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La ingrata tarea de un delfín

Saber leer entre líneas es condición indispensable para entender la política cubana. El entramado del poder en la isla resulta parco en detalles, de manera que se deben interpretar los silencios y también aquellos datos al parecer intrascendentes. La ascensión de Miguel Díaz-Canel (52 años) al cargo de primer vicepresidente del Consejo de Estado ha seguido un guión conocido, fácil de detectar por analistas y curiosos desde hacía meses. El aumento de su presencia en los medios de prensa nacionales y el haber acompañado a Raúl Castro a la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) ya auguraban su ascenso al segundo puesto de la élite cubana.

Díaz-Canel posee características que sin lugar a dudas influyeron en su designación. Hombre con muy poco brillo propio, al que no se le recuerda ni una sola frase de sus monótonos discursos, con una proyección de fidelidad a toda prueba, una buena presencia física y esa dosis de juventud (a sus 52 años) que tanto necesita Raúl Castro para mostrar que su gobierno se renueva generacionalmente. Comedido en público y de aspecto sobrio, parece conocer que el carisma sólo trae problemas cuando se está tan cerca de la nomenclatura histórica. Ha sorteado hábilmente todas las pruebas de lealtad y mansedumbre que le ha puesto en el camino el general Presidente, antes de dejarlo sentar en la silla del número dos.

Aunque el poder real sigue estando en manos de octogenarios, el reloj biológico ha forzado al régimen cubano a señalar públicamente quién es el delfín. Lo ha hecho de entre quienes han sobrevivido a las sucesivas purgas de años pasados, la última de las cuales terminó con la trayectoria del vicepresidente Carlos Lage y del entonces canciller Felipe Pérez Roque. La élite cubana ha elegido su sucesor espoleada más por el imperativo biológico que por los reales deseos de renovación o reforma. El tiempo apremiaba y ya no alcanzaba para moldear nuevos candidatos entre quienes seleccionar.

La escalada hacia la cima de Díaz-Canel ha sido breve, comenzó en las Fuerzas Armadas cubanas y después pasó a ser dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas. Se desenvolvió como primer secretario del Partido Comunista en la provincia de Holguín y también ocupó el cargo de ministro de Educación Superior. Su carta de triunfo ha sido la obediencia, esa habilidad para hacerle saber a sus superiores que en él tienen un hombre de continuidad y no de ruptura. Claro, esa podría ser también la estrategia del camaleón que prefiere mimetizarse con el entorno hasta llegar a colocarse en una verdadera posición de poder. Habrá que ver cómo se comporta cuando la mirada de Raúl Castro ya no esté sobre él.

Por lo pronto, a Miguel Díaz-Canel le aguarda un camino incierto y plagado de trampas. No sería la primera vez que algún delfín se creyó imprescindible y terminó acusado por sus propios creadores de hacerse adicto a las “mieles del poder”. Así que deberá ser cauteloso, solícito a cada orden y paciente.