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Presunto cadáver

Cree usted que el presunto cadáver hallado en La Asunta corresponde al exteniente de la Policía Jorge Clavijo, supuesto asesino de la periodista de PAT? A eso hemos llegado. El cadáver es presunto, el asesino es supuesto y lo vamos a definir, por votación —con arreglo a nuestros (pre)juicios y creencias—, en un sondeo de opinión mediática. Terrible caso que nos ha puesto ante el espejo de la más cultivada suspicacia colectiva.

¿Presunto cadáver? Convengamos en que si es cadáver, no es presunto. Es cadáver. Lo que está por definirse es si el cuerpo encontrado en el nuevo santuario del comandante policial (del que circulan fotos por gentileza de un diario yungueño) es o no del fugitivo Clavijo. No es una duda menor. Ni una cuestión técnica. Al contrario, tanta es la desconfianza-sospecha al respecto que la identidad del cadáver en cuestión ha dado lugar a las más sorprendentes especulaciones e incluso algunas “certezas”.

Así fueron surgiendo, al menos, tres tipos de suspicacias. Las primeras de tipo corporativo. El supuesto es que la camaradería en la Policía garantiza todo tipo de protecciones y encubrimientos para el exteniente. La certeza de origen es simple: el cadáver no es de Clavijo. No puede serlo.

Se trataría entonces de un cuidadoso montaje al que contribuyeron los camaradas del verde olivo, en todas sus fases. Primero, al permitirle huir abriéndole todas las trancas. Luego, al preparar la escena diciendo que llamó llorando con ganas de quitarse la vida, embarrancando su auto y sembrando objetos personales. Y finalmente, aparentando un suicidio para encontrar el cuerpo al que le pusieron una cruz dándolo por “bueno”, esto es, encontrado. Y libre de malos espíritus.

El segundo tipo de suspicacias son las de tipo experto. De pronto casi todos nos convertimos en médicos forenses o, los más modestos, en odontólogos para dar fe de que, “en esas condiciones”, cómo pues, el cuerpo hallado corresponde a otra persona. No-es-de-Cla-vi-jo.

Así pasamos a saber en cuánto tiempo (no) se descompone un cuerpo, qué pasa con los dientes de los muertos, si el clima del lugar acelera o retrasa el proceso, cómo se desfigura un rostro, cuánto peso soporta un cinto, qué pasa con la ropa…, etcétera. Parecía un festín de labrados necrófilos. Y encima surge una familia con la sospecha, bien magnificada aunque luego retirada, de que el cuerpo “parece ser” de un accidentado que está desaparecido. Así no hay pruebas que valgan. Las huellas dactilares no bastan. ¿Y si mañana el examen de ADN determina que el cadáver es de Clavijo? Falso de toda falsedad. Que se haga todo de nuevo. Y en el extranjero.

Pero lo más interesante tiene que ver con las suspicacias de carácter conspirativo. Este tercer tipo de suspicacias dejan menudos de imaginación a los más grandes escritores del género negro y tejen historias que podrían llevar… ¡a la caída del Gobierno!

El razonamiento es inequívoco: Clavijo era parte de la UTARC y participó en el operativo del hotel Las Américas en el que murió Rózsa. Por tanto, sabía todo sobre ese operativo montado por el Gobierno —aquí otra certeza— para decir que había separatismo/terrorismo en Santa Cruz. La consigna, entonces, era eliminar a Clavijo para evitar que hable. Encontrarlo “vivo” o muerto (léase suicidado o caído en tiroteo). Lo más reciente al respecto, por mano de un activista de la manfredumbre en las redes sociales, es que la periodista Analí Huaycho tenía en su poder el recién revelado audio del fiscal Soza y por eso la mataron haciéndolo pasar por un crimen pasional. Qué tal.

Las suspicacias, está visto, pueden ser interminables. Por algo será. Como perdurable es la indolencia ante la memoria de la víctima, los sentimientos de su madre e hijo e incluso ante la situación de los familiares del exteniente, asesino (no supuesto) de su esposa, un caso de feminicidio que parece haberse degradado. ¿Cree usted que el presunto cadáver…?

Es comunicador.