En ciertos países como EEUU y China, el piso en el nivel del suelo es la “primera planta”; y el piso de encima es el “segundo piso”. Por el contrario, en la mayoría de los países de América Latina y Europa, el piso situado en el terreno es la “planta baja”, y el piso de encima, la “primera planta”.

Paradójicamente en Bolivia, un aspecto de tanta trascendencia como la definición de la posibilidad de la reelección presidencial ha devenido en la misma lógica, aplicada para la nominación del “primer piso” antes referido. Pues don Evo Morales sostiene que está ejerciendo recién su primer mandato, con la nueva Constitución. Por el contrario, la oposición afirma que ésta es su segunda gestión, y su postulación para un tercer  periodo, constitucionalmente, ya no le estaría permitida.

A esto ha quedado reducido el debate nacional sobre la reelección presidencial, a una simple convencionalidad en cuanto a la nominación de los mandatos presidenciales, desprovista de ideas de mayor consistencia y envergadura. Sin embargo, la cuestión de la reelección presidencial, sobre todo en la región, no es tema de poca monta, sino fiel reflejo del cariz y la idiosincrasia latinoamericana en el marco del fenómeno conocido como “Caudillismo”, y que precisamente ha sido el leal compañero de su atraso económico y cultural.

No es una mera cuestión de cómo computamos los mandatos ejercidos por un presidente en ejercicio, sino más bien de cómo concebimos y entendemos a la democracia en Bolivia. Lo cual automáticamente nos llevará a que tomemos posición en pro de las ideas de alternancia política, renovación de liderazgos y, ante todo, con relación al esencial principio constitucional de la separación de poderes.

Cabalmente, ésta fue la razón por la cual la Corte Constitucional de Colombia, hace ya tres años, mediante un histórico fallo, dispuso la inconstitucionalidad de un tercer mandato consecutivo del entonces presidente Uribe, señalando que el tolerar la posibilidad de una extensión tan prolongada del presidente en el Gobierno rompería el necesario equilibrio y contrapeso de poderes, diseñado y contenido en la propia Constitución, como la base del gobierno democrático. Similar razonamiento llevó a la democracia estadounidense, cuna del sistema presidencial, a restringir el tercer mandato de sus presidentes a partir de la denominada Costumbre Washington.

Estas sólidas convicciones democráticas e ideológicas son en realidad las que justifican la restricción a cualquier presidente para extender su mandato a un tercer periodo consecutivo, y de ningún modo la simple y meramente convencional consideración de si en Bolivia llamamos a un determinado mandato ya sea segundo o, tercer piso.