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Valores

Philip Johnson fue un importante arquitecto estadounidense que en 1962 escribió un provocativo artículo titulado: ¿Por qué queremos ciudades feas? En el citado texto, el profesional realiza un lapidario repaso por las ciudades norteamericanas estableciendo la existencia de un tremendo desorden urbano, que le permite preguntarse: “¿Por qué no queremos ciudades adecuadas y bellas? La única razón imaginable es que no queremos.” Y remata afirmando que: “no tendremos ciudades concebidas más a tono con nuestros deseos íntimos mientras no cambien los valores de la gente”.

Recurro al texto de un gringo porque los temas urbanos son tan paradójicos y complejos que muchos recién se convencen de las críticas cuando las dice un foráneo. Y el gringo en cuestión arremete contra el estado de las ciudades de EEUU asimilándolo a los valores del materialismo y la empresa privada, tan propios del mundo estadounidense donde “los negocios y la economía son palabras positivas”. Ácido crítico de su medio urbano, Johnson se lamenta de la pésima calidad de los edificios públicos, y recuerda nostálgico el enorme legado patrimonial de las ciudades europeas o prehispánicas. Ya colérico con los miserables subsidios que se otorgan a la construcción de los edificios públicos, afirma “y que nadie formule la estúpida pregunta: ¿de dónde saldrá el dinero?”.

Si un gringo se queja de sus ciudades en ese tono ¿qué nos puede quedar a nosotros? Casi nada. Pero rescatemos una frase clave: pérdida de valores. Saber en que momento de la Historia nos subimos al materialismo de matriz occidental, que rige vidas y haciendas, carece de importancia. Lo indiscutible es que aquí, en estas alturas andinas de la periferia mundial, se instaló el capitalismo dependiente de manera muy provinciana pero virulenta, y perdimos los valores que buscan la belleza urbana y el buen vivir en nuestras ciudades. Sin ellos, tanto las inversiones públicas como las privadas se ensañan con esta ciudad, y levantamos día a día una espantosa escenografía urbana que, “orgullosos”, dejaremos a nuestros hijos y nietos.

Dentro del reciente maremágnum urbano, que muchos se ufanan en llamar “boom de la construcción”, destaco la presencia perniciosa y pestífera de dos culpables: el automóvil y los edificios en altura. Con ellos, esta ciudad inicia el siglo XXI enterrando esa calidad y escala urbana que conocimos y gozamos décadas atrás. La pasión por el dinero, el desinterés por lo colectivo, el apetito desmesurado de consumir y la angurria que se mezcla con lo miserable, que todos nosotros manifestamos a la hora de construir ciudad, han terminado por poner la última palada de tierra a este hermoso sitio que tan generosamente nos legó la Pachamama.