El vuelo de la historia
El juego de imágenes y recuerdos que se juega en Oruro no deja de ser contradictorio
Es posible hacer tábula rasa con el pasado? La construcción de nuevas narrativas históricas, iconos y celebraciones festivas han formado parte de la agenda de las revoluciones, conscientes que su legitimidad y apuesta de futuro requiere de otro pasado, que las consagre y justifique. Los revolucionarios franceses intentaron armar un nuevo calendario republicano para substituir al eclesiástico; el proletkult soviético acató la “decrépita” sensibilidad burguesa; y la revolución cultural maoísta atacó las herencias clasistas de la milenaria sociedad china. A la postre, el pasado de siglos se defendió y retornó.
El juego de imágenes y recuerdos que se juega en Oruro no deja de ser contradictorio, particularmente cuando adquiere forma de memoria, cargada de subjetividades e imaginarios no pocas veces arbitrarios. ¿Qué tendrá que ver por ejemplo el guerrillero Che Guevara con el aviador Juan Mendoza? Nada, ni en tiempos ni en proyectos sociales; pero los mineros de Huanuni —la otrora vanguardia proletaria— encabezaron su marcha con el señorial prohombre orureño, seguido del comandante argentino; como si el primero legitimara al segundo; o algo así.
En Oruro se vive una disputa por el sentido del pasado. Para oponerse a una designación considerada arbitraria, la población recupera de su memoria una figura que considera gloriosa y unificadora. Juan Mendoza y Neuruldes fue el boliviano que debutó en surcar los aires nacionales en noviembre de 1921. Aunque mal nos pese a nuestra conciencia nacionalista, el primero que voló en Bolivia fue el piloto chileno Luis Omar Page, el 31 de julio 1915; no obstante Oruro podría reivindicar que fue en su espacio aéreo.
En esos años la aviación —o la “volación”, como se la llamaba en un argot que aún no encontraba las palabras precisas para describir el nuevo fenómeno— representaba la culminación de la gesta del progreso y la modernización. Acortar el tiempo de traslado y desatarse del dominio del suelo pasó de un sueño a la realidad; aunque al principio para favorecer a pocos adinerados. En el imaginario se forjó la idea de cada piloto como un arronjado que desafiaba la muerte, como un caballero medieval, pero sobre un corcel de tela, madera y acero.
A Mendoza, empero, le ocurrió lo mismo que a la intrépida potosina Amalia Villa de la Tapia, la primera mujer aviadora, pues chocó contra los poderes centralistas paceños y la lógica de un Estado que buscaba afirmar su poder de fuego y punición con las novedosas máquinas de guerra militar. A ambos, por civiles y principalmente por pertenecer a aquellos departamentos considerados periféricos, nunca se les dio un lugar destacado, ni favorecieron su rol; prefirieron apostar por fortalecer la aviación militar asentada en El Alto de La Paz. Recién en 1925, con los navegantes alemanes y sus junkers de acero, se fundó el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB). De ahí en más, la unidad de espacio, mercado y fuerza, en alas del progreso, forjaban las condiciones modernas para la unidad estatal y viceversa.
La labor del presidente Evo Morales, gracias a cuya política la aviación volvió a Oruro (su punto de origen), no requiere de aduladores que propongan su nombre. Ya habrá tiempo para ponderar su proyecto histórico en Oruro y otras latitudes; entre tanto surca sobre la altiplanicie andina el Ángel de la Historia del que hablaba Walter Benjamin.