Para economistas
El valor de los bienes es subjetivo y viene determinado por las preferencias de los consumidores
De vez en cuando se me ocurre escribir sobre economía, ésta es una de esas veces. Lo cierto es que el título de este artículo debería ser: Sólo para economistas, porque soy un convencido de que los temas que tratamos los economistas son tan aburridos para quienes no están iniciados en la ciencia económica, que podría compararse con tener que atender a visitas inesperadas. No me voy a referir a la ley de bancos o a la colocación de deuda pública, dejaré estos temas para los profesionales. Voy a referirme a un tema teórico que hasta hoy es causa de muchos de nuestros males.
Que el valor de los bienes es de carácter subjetivo y que viene determinado por las preferencias de los consumidores, hoy sabemos que es una verdad inobjetable. Por ejemplo, el valor que personalmente le doy a una interpretación del grupo Veneno es negativo, es decir, que me hace daño escuchar su música, como su nombre lo destaca, me produciría el mismo efecto que si ingiriera un raticida; sin embargo existen, en todo su derecho, quienes consideran las interpretaciones de este grupo como música celestial. Pero esta conceptualización del valor que hoy parece obvia no siempre fue así y, lamentablemente, todavía existen quienes no acaban de comprenderla.
El señor Carlos Marx, quien probablemente haya sido un gran sociólogo, en economía andaba tan perdido como una aceituna en medio de una torta. Cuando leyó a Adam Smith entendió que el profesor de Glasgow había planteado una teoría del valor trabajo, es decir que el trabajo era el determinante del valor de los bienes.
Pero lo cierto es que ni Smith ni ninguno de los economistas clásicos cometió tal error. El uso que hace Adam Smith de las unidades de trabajo es como deflactor, para colocar los valores monetarios en términos reales. En otras palabras, las unidades de trabajo son para Smith una unidad de medida y, de ninguna manera, un determinante del valor de los bienes, de la misma forma que podemos medir la distancia entre dos localidades en metros o en yardas, pero ello de ninguna manera va a determinar cuán lejos está una de la otra.
Sobre la base de esta lectura equivocada, de la que probablemente no podemos culpar solamente a Marx, sino también a sus seguidores, se construyó una fantasiosa explicación de la explotación, basada en la plusvalía, que no solamente ha oscurecido el análisis económico y confundido a muchas generaciones, sino que, fundamentalmente, ha dado paso a un sinnúmero de restricciones a la actividad creadora de riqueza, conduciendo a muchas sociedades a sumirse en la pobreza.