La elección de un nuevo Papa, la muerte de un Presidente latinoamericano y la lucha por el nombre de un aeropuerto pusieron en evidencia, nuevamente, la incapacidad humana para tolerar las creencias, pensamientos políticos o fidelidades del otro.

Basta con que alguien comente negativamente sobre Hugo Chávez (por ejemplo: “seguro que está bien calentito en el infierno”) para que sea acusado de fascista. Y si expresa lástima por el mandatario venezolano, entonces la etiqueta es de “comunista” o “populista”. Mientras que el pobre incauto que manifiesta su fe es, inmediatamente, insultado por “creer en los papas”, con el argumento de que ello significa “no pensar por uno mismo e ignorar la realidad del mundo”.

En un país tan diverso como el nuestro —según la Constitución, hay 36 culturas originarias además de la macronacionalidad boliviana— la tolerancia no es sólo un deber ético, es también una obligación que nos permite sobrevivir a nuestras diferencias. Eso es lo que implican los conceptos de plurinacional e interculturalidad, incluidos en el primer artículo de la Constitución Política del Estado. Sin embargo, cada día es una muestra de lo difícil que es para nosotros asumir nuestras diferencias.

Internet, un instrumento de información y entretenimiento, no ayuda en esta lucha. Sólo se necesita ver Facebook para descubrir miles de insultos, ya sea respecto a la posición política y religiosa o bien a las preferencias musicales. Es cierto, algunas son bromas subidas de tono, pero la verdadera hostilidad es fácilmente reconocida. Y lo peor es que escapa de la red.

Durante una semana, el país se mantuvo en vilo debido a la amenaza de confrontación entre dos sectores de la población orureña, por el arbitrario cambio de nombre del aeropuerto de esa ciudad, realizado por la Asamblea Departamental. Ambos lados del conflicto intercambiaron injurias. Igualmente, la intolerancia impera en los colegios, donde grupos de muchachos suelen divertirse arrojando al aire a niños más pequeños. En escuelas que antes eran sólo para varones, ahora se insultan a las niñas.

La intolerancia también está presente cada vez que un funcionario del oficialismo acusa de “derechista” a quien cuestiona las políticas gubernamentales; o cuando el cineasta boliviano llama racistas a los críticos que, con motivos, evalúan negativamente una película mediocre de su autoría.

De igual manera hay intolerancia en el artista, en el escritor, músico o poeta que, al no obtener la atención del público, tacha a la gente de ignorante o superficial. Y también está presente en un mandatario que emite regularmente chistes machistas que, al final, son coreados y hasta llevados al plano estatal por sus llunk’us.