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Burocracia

¿Qué ciudadano correctamente documentado no ha sido víctima de estos abusos burocráticos?

/ 6 de marzo de 2013 / 04:49

Una de las figuras agrícola-gramaticales muy en uso es el arraigo. El arraigado no puede dar un paso por los alrededores de su casa. Si uno tiene arraigo, es como tener un sólido roble con sus raíces atornilladas al duro suelo.

Una vez tuve que viajar al exterior y, estando como estoy, desarraigado de los bienes terrenales, el fisco de todas maneras me podía arraigar como roble centenario. Entonces, para obtener el pasaporte de la República de Bolivia (una especie de salvoconducto previo que me permitiera viajar), tuve que saludar fríamente a cada uno de los funcionaros que tenían algo que ver con el trámite. La tarea del funcionario era de tal solemnidad y, por mi lado, la gestión del solicitante era tan modesta, que fue imposible intercambiar entre ambos la más mínima sonrisa convencional.

Se sobreentiende que mi expediente estaba “limpio”. No tenía ni una mácula de falta o delito o traspié. Para obtener el ansiado documento, tuve que pasar por 14 oficinas, 14 (en las que, colocado en una pared incolora estaba la fotografía del Sr Presidente; al otro lado, el empleado con cara de funeral); pero viajé.

La última firma y sello que logré obtener, al final de la peregrinación burocrática, la obtuve en una oficina cuyo mobiliario se limitaba a dos escritorios y tres sillas. El jefe de aquella sección, tras sus gruesos lentes sobre montura de alambre, todo apoyado en una nariz superlativa, leía plácidamente la sección deportiva del periódico. Al otro lado, el empleado de menos grado, que no leía nada, parecía soñar en paraísos nunca vistos, quien, con autoridad indiscutible, empuñaba el manoseado sello de goma, el único y principal bibelots de la fría sala, semiseco, pues no había presupuesto para más tinta color morado. Así pues, un objeto tan importante en cualquier oficina pública, y tan golpeado por el guardasellos de la Corona, estaba casi machacado. En el rincón del ángulo oscuro, impaciente temblando de ira, se hallaba el solicitante, a la espera del último sello. ¡Habiendo recorrido las 14 oficinas conseguí el documento para viajar!

Otros requerimientos con los que las oficinas de la administración nunca se hastían son el documento nacional de identidad, que debe certificarse para ciertas gestiones, porque con un documento no basta. Hay que fotografiarlo, visarlo y volver a certificar que es copia legal.

Hay oficinas que exigen la repetición cacofónica de toda certificación anterior. Si un ciudadano está “certificado” por el carnet de identidad, no necesita más. Pero entonces no habría que satisfacer el hambre de firmas, sellos, fotocopias de toda la parafernalia de la que se nutren miles de oficinas, superpobladas de empleados del Estado. ¿El Estado superempleador nutre la superpoblación de funcionarios?

Así que volvemos a empezar: papeles, certificados de bautismo, de matrimonio, sellos, certificados, firmas de abogado, testimonios, y doble firma en la fotocopia del carnet de identidad. Y si mal no viene, algunas coimas bajo la mesa al funcionario que no ve, no oye, pero sí que las admite sin chistar; mejor si son en papel moneda. ¿Qué ciudadano correctamente documentado no ha sido víctima de éstos y otros abusos burocráticos?

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Medio siglo al servicio de Bolivia

Medio siglo de trabajo en la Agencia de Noticias Fides y 91 años de edad no son poca cosa

/ 7 de agosto de 2013 / 04:43

El 5 de agosto del año del Señor de 2013, la Agencia de Noticias Fides (ANF) cumplió su primer (¡!) medio siglo de vida, y al mismo tiempo, quien la echó andar al mundo cumplió sus 91 años de edad.

Lo primero que debo hacer en esta ocasión feliz es agradecer a la Divina Providencia por los favores hasta aquí recibidos; y enseguida, expresar mi sincera gratitud a todos aquellos que me han acompañado y ayudado en estos largos años de existencia laboriosa, con su amistad, su colaboración y paciencia, con sus buenos consejos y también con su crítica.

Medio siglo de trabajo en ANF y 91 años de edad no son poca cosa. Hubo tiempo para soñar, para trabajar y aprender, para fracasar y levantarse.

Sacar de la nada la primera agencia de noticias boliviana no fue una mala idea. Sostenerla y hacerla crecer fue todo un triunfo. Ganar la confianza de la buena gente fue una recompensa. Merecer la justa crítica, una enseñanza. Recibir alguna bofetada, un aprendizaje.

Mirando hacia atrás, sin dejar de mirar hacia adelante, quiero recordar con gozo la colaboración de muchos en la causa de la democracia en Bolivia.

Sea en tiempos de bonanza como en tiempos turbulentos. La fidelidad a los grandes principios de la convivencia humana; la constancia en la propuesta democrática, frente a los autoritarismos de todo color; la defensa del Estado Social de Derecho y sus instituciones fundamentales, eso es lo que hemos procurado hacer, entre todos.

Espero que de la gente que integra Agencia de Noticias Fides mantenga el mismo coraje que ha demostrado frente a las amenazas o a los halagos interesados. La libertad de prensa en el marco de la responsabilidad social será el desafío que el periodismo independiente habrá de sostener.

Creo que éste es el camino a seguir, mereciendo la credibilidad y el respeto de la sociedad a la que nos debemos. Mi deseo es reconocer y animar a quienes tomaron el testigo olímpico, y a los que siguen en la tarea que cumplieron hasta ahora con vocación, profesionalismo y sentido de servicio a Dios y a la patria. Cada uno, firme en su puesto. Por mi parte, ya les entregue el legado familiar.  Ahora, como dijo Don Miguel de Unamuno, “Que inventen otros”.

No quisiera ser irreverente, pero aún contando con mis limitaciones y mis errores, me atrevo a repetir lo que San Pablo le escribía a su discípulo Timoteo: “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación”. (Segunda Carta a Timoteo 4:7-8). ¡Que así sea!

Es sacerdote jesuita, exdirector de la Agencia de Noticias Fides (ANF).

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Razón de Estado

Con esta columna termino la serie de artículos que inicié en 1960 y a los que rotulé ¿Es o no es verdad?

/ 22 de mayo de 2013 / 04:23

No hay de qué sorprenderse si Evo Morales se empecina, y lo proclama sin rubor, en candidatear por tercera vez para presidente del Estado Plurinacional; no nos sorprende, digo, si hubo un político italiano que fue siete veces presidente del gobierno ¡ojo!, del gobierno, no del Estado, Andreotti, fallecido en Roma el pasado mes de abril; siendo así que nadie le discutirá a la Constitución italiana su cualidad democrática. Y no es que con esta referencia quiera yo justificar el continuismo que Evo Morales parece pretender.

Andreotti, democristiano hasta la médula, tuvo el valor civil de no ceder al chantaje que las Brigadas Rojas planteaban con la amenaza de asesinar al otro democristiano Aldo Moro, con quien mantenía una estrecha amistad, aunque tenía algunas diferencias dentro del mismo partido. La más significativa divergencia era que Aldo Moro planteaba un pacto entre el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Comunista Italiano. Una alianza de convergenze parallele que contradecía lo que nos enseñaron en la escuela primaria, es decir, que las líneas paralelas son aquellas que, siguiendo la misma dirección, nunca se encuentran. ¿Era pues admisible el pacto entre cristianos y comunistas ateos?

Adviértase que hablo de los años de plomo, los años de otros terroristas, como Giangiacomo Feltrinelli, el mismo que estuvo en Bolivia, seguramente en busca de renombre en círculos de la izquierda radical latinoamericana. Con más rigor lógico que Aldo Moro, Giulio Andreotti no cayó en la trampa de las Brigadas Rojas y, aun cuando fue criticado precisamente por no ceder a la extorsión, hizo prevalecer el principio de la cuestión de Estado.

Muchos de nosotros, es decir, de mis caros lectores y de un servidor de ustedes, recordamos con estupor la fotografía del automóvil en cuya maletera los asesinos metieron el cadáver de Aldo Moro, asesinado a punta de metralleta. Puro terrorismo de la peor especie. Y, sin embargo, a pesar de lo aquí dicho, Andreotti gozaba de un humor muy fino. Una de las barzellette (chascarrillo, en castizo castellano) que recuerdo haber leído señalaba: “la humildad  es una virtud muy hermosa, salvo cuando uno tiene que presentar los balances al Fisco”. Y esta otra: “El poder desgasta, sobre todo, al que no lo tiene”.

Termino. Escribí este comentario poco después de haber dejado la Dirección de la Agencia de Noticia Fides sin despedirme. Con esto termino la serie de artículos que inicié en 1960 y a los que rotulé con el desafiante título general de “¿Es o no es verdad?”. Y ahora sí que les digo adiós.

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Cálido y entrañable Francisco

El papa Francisco recordó que el verdadero poder de la Iglesia está en el servicio a los demás

/ 20 de marzo de 2013 / 05:21

Cómo no hubiese querido estar presente en la charla (porque fue más amigable que una conferencia de prensa) que dio a los 6.000 periodistas!; y cuánto no habría querido concurrir a la primera misa del nuevo papa, Francisco, que tuvo lugar en la gran plaza de San Pedro. Sobre la Iglesia Católica, y especialmente sobre su curia vaticana, hay tanto para hablar y discutir que no sé por dónde empezar. Seleccionaré algunas de las ideas que se están tratando en estos días. Sólo muy por encima. Como gato por las brasas.

¡Se habla tanto del poder del Vaticano e incluso de su actual decadencia!, que por esto me voy a referir, lo más exactamente posible, sobre algunos pensamientos del propio Francisco, y los transmitidos por los periodistas testigos de las celebraciones vaticanas. En esta ocasión, el Pontífice recordó que el verdadero poder de la Iglesia está en el servicio a los demás: “sevus sevorum Dei”; (siervo de los servidores de Dios) ha sido el lema tradicional que adoptaron los papas. Francisco dijo lo mismo, pero a su manera: “ir con los brazos abiertos a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles y los más pequeños” es la forma de poder más humana y justa. Y concretó aún más: “quiero una Iglesia de los pobres y para los pobres”. Conformando esta misión, el Papa afirmó que “el mensaje más fuerte del Señor es la misericordia”. E incluso sorprendió con la novedad de una completa definición de lo que llamamos ecología, llamó a hombres y mujeres a ser “guardianes del medio ambiente”.

Tengo para mí que una iglesia fundamentada en la voluntad del Dios creador y que, además, está dispuesta a cambios ortodoxos, como ha sido la dimisión personal de Benedicto XVI, agregado al empuje apostólico que manifiesta el nuevo papa, Francisco, es una iglesia que no está en decadencia, sino en pleno vigor.

Uno de los afortunados periodistas que asistió a la charla de Francisco explicaba: “Nos dijo que nos bendecía, pero que nos bendecía en silencio, para respetar al agnóstico y al ateo, al protestante y al musulmán, y al laico y al nihilista, aún consciente de que todos somos hijos de Dios”. Así es que el Papa “rezó cabizbajo y hacia dentro”, complementaba el periodista. Y también abrazó a un reportero no vidente que asistió al acto.

Uno de los rasgos del nuevo Pontífice es su inteligente sentido del humor. “No se puede tomar en serio a la gente que no sabe reírse”, comentaba otro de los periodistas asistentes. Y nos explica también que “Francisco ha cuestionado siempre los rigores del protocolo, y no suele exponer sus ideas con los papeles en la mano. Habla al público con gran seguridad y claridad”. Además, crea una corriente de confianza, un ambiente “cálido y entrañable”, “con personajes, lo mismo que con subalternos que se acercan para abrazarlo”.

Termino este comentario con la pena de no haber podido completarlo con otras facetas de la rica personalidad de Francisco; así como tampoco tuve tiempo ni espacio para explicar fraternalmente que la Iglesia Católica Apostólica y Romana no está en decadencia.

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Arrepentimiento y perdón

Arrepentirse de algo mal hecho no es disminuir la propia valoración, es más bien un acto de nobleza

/ 13 de marzo de 2013 / 04:56

Pasado el Carnaval, tiempo dedicado, desde siglos lejanos, a la diversión y al jolgorio, frecuentemente non santos (dicho en latín macarrónico), la Iglesia propone a sus fieles un tiempo de especial reflexión espiritual. Son 40 días de la Cuaresma que deberían ser de renovación espiritual y firmes propósitos de ser mejor. Son también la mejor oportunidad de preparación para la subsiguiente Semana Santa, cuando se conmemora con especial devoción la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, Salvador.

La Iglesia recuerda a los católicos y a todos aquellos hombres de bien que de-seen escucharla el deber moral (digámoslo en términos familiares), la obligación de portarse bien. Comportamiento que no sólo se refiere al hombre y a la mujer, al joven y al viejo, individualmente considerados, sino que repercute beneficiosamente en la convivencia social en la que vivimos. Perfeccionarse a sí mismo en todo aquello que nos incumbe es la mejor contribución que cada uno puede hacer al turbulento mundo en que vivimos.

Como fruto de la predicación semanal estimo oportuno destacar dos virtudes indispensables para la tranquila convivencia: el arrepentimiento y el perdón. Arrepentirse de algo mal hecho no es disminuir la propia valoración, sino todo lo contrario: es una forma de reconocer que lo mal hecho con pleno conocimiento o por un error que pudo evitarse no perfecciona a uno mismo, sino que lo minimiza. Arrepentirse de lo mal hecho es un acto de nobleza consigo mismo. Uno reconoce no ser tan excelente como creía o quería hacer creer a los demás.

Así trato yo de explicar en una exégesis muy personal y que puede discutirse: la hermosa parábola del hijo pródigo. Aquel joven de familia acomodada o rica que exigió su herencia para salir del hogar y “farrearse” locamente. El muchacho no se arrepintió por un arrebato de sentido moral sino porque, habiendo dilapidado lo que heredó por su propio capricho, llegó al punto de no poder ni siquiera comer las bellotas que alimentaban a los chanchos del lugar. Tampoco tenía sandalias (aquí sería ojotas) que calzar. Ni vestía la ropa que lucía antes del abandono de su casa. La cruda realidad del pordiosero por su culpa le indujo a retornar.

Ahora bien, cuando Jesús desarrolla esta parábola le infunde otro sentido, el del pecador que vuelve al camino del bien porque se lo pide la propia conciencia. Este es el verdadero sentido de la narración. La infinita magnitud de Dios para aquellos que realmente se arrepienten por “haberos ofendido”, reza una hermosa oración que aprendimos en el catecismo. En cuanto a la segunda escena de la parábola, el padre del hijo pródigo que nunca dejó de esperar su retorno, y que cuando vuelve apesadumbrado y contrito, ordena que se celebre una espléndida fiesta y gozo familiar, es la figura de Dios misericordioso y perdonador.

Un tercer personaje es el hijo que no abandonó el hogar que no logra reprimir su envidia, porque a él nunca le dieron un animal bien cebado para festejar algún acontecimiento con sus amigos. Este tercer personaje merecería otra reflexión. Y así termina este comentario del capítulo dedicado al hijo pródigo y a su padre, fue el que más me impresionó.

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Heterodoxo a mi manera

/ 27 de febrero de 2013 / 06:00

A fuerza de leer, día tras día, los pronósticos —si no intrigas— alrededor del próximo sucesor de Joseph Ratzinger, que se retirará a una vida monacal al anochecer, hora romana, del 28 de febrero, me he vuelto heterodoxo. Aclaro, heterodoxo a mi manera. Para pasarme a esta heterodoxia han sido determinantes los videntes y adivinos que vaticinan, día por medio, el nombre y apellido, así como el currículum eclesiástico o curial de  los supuestos papables. Es el tema del día. En cualquier reunión familiar puede usted vaticinar el nombre del finalmente elegido Papa en el cónclave del próximo  marzo.

Repito, me hice heterodoxo a mi manera: fiel al dogma católico, apostólico y romano, pero no al “chiverío” (con perdón) que se armó a partir del momento en el que el cardenal Ratzinger anunciaba su próxima renuncia al papado. Por ejemplo, no creo en los “profetas” partidarios del cardenal Francisco Pietro Bertone, calificado como el Gran Elector del Vaticano, a quien le encanta el fútbol. Tengo para mí que esta sola afición me hace desconfiar de los pronósticos. ¿Quién está seguro de los resultados de los partidos de la liga, de la Copa del Rey, de la Libertadores, etc.?

Tampoco confío en los del otro bando; es decir, los que le señalan al anterior Secretario de Estado del Vaticano (equivalente a Ministro de Asuntos Exteriores), el cardenal Angelo Sodano, como el Gran Elector, o sea, personaje muy influyente en el próximo cónclave. Si la memoria no me falla, el purpurado acompañó al papa Juan Pablo II en su visita a Bolivia en 1988.

No creo en ninguno de esos purpurados colocados en la categoría de “papables”, mientras no se vea que de la chimenea del palacio vaticano salga a los espacios romanos la señal inequívoca del humo blanco. Entonces sí que podremos proclamar con gozo y sin lugar a dudas ¡Papam habemus!

Repito. No creeré en los “vaticanoyatiris” más prominentes de uno ni de otro bando, hasta que certifiquen oficialmente el escrutinio final del cónclave. Con los debidos respetos, parecería que vísperas una elección papal, los vaticanistas “profesionales” van pintando a los cardenales como marionetas que actúan bajo las cuerdas de algunos, podrían caricaturizar la imagen de supuestos fabricadores de papas.

Voy más allá. ¿Heterodoxo porque me niego a reconocer a la Congregación de la Doctrina de la Fe como un actual renacimiento de lo que conocemos como la Santa Inquisición? De ninguna manera. Los tiempos cambian, la vera doctrina, no. ¿Cuándo el dubitante lector ha visto a un hereje contumaz, ahorcado por haberse profesado heterodoxo convicto y confeso? Claro que nunca lo vio. Llamemos, pues, a las cosas por su nombre: la Inquisición fue una forma de penalizar, considerada normal en los viejos tiempos, las ofensas graves contra la fe, contra el Santísimo Sacramento, contra los soberanos reinantes. Sí, llamemos las cosas por su nombre. Los detentadores del poder que persiguen y encarcelan, destierran sin motivo ni juicio, ¿no son unos inquisidores en el peor sentido de la palabra?

Llegado al final de estas especulaciones elementales, y por si aún cupiera alguna duda, me confieso “heterodoxo a mi manera”; es decir, católico, apostólico y romano, aunque opositor a los “fabricantes de papas”. O dicho de otra manera, heterodoxo my way, como si lo cantara Frank Sinatra.

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