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La crisis del empleo en Europa

La situación social y política imperante en España, Grecia e Italia está poniendo en evidencia la dimensión más problemática de la crisis global, la cual se inició en forma de una crisis financiera en 2008 en EEUU, y se transformó luego en un problema fiscal en ese país y en las principales economías europeas. Se trata, en efecto, de una crisis de desempleo que ya se manifiesta también en otras economías de la Unión Europea (UE) con repercusiones que afectarán en un futuro no muy lejano al conjunto de la economía mundial.

Basta considerar que únicamente cuatro países de Europa ostentan tasas de desempleo menores al 6% (Alemania, Austria, Holanda y Luxemburgo); cifras superiores se registran en Dinamarca (7,4%), Reino Unido (7,7%), Francia (10,6%), Italia (11,7%) e Irlanda (14%), mientras que España y Grecia registran tasas superiores al 26%. Es verdad que tales dimensiones del desempleo no se aproximan todavía a los registros de la Gran Depresión de los años 30, pero es preciso tomar en cuenta que ahora comprenden simultáneamente a un número mucho mayor de países que en ese entonces, y que ocurren además en un contexto internacional caracterizado por grados muy superiores de interdependencia real y virtual.

Se suman a todo ello los problemas que conlleva la enorme magnitud que han adquirido las migraciones desde diversos orígenes de Europa del Este, África y América Latina, y que introducen, entre otras cosas, nuevos componentes de desigualdad y discriminación en los mercados laborales de los países avanzados. Tal como muestra la historia, ese tipo de circunstancias propician también la emergencia de la violencia racista, el recrudecimiento de la xenofobia y el fortalecimiento de las corrientes nacionalistas de derecha.

El desplazamiento ideológico de las sociedades industrializadas hacia la derecha o hacia la indiferencia se traduce a su turno en la reaparición de las posiciones más conservadoras en el campo de la teoría económica, que se manifiestan en todo tipo de argumentos en favor del recorte del gasto social y la reducción de la tributación progresiva, que busca aumentar los impuestos que pagan los estratos más ricos de la sociedad. Tales corrientes teóricas respaldan por cierto las políticas de austeridad fiscal que está imponiendo el Gobierno alemán sobre los países más afectados por la crisis en Europa.

A ello se contraponen las posiciones que critican la magnitud y rapidez con las que los gobiernos de los países industrializados acudieron al salvamento del sistema financiero en 2009 y 2010, en comparación con las medidas insuficientes que están adoptando ahora para la reanimación de la economía y, en particular, la solución efectiva de la crisis del desempleo.

El debate teórico y político que se desarrolla en EEUU y en la UE está acompañado de protestas sociales y manifestaciones electorales que recuerdan en cierta medida las condiciones prevalecientes a fines de los años 20 en Alemania. No debe extrañar que muchos analistas y observadores de la escena internacional traigan ahora a colación la parálisis de la República de Weimar y la subsecuente entrega del poder al partido nazi liderado por Hitler, con todas las trágicas consecuencias de las décadas siguientes en Europa y en el mundo.

Es obvio que la historia no se repite nunca en los mismos términos, y que la sociedad mundial de hoy está mejor pertrechada para hacer frente a los desbordes totalitarios de los países centrales, pero de ahí no se puede extraer la conclusión de que los soportes políticos e institucionales de la democracia prevalecerán si no se corrigen a tiempo las graves consecuencias que se derivan de una crisis del empleo cuyos máximos niveles no se han alcanzado todavía.