de la coca se circunscribió a la zona andina del país, en la actualidad, fruto de la migración y el contacto intercultural, dicha práctica se ha extendido. Choferes, guardias, albañiles, agricultores y comerciantes la usan cotidianamente también en el oriente boliviano, al extremo que en las marchas de los pueblos indígenas de tierras bajas la coca estuvo presente. Esto no es nuevo, en la Guerra del Chaco, en la batalla de Boquerón, nuestras tropas resistieron el asedio enemigo durante semanas gracias a la coca que era lanzada en sacos desde aviones militares. En las minas, la coca ha sido indispensable para el agotador trabajo del minero durante siglos.

El tabaco incide en el 24% de las muertes causadas por enfermedades, su consumo afecta, además del fumador, a su entorno, y daña el cerebro y agrava enfermedades crónicas, y sin embargo a la comunidad internacional no se le ha ocurrido penalizarlo. Lo propio se podría decir del café, cuyo consumo inhibe el apetito y aleja el sueño, y en menor medida el té y el mate. El alcohol, que es la primera causa de muertes trágicas en el mundo, no sólo no está prohibido, sino que su uso es estimulado por una millonaria industria publicitaria. Obviamente a los países industrializados que manejan el negocio del tabaco o del alcohol no les conviene penalizarlos, pero a nuestros compatriotas que se rasgan las vestiduras por el acullico tampoco los hemos escuchado cuestionar estas prácticas extranjeras, asumidas en el país como propias.