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La Doctrina Obama

Estados Unidos todavía no sabe qué hacer con gobiernos hostiles salidos de las urnas

/ 4 de febrero de 2013 / 04:54

Ahora que la señora Clinton ha decidido replegarse a sus cuarteles de invierno, tal vez resulte oportuno medir la profundidad de su huella al mando de la diplomacia estadounidense. Quizás su legado más importante sea haber enterrado la Doctrina Bush, esa que desplegó la llamada Guerra contra el Terror. Atrás parecen haber quedado la satanización del Islam como fuente infinita de atentados o el uso de embustes para derribar regímenes políticos adversos. En estos cuatro años de Presidente ya reconocemos los perfiles de la Doctrina Obama. Pero, ¿es ésta algo verazmente distinto?, ¿estamos, en serio, ante un poder imperial renovado? De intentar evaluar ello, me ocupo en estas líneas.

El punto de partida del dúo Obama-Clinton fue la situación heredada después de Bush. Les fue entregado un país entrampado en dos guerras indefinidas y onerosas, en Irak y Afganistán. La lección extraída de ellas es cuán fácil es vencer una guerra, pero qué complicado es ganar la paz. Las tropas demolieron los resortes coercitivos de ambos Estados, pero no supieron qué hacer con los escombros sociales amontonados por la invasión. La fragilidad del orden impuesto anticipa lo que ya Talleyrand definió con precisión: nada perdura si se asienta sólo en las bayonetas.

En tal sentido, la Doctrina Obama renuncia a repetir los errores de Bush.  Frente a la posibilidad de una incursión militar aparatosa, elige el llamado smart power (poder inteligente).  El asesinato de Osama Bin Laden es el ejemplo más ilustrativo de esta nueva concepción. Cuatro helicópteros, 20 soldados, 40 minutos, acción letal directa y huida instantánea. Las operaciones en Libia caminaron por la misma ruta. Obama prefirió esperar varios meses de bombardeos hasta que las fuerzas internas del país hicieran el trabajo terrestre. Se podría decir entonces que la Doctrina Obama acepta la movilización de tropas, aunque sólo bajo circunstancias seguras, transitorias y efectivas, y sin tener que pasar por la reconstrucción de un Estado ajeno.

Y claro, una conclusión lleva a la otra. Si Estados Unidos ya no está listo a invadir otros países a la primera provocación, como se ha visto en Siria, está obligado a contar con numerosos aliados a fin de redoblar su capacidad de presión. Por eso la diplomacia resulta hoy más importante que los portaaviones. En tal sentido, la palabra del momento es contención antes que aniquilación.

En sentido estricto, Clinton y Obama refrescan una breve etapa de la Guerra Fría, cuando el estratega George Kennan sentó las bases de una conducta serena de cara a la Unión Soviética, bajo el precepto de que no era recomendable ni aislarse ni impulsar una guerra devastadora. También en ese tiempo, Estados Unidos se esforzó por entender la complejidad del mundo.

Sin embargo, la Doctrina Obama delata aún un boquete significativo. Éste se hizo visible con la llamada Primavera Árabe. Estados Unidos no sabe aún qué hacer con gobiernos hostiles salidos de las urnas. Con Gadafi la faena fue fácil: un dictador caía abrumado por sus contradicciones internas. Sin embargo, con Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana que gobierna Egipto, las cosas se pintan difíciles. Quizás Hillary Clinton encuentre la fórmula en estos años de retiro voluntario.

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El motor de la ONU

Vuelvo a La Razón tras un año y nueve meses de un silencio propicio para la maduración de las ideas.

/ 21 de enero de 2013 / 04:41

Vuelvo a La Razón tras un año y nueve meses de un silencio fecundo, necesario y propicio para la maduración de las ideas. He cumplido, casi por accidente, tareas de alta responsabilidad, que me han ayudado a ser una mejor persona. Recupero el privilegio y la responsabilidad de la palabra pública; y espero que esta vez sea para siempre.

Desde hoy y cada 15 días rendiré cuentas de lo aprendido. Mientras el país digiere los resultados de las elecciones en Beni, prefiero referirme ahora a un gigantesco aparato burocrático, donde el 10 de enero pasado Bolivia cosechó una victoria enarbolando la hoja de coca. Me refiero a las Naciones Unidas, sede de mis funciones durante 2011 y 2012.

La ONU es, en esencia, una plataforma retórica en la que 193 Estados intentan captar la atención de un auditorio que finge ser la mismísima Humanidad. Fue creada para evitar las guerras y por eso ha conseguido recluir en una sola habitación a los portadores de los ejércitos más letales del planeta: Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, China y Rusia. Éste es el único círculo de poder efectivo de las NNUU. Basta con que uno solo de los cinco se rehúse a respaldar una decisión para que todo quede paralizado. Así, la ONU será infinitamente poderosa si los cinco coinciden, pero será absolutamente irrelevante si al menos uno se desmarca. Bajo esta lógica, los peligros para la paz mundial son sólo aquellos que amenazan en simultáneo a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

La otra actividad de la ONU consiste en dejar de lado los anhelos de cada país, para así poder identificar lo que sería el interés del ser humano como especie. Pues bien, para que esto suene creíble, la organización discute y acuerda documentos. Por eso, la medida de éxito de cualquier diplomático en Nueva York es haber conseguido consagrar una idea en un texto aprobado por los 193 Estados. Para llevar a la práctica tales discursos, la ONU posee un ejército de funcionarios especializados en todo lo que la imaginación abarca. ¿Quiénes pagan sus gastos? Las cinco potencias citadas y otros diez Estados ultra-solventes como Japón, Alemania o Brasil. Estos 15 países acaudalados financian el 80% de los gastos de la organización. Gracias a este dato ya podemos precisar cuál es el motor de la ONU. No es, sin duda, la simétrica Asamblea General en la que cada Estado es igual al otro, sino esa amalgama de potencias militares y conglomerados industriales. En última instancia, la fuerza predominante la conservan el poder de fuego y de gasto. Camuflando esa agria realidad, un barniz de discursos pomposos trata de crear la sensación de que una Humanidad existe y se hace audible. 

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¿Acaso era delito acullicar?

Ni el Vaticano ni la ciencia médica ni las tropas helitransportadas han conseguido que masticar la coca se convierta en ilegal. El intento más atrevido ha sido el inciso E del artículo 49 de la Convención de 1961, por el cual, desde hace más de 12 años, acullicar es delito internacional, pero era un ‘saludo a la bandera’ porque ni Bolivia ni Argentina ni Perú han arrestado a alguien por ello.

/ 20 de enero de 2013 / 04:01

La pregunta que encabeza este artículo incomoda tal vez las mentes de aquellos que miraron con sorpresa la manera en que fue celebrada la auspiciosa, aunque no por ello menos confusa, despenalización del masticado de la hoja de coca. Quienes festejaron el lunes, en musicales actos de masas en La Paz y Cochabamba, han proclamado a los cuatro vientos la victoria de la hoja milenaria sobre Estados Unidos y sus escasos aliados (15 de 183 países).

El hecho concreto es que muy pocos han conseguido explicar con claridad cuál es la magnitud del paso dado el 10 de enero y por qué el regreso de Bolivia a la Convención Única Sobre Estupefacientes de 1961 sería algo digno de cohetillos y aplausos. Tuve la inolvidable oportunidad de seguir de cerca el proceso, desde el epicentro mismo de su tramitación, la ciudad de Nueva York, sede de las Naciones Unidas. Aquí intento contribuir a entender el significado histórico de lo ocurrido en la primera avenida de Manhattan, diez días atrás.

En efecto, masticar coca nunca fue delito, ni siquiera cuando nos gobernaba el Rey de España. Los barbados conquistadores entendieron rápidamente que la hoja consumida por los incas menguaba el hambre de sus jornaleros, prolongando su rendimiento laboral. ¿Por qué ponernos a bailar entonces tras la despenalización burocrática de aquello que nunca fue verazmente castigado? La respuesta es múltiple y puede ser abordada desde ángulos complementarios. He aquí algunos esbozos que repasa la Historia, de forma raudamente cronológica, hasta desembocar en este logro del gobierno de Evo Morales.

La condena de la coca emergió por primera vez en los púlpitos eclesiales. Fueron los sacerdotes católicos europeos quienes miraron inicialmente con suspicacia a aquella hoja empleada en los rituales religiosos de los nativos americanos. La coca comunicaba a las comunidades con las divinidades ancestrales y era, por tanto, una palanca peligrosa al servicio de lo que los curas consideraban “paganismo e idolatría”. En tal sentido, es innegable que la defensa de la coca implica, aún hoy, restituir uno de los pilares de la identidad religiosa de nuestros pueblos. En un país plural como el nuestro, la extinción de la coca significaría precipitar la quiebra de una creencia legítima, es decir, recortar nuestras libertades, nuestra fe inclinada hacia la Tierra.

La segunda fuente de condena de la coca surgió más adelante de los arsenales de la ciencia. Y es que una vez que el dogma religioso católico empezó a perder sus quilates, el relevo fue a dar a manos de médicos y salubristas. Masticar coca dejó de ser pecado y se convirtió en un hábito malsano. Son innumerables las erróneas recomendaciones médicas de los siglos XIX y XX acerca de los supuestos efectos nocivos del acullico. Tres fueron las improbadas consecuencias oscuras atribuidas al arbusto: se dijo que masticarlo provocaba un letargo adormecedor, que además era adictivo y que, para colmo, al inhibir el hambre, era causa directa de desnutrición. Los nuevos pontífices de mandil blanco aseguraban haber comprobado que los acullicadores se embrutecían, eran incapaces de dejar tal vicio o que simplemente dejaban de alimentarse, porque la coca les arrebataba el apetito. En ese contexto, no faltaron quienes creyeron encontrar en la coca la receta de la supuesta inferioridad biológica del indio y aspiraban a redimirlo, apartándolo de este consumolubricado a saliva y lejía. Hoy en día ninguna de esas extravagantes teorías goza de sustento científico. El 10 de enero las Naciones Unidas añadieron un clavo más en el ataúd de la ofensiva clínica contra la coca.

Los terceros detractores fueron, ¿cuándo no?, los implacables agentes policiales y sus respectivos orientadores políticos. A aquellas alturas, la cocaína ya había sido inventada en los laboratorios del Norte, que tras unos años de ingenuo uso terapéutico, empezó a ser considerada como una droga peligrosa. Es en el siglo XX en el que los prohibicionistas sientan sus cabales. La cocaína, el opio y la marihuana se transforman rápidamente en el trío infernal. Las sociedades industriales comprenden que una drogadicción masiva de sus habitantes empujaría al abismo a su productividad y acarrearía un serio problema de salud pública. 

En esta ocasión, la condena ya no emergía de las iglesias o los hospitales, sino de los cuarteles. La coca debía ser erradicada por ser la materia prima de la narco-industria. Llegaba el turno de los Estados y sus aparatos represivos. Sin embargo, para ello, resultaba indispensable construir una legislación internacional que persiga el delito a escala planetaria. Surgió primero un acuerdo mundial en contra del opio (1912), que dio lugar, en 1961, a la Convención Única Sobre Estupefacientes, enmendada en 1972. Pues resulta que ésta terminó siendo sólo la primera, mas no la única, dado que en 1988 se estableció la Convención Contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas. Quedaba edificado así el montaje legal necesario para el combate internacional contra las drogas.

Partamos entonces de esas premisas fundamentales. La guerra contra la coca ya lleva siglos en curso y hasta ahora nadie ni el Vaticano ni la ciencia médica ni las tropas helitransportadas han conseguido que masticarla se convierta en ilegal. El intento más atrevido en esa dirección ha sido, sin embargo, el inciso E del artículo 49 de la Convención de 1961, en el que se declara expresamente que “la masticación de la hoja de coca quedará prohibida dentro de los 25 años siguientes a la entrada en vigor” de dicho instrumento internacional. En términos sencillos, el acullico debió comenzar a ser castigado en todo el mundo a partir del 8 de agosto de 2000. 

De modo que ya tenemos la respuesta a nuestra pregunta inicial. Sí, acullicar es delito internacional hace más de 12 años. ¿Alguien me podría mostrar entonces la lista de presos sentenciados por este crimen? En efecto, ni Bolivia ni Perú ni Argentina han arrestado a nadie por inflar cachete al empuje de la hoja sagrada.  El famoso inciso E es lo que comúnmente se califica como un “saludo a la bandera”.

Pues resulta que desde el 10 de enero Bolivia es el primer país que queda liberado de cumplir con semejante disparate. Concedamos que es una formalidad, pero también aprendamos a reconocer que el Gobierno ha sido responsable, valiente y congruente al haber estampado su reserva, y haber reparado, así sea solo para Bolivia, una previsión que se burla de la lógica más primitiva.

A estas alturas, usted ya habrá entendido que el acullico ha dejado de ser acción prohibida únicamente en nuestro territorio. A los demás países en los que masticar coca es costumbre aceptada, la Convención de 1961 les seguirá apuntando con el dedo acusador. Bien le valdría, por ejemplo, al Perú de Ollanta Humala imitar los sabios pasos de Bolivia.

Algo que muy pocos aceptan es que la acción boliviana de defensa de la hoja de coca ya es política de Estado desde los años 80. Entre el último gobierno de Víctor Paz Estenssoro, con Guillermo Bedregal como canciller, y la presidencia de Jaime Paz Zamora, con Carlos Iturralde al mando de la política exterior, Bolivia también se atrevió a presentar una reserva similar, aunque aquella vez, ante la Convención Contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas, discutida en 1988. En este cuerpo legal, cuya preocupación central ya no son ni la cocaína ni el opio, sino las anfetaminas o la extradición de narcotraficantes, de entrada se admite la reserva boliviana, cuyo tenor es prácticamente el mismo del presentado por el mandatario Evo Morales en diciembre de 2011, de cara a la Convención de 1961. Dos regímenes diferentes se atrevieron al mismo gesto y la coca fue capaz de perforar murallas ideológicas.

Pero no sólo eso. A iniciativa de los países andinos, la Convención de 1988 ya consigna en su artículo 14 la necesidad de “tomar en cuenta los usos tradicionales lícitos de plantas como la coca, donde al respecto exista evidencia histórica, así como protección al medio ambiente”. Aquellas son las huellas de un movimiento cocalero que ya retumbaba frente a los palacios, décadas antes de hacerse del poder político en 2006. 

Algunos piensan que al haber presentado una reserva en 1988, ésta también vale para 1961. No es así y ésa fue la excusa perfecta para no actuar. El 10 de enero Bolivia ha conseguido que las convenciones de 1961 y 1988 sincronicen armónicamente y les ha demostrado a sus vecinos que la diplomacia es algo más que deambular narcotizado por el vino a través de alfombrados salones.

La coca y una maestra ocurrente

Diciembre de 2012. En una escuela primaria del pequeño pueblo bávaro de Weissenhorn, en el sur de Alemania, una inquieta maestra de Geografía decidió aproximar a sus alumnos a una realidad que lucía distante y fría, recluida en los libros de texto. Cuando le tocó dictar una clase sobre el Perú, decidió hacer aterrizar en el aula un trocito de la vida real.

Así, sus alumnos del séptimo grado vieron ingresar a aquel templo de la enseñanza a una sonriente peruana de 49 años, ataviada con traje cuzqueño y dispuesta a mostrarles, de primera mano, las maravillas de su país de origen. De pronto la disertante invitada derivó en el tema de la existencia y usos de la coca. Extrajo entonces de su bolsa un puñado de hojas para que los pequeños alemanes pudieran tener contacto vivo y directo con aquella muestra de su cultura local. Les explicó que con esas hojas se prepara un té vaporoso, que además se las usa como medicamento y que cualquier ciudadano puede comprarlas en el mercado. Picados por la curiosidad, los niños se esforzaron por chupar las hojas a fin de experimentar sus efectos benéficos.

Horas después, un coche patrullero se estacionó en la escuela. Algunos padres asustados habían alertado a la Policía sobre el verde recurso pedagógico. El director del colegio les explicó a los uniformados que él no estaba al tanto de que dichas hojas figuraban en la lista de narcóticos. “Ni la dama ni la maestra hicieron esto con mala intención”, reza la carta de disculpa enviada a los padres por la dirección del colegio. Mientras tanto, la entusiasta conferencista peruana tuvo que sufrir el allanamiento de su vivienda, donde le decomisaron las hojas restantes. “¿Y los estudiantes?”, preguntó el periodista que redactó la noticia. Ellos están muy bien, aunque algunos se quejaron de que la lengua se les había adormecido un poco.

Este ejemplo muestra de modo elocuente lo mucho que nos falta recorrer para que el mundo acepte que nuestra hoja es inofensiva para la salud humana. Mientras la coca siga figurando en el puesto 20 de la lista de estupefacientes número 1 de la Convención de 1961 habrá que ser cautos en el festejo.

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