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Lo ocasional de las ciudades

Durante siglos el espacio público ha sido y sigue siendo uno de los motivos de estudio más atractivos para antropólogos, arquitectos, urbanistas, escritores, filósofos, artistas y poetas, quienes han colaborado en enriquecerlo conceptualmente con una diversidad de aportes que fueron y aún son reflejados en la esencia de una serie de trabajos y proyectos urbanos. Sin embargo, el ciudadano de a pie desde siempre ha logrado dotar a la ciudad (a través de lo ocasional) de una infinidad de experiencias vivas, cuya singularidad radica en que aparecen, se asientan temporalmente, le dan sentido a esos lugares y desaparecen en cualquier momento. Nos referimos a hechos fortuitos y de duración corta que forman parte de la vivacidad de las ciudades.

Así, esa diversidad de actividades transitorias (ese uso y ocupación temporal de lo urbano), si bien presenta una especie de ruptura con la normalidad de la vida cotidiana citadina, casi siempre termina enriqueciendo el valor del uso público de calles, plazas y avenidas. Este tipo de actividades espontáneas ya son investigadas por ejemplo en Europa. Dichos estudios las han calificado como importantes e interesantes, especialmente por la temporalidad de su presencia en algunas de sus ciudades, cuyos ejemplos (como la aparición de movilidades en las calles para la venta de productos expuestos en las maleteras o el asentamiento de pequeñas heladerías móviles en plazas y parques) asombran y son descritos con aprecio en publicaciones urbanas, pero también como una realidad que desvela necesidades. Cabe aclarar, empero, que allí el comercio callejero es mínimo.

Independientemente de aquello, lo ocasional ha motivado a los investigadores a trasladar las actividades espontáneas a talleres de intervención colectiva, apostando por una especie de intersección con procesos de formación. Y con ello posiblemente reducen su autenticidad.

La Paz es una urbe que cuenta con una infinidad de ejemplos al respecto. Sin embargo, la venta callejera ha logrado con los años asentarse en territorios urbanos equipados incluso con luz eléctrica y telefonía propia. Por tanto, son ejemplos que no tienen nada que ver con lo ocasional de la ciudad. La experiencia viva está basada esencialmente en la idea de proponer una infinidad de actividades creativas y singulares, pero temporales, aunque éstas no dejen de lado su sentido económico. En otras palabras, una especie de producción de ideas de supervivencia cotidiana que incrustan un valor experiencial al espacio público.

En un anterior artículo describíamos la noche de la Hora del Planeta, que nos mostró ciertas prácticas musicales, encendido de velas y canto en las calles de esta urbe. También recordamos el ejemplo del casi extinguido vendedor ambulante de productos de costura, con el cuello y los brazos llenos de ligas, cintas, ganchos, encajes y otros, cuya presencia dotaba de una imagen singular a los espacios públicos y, por qué no decirlo, daba un toque estético a su entorno.

La invención en nuestra ciudad, en muchos casos obligada y motivada por la necesidad económica, es tan amplia que sorprende cómo el habitante es capaz de aprovechar cualquier situación de carencia para proponer nuevas y distintas experiencias vivas. Algunas tan desbordantes de inventiva y creatividad que obviamente llevan a reflexionar cómo la ciudad ocasional las inspira.