Cuando alguien adopta una posición intransigente respecto a algún tema, no queda otra sino respetarlo. Sólo un necio puede exigir que todos piensen igual que él. Cuando un pueblo es diferente, entonces es un pueblo extraordinario. Ésa es su riqueza. Con ese criterio se deben leer la cosmovisión andina y sus manifestaciones culturales.

Pretender que la cosmovisión de un pueblo ajeno sea igual a la que uno tiene es inaudito. Eso sería como desconocer territorios climáticos, históricos y políticos. Sin embargo, así de contradictorio es para los eurocentristas lo que hacen los aymara-quechuas. Jamás les gustará, aunque hay excepciones. Los andinos están en su territorio y ahí deben manifestar lo que piensan y lo que saben hacer. Estos pueblos pertenecen a la revolución agrícola y han sido interferidos por otras civilizaciones. Ése es su contexto.

Una de las manifestaciones culturales del pueblo aymara-quechua es su propia visión del Carnaval. Dentro de este marco, la markha (k’illpha) y la ch’alla son integrales. La primera, en áreas rurales; mientras que la segunda se magnificó en las ciudades. Se habla de jisk’a y jach’a anata. Los homenajes del jisk’a se dirigen a los animales; y los de la jach’a, a la casa. Su relación con la Madre Tierra es tan importante que merecen una fiesta. La primera es una celebración y una suerte de matrimonio de animales. La segunda es una recepción de agradecimiento a los productos de la Pacha Mama. “No se baila así nomas…”, dice Sigl-Mendoza. Y justamente en esa dirección hay que ver el Carnaval andino. No son fiestas ni danzas a ciegas y a tontas, ambas festejan un hito alcanzado en el calendario andino.

La markha o k’illpha es una designación y asignación de los animales a los miembros de la familia. Para ello preparan una ceremonia, se compran lanas de colores para elaborar los aretes que adornan las orejas de los animales seleccionados y homenajeados. Asimismo, además de ingredientes propios de los ritos andinos, se compran frutas (en especial membrillos y duraznos), confites y la infaltable coca. Hasta los animales tienen que acullicar coca y confites en su recepción. Por supuesto también están la serpentina y el alcohol o vino para la ch’alla. Para el matrimonio de las ovejas y vacas, se tiende una frazada, sobre ella se extiende un aguayo, y luego se colocan dos tarillas llenas de coca y confites. Ahí traen dos borregos, un macho y una hembra; y así con el resto de los animales. Luego se marcan y colocan los aretes de casados; y después se introducen hojas de coca y confites en la boca de los animales, se les sueltan cantando: ¡wipha!, la música de pinkillus, tarqa, salliwa u otra apropiada para la época.

En La danza ritual de los ‘chaxis’ se explica que se recibe y se ch’alla a la nueva papa. En las ciudades es más común ver a la gente corriendo desde las 06.00 a ch’allar su casa y luego su lote. Hacen este rito como todos saben: con alcohol, vino, confites (de varios tamaños), membrillos y duraznos.

Tampoco puede faltar la coca, adornos hechos manualmente y productos industrializados, como serpentinas y globos de todo tamaño y forma. Los andinos tienen un pensamiento seminal, esto significa seguir el modelo de desarrollo biológico (Kusch). La Tierra y los humanos son uno; y hay que festejar ese espíritu y la creencia de la unidad y fuerza de los humanos con su entorno. Es el deseo de que esa relación dure más tiempo; el respeto, el amor a las cosas que nos cobijan y nos cuidan, y que merecen reciprocidad. Eso es criar la vida, ése es el embrión de vida que nos sostiene como seres gecéntricos.