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No es un adiós, gracias a Dios

Han pasado cinco años y medio desde que un 30 de julio de 2007 empezara la hermosa experiencia de iniciarme como columnista en un medio importante a nivel nacional. Algo que ciertamente me dejó una gran cantidad de satisfacciones y prácticamente nada de sinsabores. Recuerdo aún la emoción que me embargaba al empezar a escribir mis primeras columnas, en tanto que la anécdota tiene que ver con el esfuerzo que implicaba,  para mí, reducir un gran texto logrado en minutos, a los 3.450 caracteres de contenido y 30 de título que me asignaron, ¡eso me demandaba horas de horas!

Los artículos que escribí en los últimos 67 meses (cerca de 140) se publicaron siempre bajo el rótulo “Buscando la verdad”, porque eso fue lo que intenté al redactar cada tema, no sólo en el ámbito económico sino también en el espiritual, por lo que siempre agradecí tal apertura.

Muchos y enriquecedores han sido los comentarios que recibí en estos años, y aunque a algunos les pude parecer por lo escrito un simple “opositor mediático”, nunca fue así. Créanme que si lo hubiera querido lo hubiera sido sin mayor esfuerzo. La prueba del equilibrio que busqué fue el permanente uso de cifras oficiales, con el grave riesgo de ser tildado de “oficialista”.

Gracias a Dios, mis argumentaciones —apadrinadas por la entidad a la que me debo, el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE)— fueron bien recibidas en Bolivia y el exterior, y luego validadas por la cruda realidad. A lo largo de todos estos años he podido comprobar que muchas veces la imaginación más fecunda puede ser superada por la realidad, pero eso es otra historia.

A la hora de los agradecimientos debería mencionar a muchísimas personas, pero no lo haré para no olvidar a alguna. Ya me pasó una vez, y aprendí. Quienes leen estas líneas saben de mi gratitud por invitarme a ser columnista, por su apoyo, y la consideración que tuvieron para conmigo. Algo que me parece justo destacar (en honor a la verdad) es la libertad que tuve para traducir mi sentir en cada artículo. Nunca fui objeto de censura, jamás me corrigieron algo (ni siquiera el título) y mucho menos me “sugirieron” una línea de pensamiento. Gracias también por ello.

Sin embargo, siempre hay un inicio y un final. Creyente como soy, sé que la conclusión de este ciclo no tiene que ver con que una persona decidiera esto por mí. Entiendo más bien que Dios, que está en control de todo, ha determinado que es la hora de transitar otros caminos. Así, ésta no es una columna de despedida, sino una de agradecimiento y de un “hasta pronto” que Dios sabe cuándo y cómo será. Yo acato su voluntad.

A quienes valoraron este esfuerzo intelectual por más de cinco años, toda mi gratitud. Lo mismo a los que comentaron y criticaron mis artículos, y mucho más a quienes pacientemente me enseñaron cómo hacer mejor las cosas.

Si involuntariamente alguna vez ofendí a alguien con lo escrito, le pido perdón. Y si a alguien ayudé inadvertidamente por lo publicado, fue gracias a Dios.

En verdad confieso que todo lo bueno que haya podido realizar ha sido por Su gracia infinita. Las chambonadas han sido mías.

Concluyo con estas últimas líneas que las dedico a Dios, a quien le agradezco por su amor y porque —pese a ser tan grande— se ocupa hasta de lo más pequeño, como yo. Gracias a Jesucristo, mi Salvador y Señor, porque por Él puedo llegar al Padre. Y gracias a su Espíritu Santo, que me impele a imitar cada día el ejemplo de Jesús, buscando la verdad…