Icono del sitio La Razón

A esta hora exactamente…

Quisiera hablar de Alejandro. Tiene siete años, los dientes careados y una mirada maliciosa, que estalla en bronca en el momento menos pensado. Su nombre se escucha a cada rato, generalmente pronunciado a gritos y muchas veces acompañado de amenazas y de insultos: “¡No hagas!”. “¡Ven aquí ahora mismo!”. “¡Te voy a pegar, malcriado!”.

Hace algunos años, a los gritos que se escuchaban a través de los muros seguía casi inmediatamente un llanto desbocado. Ahora ya no. Alejandro ha aprendido que de nada valen las lágrimas ni los lamentos. La violencia continúa, pero ahora él la aguanta callado. Ahora él mira con rabia todo lo que lo rodea, desoye reclamos y consejos, sonríe muy poco y cada que puede escapa de su casa, de la escuela, del barrio y se va quién sabe dónde.  Quisiera pensar que Alejandro va a encontrar sosiego. Pero lo dudo.

Quien lo maltrata cada día es quien por ley y por naturaleza debiera protegerlo. ¿A quién va a quejarse? ¿Cómo va a saber siquiera que lo que vive no es lo normal o saludable? Y si alguno de los vecinos denuncia a su madre por maltrato y violencia ¿cuál va a ser la solución?, ¿llevarla a la cárcel?, ¿y qué va a ser de Alejandro si lo separan de su madre?

En Bolivia, siete de cada diez niños son como Alejandro: niños que a golpes y amenazas se convierten en adultos inseguros y violentos. Niños a los que se encierra bajo candado para salir a trabajar. Niños a los que se amarra a la pata de una mesa para que sus padres beban tranquilos sobre ella. Niños a los que se ridiculiza y humilla cada día en las escuelas. Niños que pasan hambre de pan y de caricias. Niños que, como Alejandro, sólo quieren huir de sus vidas, y terminan en las calles, en la clefa, en las pandillas, en la chirola. Y los responsables somos todos nosotros.

Así que no vengan a apaciguar sus conciencias dándoles un día para ser concejales o diputados en miniatura. No traigan payasos y helados a las escuelas. No hagan homenajes en los periódicos, ni regalen peluches, ni organicen fiestas o agasajos. Porque mientras hacemos todos esos ridículos despliegues, a esa hora exactamente, hay un niño en la calle.