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El mercado contraataca

Ahora conocemos las promesas y peligros de la riqueza en papel. En los últimos 15 años, las convulsiones del mercado de valores deberían haber puesto nerviosos a los inversores más resistentes. En dos ocasiones —tras el reventón de la “burbuja tecnológica” en 2000 y después de la crisis financiera de 2008— el mercado perdió la mitad de su valor. Después luchó durante años para recuperar sus picos previos; eso ocurrió nuevamente días atrás, cuando el promedio industrial Dow Jones excedió su pico más alto de 2007. La agitación pasada y la incertidumbre actual (el secuestro, la crisis europea) podrían haber convencido a la mayoría de los inversores a abandonar el mercado. Pero eso no ha sucedido. El estadounidense promedio no ha abandonado Wall Street.

Es la noticia principal —que se ha pasado, mayormente, por alto— detrás de la historia de la nueva alza del mercado. Los estadounidenses gravitaron a las acciones en los años 80 y 90 como nunca antes lo habían hecho. Hubo una conmoción cultural y financiera; poseer acciones fue algo crecientemente popular entre la clase media. En 1983, sólo el 19%  de las familias poseía acciones, según un estudio de la Reserva Federal; para 2001, esa cifra era del 52%. Puesto que más gente estaba conectada con el mercado, su confianza, su consumo y el desempeño de la economía dependieron más de él. Eso sigue siendo cierto.

Un gran número de gente adquirió acciones por dos motivos. Primero, los precios astronómicos. En 1982 se inició un gran mercado alcista impulsado por la caída de la inflación y las tasas de interés. Las tasas de los bonos del Tesoro de 10 años cayeron de un 13%, en 1982, a un 5%, en 2001. En ese mismo período, el mercado de valores se elevó casi 12 veces (de unos 880 puntos en el índice Dow a unos 10.200). Y segundo, debido al incremento en el número de IRAs  (Cuentas individuales de jubilación, por sus siglas en inglés) y 401(k) —Cuenta personal de jubilación a la que contribuyen el empleador y el empleado—. Entre 1984 y 2000, los participantes de planes 401(k) aumentaron de 7,5 millones a 39,8 millones. Ese hecho también impulsó las inversiones en acciones.

Wall Street se convirtió en una fuente de fascinación popular y de envidia. El canal de cable CNBC alimentó ese fenómeno. Los asesores financieros y los libros de auto-ayuda florecieron.

Sin duda, la propiedad de acciones siguió concentrada entre los ricos y la clase media alta, señala el economista Edward Wolff, de New York University. Wolff halla que en 2010 el 1% más rico de los estadounidenses poseía el 35% de las acciones que eran propiedad de familias, entre ellas, las cuentas de jubilación y fondos comunes de inversión; y que el siguiente 9% tenía el 46%. Aún así, todo podría haberse derrumbado. Después de 2008, se atacó a Wall street por su papel en la crisis financiera. Peor aún, el rendimiento promedio de las inversiones era terrible. Recuerden: Sólo ahora está recuperando, el mercado, los picos de 2007, que estaban justo por encima de los de 2000.

Se dijo que los inversores, conmocionados y horrorizados por las pérdidas en las cuentas de jubilación, huyeron en manada del mercado de valores. Los fondos comunes de inversión de acciones sufrieron más de   500 mil millones de dólares en flujos de salida entre 2008 y 2012, informa el Investment Company Institute (ICI), la asociación de fondos comunes de inversión. Mientras tanto, los flujos de entrada a los fondos de bonos, considerados más seguros por muchos inversores, alcanzaron 1 billón de dólares durante esos mismos años.

Pero lo que pareció una purga de acciones fue más que nada un aligeramiento. Los flujos de salida de los fondos comunes de inversión de acciones fueron contrarrestados parcialmente por la compra de “fondos de inversión de acciones que cotizan en bolsa” (ETF, por sus siglas en inglés), un nuevo tipo de fondos comunes de inversión con tarifas menores. La última encuesta de la Reserva Federal halló que el 49,9% de las familias, en 2010 aún poseía acciones, un 3% menos que en 2007; aunque otras encuestas mostraron declives un poco mayores, ninguna llegó a los niveles deprimidos de principios de los años 80.

“No hemos visto un aumento en el número de inversores que no tienen acciones”, dice el economista de ICI, Brian Reid, quien examinó patrones de inversión de 401(k). “Lo que estamos encontrando es que la gente que tenía un 80%  en acciones, ahora está más cerca del 60%”.

En 2013, el aumento del 9% en el mercado ha producido una ganancia de riqueza de unos 1,5 billones de dólares, informa Wilshire Associates. Si los inversores gastaran sólo un 5% de esa ganancia, los 75 mil millones de dólares extra darían a la economía un lindo empuje. Lo que podría determinar sus decisiones es su evaluación de si el progreso en el mercado es real o artificial. Ambas posturas pueden defenderse.

Una vara de medida es la relación precio-beneficio (P/B): la proporción entre los precios de las acciones y los beneficios. Desde 1935, la P/B del índice Standard & Poor de 500 acciones ha promediado 16,9, expresa Howard Silverblatt, de S&P. La actual P/B del mercado es 17,6, cerca del promedio; eso sugiere que los precios de las acciones son justos.

Por otro lado, la Reserva Federal ha bombeado 85 mil millones de dólares por mes a los mercados financieros, al comprar valores del tesoro y bonos de hipotecas. Parte de ese dinero podría apuntalar las acciones.

El continuo atractivo de las acciones para muchos norteamericanos refleja la creencia convencional —probablemente correcta— de que ofrecen la mejor ganancia a largo plazo para la mayoría de los individuos. Pero el “largo plazo” no es lo que solía ser. En el auge de los años 90, se consideraba a las acciones como un camino sólo de ida a la riqueza. La última década ha brindado una costosa lección de realismo. Muchos analistas advierten a los inversores que no deben esperar las asombrosas ganancias de los años 90 en ningún futuro cercano. Lo sorprendente es que, a pesar del panorama sombrío, tantos norteamericanos sigan invirtiendo.