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Guiños de la vejez

Cuando los homenajes y las recordaciones menudean, es señal de que ha sonado la hora de la vejez de una generación. Hace unas semanas se recordó el cincuentenario (¡medio siglo!) del inicio oficial del fenómeno Beatles (de los melosos Beatles iniciales, porque fue después, en 1967, cuando realmente comenzaron a hace su mejor música). Y también, con las reediciones del caso, está cumpliendo la misma cantidad de años Rayuela, novela harto trajinada por toda una generación de lectores latinoamericanos. Pero afortunadamente yo me he sentido tocado por una efeméride algo más reciente, diez años menor: las cuatro décadas de uno de los discos emblemáticos de la generación setentera: The dark side of the moon.

Los chicos más despiertos y aparentemente inteligentes de ahora reconocen en esa época musical una profundidad y una exploración artísticas interesantes. Me lo han comentado o lo he observado más de una vez. Algunas cosas pueden ya resultar ingenuas; otras, rudimentarias; otras aun, pretenciosas. Pero es inobjetable que los mejores grupos de entonces alcanzaron cotas artísticas memorables.

Hay que escuchar de vez en cuando (preferiblemente con unos traguitos), la estupenda escenificación sonora que es El lado oscuro de la luna (y también Wish you were here, que no se queda atrás) para volver a convencerse de eso, para entender el logro inusual que en el plano de la música popular ha conseguido Pink Floyd. Hay que volver a escuchar el desgarramiento vocal de The great gig in the sky; hay que volver a escuchar Time para comprender esa especie de existencialismo juvenil, esa dramatización del absurdo, del fracaso esencial de la vida, esa “desesperación tranquila de estilo inglés”. El personaje de esos dos discos, si es que lo hay, es una suerte de artista adolescente, un joven-viejo que intuye o presiente precozmente que el mundo es o traidor o feo, sea en el mundo sofisticado de Londres o en la aislada La Paz de esos años. Por lo menos eso es lo que yo entendía a medias o a cuartas en la poesía de esas canciones (¿pero no decía Eliot que la poesía se entiende siempre a medias?). En cualquier caso, se trataba de música, y a esa luz lo que dijeran las canciones importaba poco a un hispanohablante en busca de sensaciones acústicas nuevas.

Para volver al jalón cultural anterior, un Cortázar, por ejemplo, tenía al jazz de Monk o de Charlie Parker como marco musical de sus devaneos. Pero el jazz está demasiado dentro del mundo, es demasiado ritmo y carencia de ideas; y el rock, que a falta de mejores palabras adjetivábamos como “progresivo”, por el contrario se quería fuera del mundo o en trance de huir, y lo decía. Ni qué decir de los boleros y las zambas de nuestros papás. No, decididamente había un mundo que rechazar y otro que imaginar esos años. Y para eso, claro, estaban de por medio los estupefacientes, sin los cuales, como dijo Grace Slick, nadie podría haberse abierto la cabeza de esa manera. ¿No es después de todo encantador que una canción termine trasladada a una audición de radio escuchada por alguien que cambia “el dial” recorriendo las emisoras hasta encontrar la guitarra con que empieza Wish you were here, la canción homónima de ese disco? Esas cosas eran impensables en la música popular antes de Floyd, de King Crimson, de Yes, etc. etc.

Y después… después la banda se hizo excesivamente programática,  educativa y espectacular; esto desde The Wall, digo yo (aunque ya en Animals se huele esa excesiva obligación a tematizar el manifiesto antimoderno o anticapitalista). Ya ni conozco bien la producción de Pink Floyd de los años posteriores, ya estaba en otra cosa; y además, para ese tiempo la televisión se impuso como acompañante inevitable de la música. Todo eso fue un tiempo, un milagro miserable, para usar las palabras de Henry Michaux. Porque a la larga, como dice una de las canciones de The dark side…, “And after all we’re only ordinary men”. Dentro de dos años, cuando se cumplan las cuatro décadas de Wish you were here, también se recordará ese otro buen disco, pero yo no haré una columna al respecto. Creo que con lo dicho basta y sobra.