Los antepasados urus contaban que su pueblo caminaba por este planeta antes que la Luna alumbrara las noches y que sobrevivieron a un diluvio gracias a su destreza en las aguas: eran navegantes que vivían en islas flotantes, que surcaban lagos y ríos en sus navíos de totora. Por ello hoy se siguen haciendo llamar cot suni, los “hombres de la laguna o la gente de agua”. Y hasta 2006, el Instituto Nacional de Estadística manejaba que su población no sobrepasaba los dos millares.

Visité esta etnia hace cinco años. Casi nada cambió para sus miembros desde entonces; más aún, nada ha cambiado por siglos. El olvido del Estado y de los gobiernos de turno se ensañó con ellos: los urus muratos de los márgenes de los lagos Uru Uru y Poopó, los chipayas de la provincia Sabaya (Oruro) y los iruito de la provincia Ingavi (La Paz).

Los más perjudicados en la actualidad son los primeros. Por ello, dos centenares de muratos protagonizaron, en marzo, una marcha para demandar que se proteja su territorio ancestral en áreas del lago Poopó, ya que sus aldeas de Llapallapani y Villañeque hoy son víctimas del avasallamiento de comunidades aymaras que, incluso, han armado alambrados de púas para restringir su libre tránsito; además de atención en salud, educación y proyectos de desarrollo. Se declararon en peligro de extinción.

La “gente de agua” que habita por el Poopó ya no hace honor a su nombre, porque este depósito de agua se ha ido secando por las desviaciones de su tributario perpetradas por comarcas cercanas; además, su cauce es contaminado por las labores de más de un centenar de empresas mineras. Esto ha provocado que su cualidad milenaria pesquera esté igual en riesgo, porque karachis, pejerreyes, truchas e ispis han ido desapareciendo. Y ello ha causado la emigración de los jóvenes, lo que vacía las aldeas.

Parlamentarios confirmaron las denuncias en una visita reciente a los predios de los muratos y anunciaron un proyecto legal para proteger a las naciones indígenas en riesgo de extinción. No obstante, nuevamente salta a la vista que las políticas para salvaguardar a estas culturas no surgen por iniciativa estatal, sino por la presión y la desesperación.

Así ocurre con los weenhayek del Chaco tarijeño, que lidian también con la sequedad y la polución del río Pilcomayo, lo que deriva en la crisis de sábalos, principal producto para su subsistencia familiar y económica. Ahora les queda a los muratos esperar medidas gubernamentales, departamentales y municipales para solucionar sus líos territoriales y para vivir en paz, no sobrevivir; así como también para que la copla de una de sus canciones típicas, El pescadero, siga vigente: “A mí me dicen pescadero/pescadero siempre he nacido/desde wawa…”.