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Despilfarro de comida

El despilfarro de alimentos es un hábito bastante extendido en todo el mundo, y pese a sus nocivos efectos para la salud del planeta y el bienestar de las personas, no se ha hecho mucho por contrarrestarlo. Una investigación difundida recientemente en Inglaterra revela el alarmante nivel de esta tendencia, cada vez más peligrosa en un mundo con menos recursos naturales.

Según estimaciones del Instituto de Ingenieros Mecánicos de Reino Unido, publicadas en el estudio Global Food Waste Not Want Not, la mitad de la comida que se produce en el mundo no llega a ser consumida y termina en el basurero. Desperdicio que se debe a fallas en la infraestructura alimentaria, a un almacenaje    inadecuado, fechas de caducidad muy estrictas, el excesivo consumo del público, y a los parámetros (estéticos) de selección de los productos, entre otros factores.

Un dato alarmante si se toma en cuenta que más de 1.000 millones de personas se acuestan y levantan con hambre, y que cerca de 550 mil millones de metros cúbicos de agua se desperdician globalmente en estos cultivos que nunca serán consumidos. Situación que adquiere ribetes de escándalo al considerar que la demanda de agua dulce para la producción alimentaria podría aumentar en 2.5 para 2050, cuando en el mundo haya que alimentar a más de 9.500 millones de personas.

El informe también advierte que un 30% de los cultivos vegetales en Reino Unido no llega a ser cosechado tan solo porque no cumple con los estándares estéticos de los consumidores; mientras que la mitad de lo que la gente compra en Europa y EEUU termina en la basura. En los países en vías de desarrollo, el desperdicio deviene sobre todo como consecuencia de prácticas ineficientes en la agricultura y por sistemas inadecuados de transporte y conservación de los alimentos.

De ahí la importancia de promover no sólo políticas que fomenten la expansión de la frontera agrícola (tal y como sucede actualmente en el país), sino también programas de innovación y de capacitación para un mejor aprovechamiento de los suelos y las cosechas, y una mayor eficiencia en las etapas de posproducción de los alimentos. Pero para ello hacen falta programas de transferencia de tecnología de los países industrializados hacia las naciones en vías de desarrollo, tal y como recomienda el mencionado estudio.

Por otra parte, los científicos británicos subrayan la necesidad de que los gobiernos y las organizaciones internacionales como la ONU trabajen juntas para cambiar la mentalidad de las personas en materia de residuos, y desalentar las prácticas derrochadoras en agricultores, productores de alimentos, supermercados y consumidores. Cambios de hábitos que pasan necesariamente por crear conciencia entre las personas respecto al valor de los alimentos y la forma cómo éstos se producen y llegan hasta los hogares.