El combate de Calama
Sólo las naciones que no claudican en sus ideales pueden alcanzar los objetivos trazados

Próximamente se conmemorará un nuevo aniversario de la gesta heroica de Calama, acaecida el 23 de marzo de 1879; primera acción bélica de la Guerra del Pacífico. Ese día, un puñado de hombres, al mando del doctor Ladislao Cabrera, decidió enfrentar al enemigo y vender cara la ocupación de esa zona minera y de conversión de varios caminos que comunicaban la costa con Potosí.
Según fuentes chilenas, el contingente de ese país que atacó Calama estaba constituido por 554 hombres de las tres armas, al mando del coronel Emilio Sotomayor, quien un mes antes había tomado el puerto de Antofagasta. A las 07.30 se inició el combate con un fuerte fuego de fusilería de los bolivianos atrincherados en el lado del puente del Topáter, que obligó a la caballería adversaria a repasar el vado del río Loa. Poco después sucedió algo semejante por el lado del puente de Carvajal. Aquí también la caballería chilena es forzada a retroceder.
Ante la ineficacia de la caballería, la fuerte infantería chilena inicia el ataque cruzando diversos vados del río. Pese a la heroica defensa, la línea de los bolivianos pronto quedó rota, agravándose aún más la situación por la escasez de munición que se hizo sentir. Ello obligó al doctor Cabrera a ordenar la retirada al perder sus hombres toda esperanza de triunfo. Pero un pequeño grupo, al mando de Eduardo Abaroa, decidió no retirarse y continuó la lucha.
Es interesante recordar lo escrito por el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna respecto a dicho acontecimiento. El no puede menos que admirarse y expresar que ese combate fue “una extraña acción, en que unos cuantos campesinos y reclutas mal armados se sostuvieron contra una lucida división chilena, cuatro veces más numerosa, durante tres horas”.
Agrega además, que Cabrera había ordenado “a un valerosísimo mozo, natural de Calama, casado en ella en venturoso hogar, llamado Abaroa, descender al paso encubierto por la enramada, y allí recibió el último a fusilazos a los chilenos desapercibidos”.
Poco después, comenta Vicuña Mackenna, “el intrépido Abaroa pasó el angosto río por una viga y con 12 hombres hízose fuerte”. Y continúa: “No quiso el taimado calameño desamparar aquel puesto, confiado a su honor, y allí cayó peleando como león acuadrillado, hasta que el hijo de Carlos Roberto Souper le atravesó con la espada”. El historiador chileno también cita el relato efectuado por el corresponsal de El Mercurio de Valparaíso, sobre el combate de Calama, donde señala que Abaroa había muerto como un héroe: “Herido en siete partes, no quiso rendirse y siguió haciendo fuego con su carabina. Era un joven inteligente y valeroso, y su nombre debe ser saludado con respeto por todo hombre de honor. Murió aferrado a su arma y apuntando al enemigo. Había disparado más de 100 tiros y no quiso retirarse de su puesto ni aun cuando los chilenos habían ya salvado las trincheras”.
Han pasado 134 años de este suceso, y su recuerdo no sólo mantiene latente la forma en que debemos defender el suelo patrio, sino que nos martillea permanentemente que Bolivia quedó enclaustrada en sus montañas. Por eso, denominamos a esa fecha el Día del Mar. Pero los bolivianos no sabemos rendir el debido homenaje a nuestros héroes. Mientras que en los otros dos países involucrados en esa guerra, los días consagrados a recordar a sus héroes del Pacífico son feriados, el 21 de mayo en Chile (Combate de Iquique), y el 8 de octubre en Perú (Combate de Angamos); en Bolivia, el 23 de marzo no lo es. Y eso que para Chile y Perú la Guerra del Pacífico es un hecho del pasado, mientras que para Bolivia es algo vivo y lacerante.
En consecuencia, sería muy conveniente que el Gobierno nacional se preocupara en dictaminar que el Día del Mar vuelva a ser feriado, como lo fue durante casi un siglo. Además, en ese glorioso día se debería pedir a nuestro pueblo un voto de confianza de que tarde o temprano Bolivia llegará al mar; porque sólo las naciones que no claudican en sus ideales pueden alcanzar los objetivos trazados.