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Un asesinato selectivo

La película Zero Dark thirty, brillantemente producida por Kathryn Bigelow, no obstante su truculencia, no refleja al cien por ciento  la  verdadera matanza que terminó con la vida de Osama bin Laden, la medianoche del 6 de mayo de 2011.

La secuencia de la Operación Neptuno, organizada meticulosamente por la CIA, recién se puede apreciar al vivo y en directo en el libro de Marc Owen (pseudónimo) escrito en colaboración con el periodista Kevin Maurer, bajo el título No easy day (No fue un día fácil). Las 316 páginas impresas por la editorial Dutton, (2013), claman en el subtítulo que es “el relato de primera mano de la misión que mató a Osama bin Laden”.

En efecto, el autor es uno de los 24 rambos y el perro Cairo, que formaban el SEAL team six (equipo muy bien entrenado) que recuerda con toda puntualidad minuto a minuto la media hora que sorprendió dormido al jefe de Al Qaeda, rodeado de sus mujeres, su primogénito, su nuera y algunos de sus nietos, en su refugio de Abbottabad, en Pakistán.

Ejecutados su hijo Khalid, sus dos guardaespaldas y reducida la comunidad familiar, sólo quedaba Gerónimo, que fue el apelativo asignado al terrorista. El primer operador que se enfrentó con él, le disparó a matar en la cabeza y luego lo remataron otros a sangre fría. Sorprende que ese asalto, gracias a la moderna tecnología, hubiese permitido ser observado al detalle por el presidente Obama, autor intelectual de ese asesinato, desde la situation room de la Casa Blanca.

Como faltaba comprobar que el cadáver era realmente el requerido, los “seals” le limpiaron la sangre del rostro, le apartaron la barba para tomarle fotos de frente y de perfil, le abrieron el párpado del único ojo que le quedaba, hurgaron su boca en búsqueda de saliva, extrajeron sangre para pruebas de ADN y, finalmente, midieron su elevada estatura, haciendo recostar a su lado a un marine de seis pies de altura. Sólo entonces transmitieron al Presidente la clave EKIA (enemigo muerto en acción). Sin embargo, el rifle y la pistola del occiso reposaban en su armario. Owen protesta que Osama bin Laden, quien ordenó la muerte de miles de seres humanos, no hubiese tenido el coraje de intentar defenderse y, como otras figuras conocidas, desease entregarse vivo. Pero los americanos lo preferían muerto. Además, rápidamente identificado, su cadáver es arrojado al mar, para obviar autopsias inconvenientes.

Ese fue el dramático final de Osama bin Laden, a sus 54 años. Con la barba teñida, una bata de dormir amplia y un armario pulcramente ordenado, donde sus camisas y sus calzoncillos estaban perfectamente planchados y doblados. Su oficina, adyacente al dormitorio, contenía numerosos folders de papeles, videos, CD y varios libros. Casi todo ese archivo fue envuelto apresuradamente y acompañó al selecto cadáver al helicóptero, que se alejó raudamente hacia Afganistán entre las sombras de la noche. Paquistán protestó tímidamente por el atropello a su soberanía, pero con la conciencia intranquila por haber ocultado por diez años al enemigo público número uno de Estados Unidos, su ferviente aliado.

Ese fue un modelo clásico de asesinato selectivo. En cambio, en estos últimos días se descubre que soslayando incursiones en suelos soberanos se utilizan los drones (vehículos aéreos no tripulados) para ejecutar terroristas, con bombardeos quirúrgicamente programados en sus guaridas de Yemen, Somalia o Paquistán. Lo grave de estas travesuras es que  los daños colaterales son inevitables y que, a veces, se pierden vidas de civiles inocentes.