Las reformas de Margaret Thatcher
Thatcher tuvo éxito porque sus convicciones estaban relacionadas con los problemas de su época.
Crecí admirando a Margaret Thatcher. Para muchos de nosotros, en la India de la década de 1970, era obvio que la economía socialista no funcionaba y que las reformas radicales de Thatcher eran el camino correcto, uno que deseábamos que alguien propugnara en India (tomó 12 años y una gran crisis para que sucediera). Sus planes para reducir los impuestos, privatizar la industria y desregular han sido reivindicados por la Historia, pero esto no nos dice mucho sobre lo que se debe hacer hoy en día.
Consideremos el mundo en 1979, cuando Thatcher llegó al poder. La vida del británico promedio era una serie de interacciones con el Estado: el teléfono, gas, electricidad, agua, los puertos, trenes y aerolíneas pertenecían y eran administrados por el gobierno, así como también las empresas siderúrgicas y hasta Jaguar y Rolls-Royce. En casi todos los casos, esto llevaba a la ineficacia y la esclerosis. Tomaba meses el llegar a tener instalada una línea de teléfono en el hogar. Las tasas impositivas marginales eran muy altas, llegando hasta el 83%.
El caso de Gran Bretaña no era algo inusual. En la mayoría de los países europeos el Estado también tenía un papel muy importante sobre las “alturas dominantes” de la economía. Mientras que EEUU siempre estuvo más orientado hacia el libre comercio, hasta las tasas de impuesto más altas en la década del 70 estaban en el entorno del 70% y el gobierno regulaba con mano firme las telecomunicaciones, el transporte y las finanzas. A lo largo y ancho de Occidente, el consenso era que la inversión estatal a gran escala era necesaria para alcanzar el crecimiento y la prosperidad. Es por eso que un presidente conservador republicano, Richard Nixon, dijo en 1971: “Ahora soy un keynesiano en economía”. La frase, erróneamente atribuida a él como: “Ahora todos somos keynesianos”, fue en realidad escrita por el economista libertario Milton Friedman en la revista Times, en 1965.
El mundo de hoy en día es completamente diferente al de entonces; 30 años de privatización y desregulación se extendieron a través de industrias tan variadas como la de las telecomunicaciones, aerolíneas y finanzas. En la mayoría de los sectores, es difícil encontrar una empresa estatal de importancia en el mundo occidental. Thatcher privatizó 50 empresas y los gobiernos en Europa, Asia, América Latina y África siguieron el mismo curso. Los impuestos se recortaron en todos lados. La tasa impositiva marginal más alta en India en 1974 era de 97,5% (de verdad). Hoy, la tasa más alta es del 40%. En EEUU en 1977, los impuestos sobre las ganancias de capital y dividendos eran del 39,9%; en 2012, la tasa era del 15%. En 1977, el impuesto a las sociedades en EEUU estaba cercano al 50%; hoy está en 35% y la mayoría de las empresas pagan una tasa mucho más baja. Estos cambios se han llevado a cabo bajo gobiernos conservadores, liberales y hasta socialistas. Como declarara Peter Mandelson, arquitecto del ascenso del partido Laborista en los años 90, “Ahora todos somos Thatcheristas”.
Tengamos en cuenta que Thatcher deshizo el Estado regulador, pero no el Estado benefactor. Durante su reinado de 11 años de mercados libres radicales, el rol del Estado en la economía en general creció. Nunca habló en contra del sistema de salud nacionalizado de Gran Bretaña. Mientras recortaba algunos impuestos, elevó sustancialmente otros (al consumo), asegurando así que el déficit no creciera demasiado. Las ideas de Thatcher resonaban porque eran un antídoto efectivo a los problemas de su época. En la década de 1970, el mundo occidental se tambaleaba bajo el peso de la crisis del petróleo, los aumentos de salarios, la inflación galopante, la desaceleración en la productividad y el crecimiento, la conflictividad laboral, los altos impuestos y las empresas escleróticas pertenecientes al Estado. Éstos no son los problemas que enfrentamos hoy en día.
Hoy, los trabajadores estadounidenses y europeos luchan por mantener sus salarios mientras las tecnologías y la globalización los empujan hacia abajo.
Las economías occidentales enfrentan la competencia global, con otros países que construyen infraestructura impresionante y que expanden la educación y la capacitación de sus trabajadores. Hay una economía de dos pistas donde al capital le va bien, pero a la mano de obra no, donde los graduados universitarios prosperan, pero aquellos sin una gran capacidad se quedan atrás y donde la desigualdad crece no sólo en resultados, sino también en oportunidades.
Contra este telón de fondo, ¿qué tanto podría lograr otra tanda de desregulaciones? Si se recortaran los impuestos en el entorno del 40%, ¿podría desatar el crecimiento, especialmente cuando significaría un aumento del déficit? El plan Simpson-Bowles, visto generalmente como una solución práctica a los problemas fiscales de EEUU, aumenta la recaudación tributaria en $us 2,6 millón de millones y con alzas tanto en las tasas a las ganancias de capital como en los dividendos.
Margaret Thatcher era, en sus propias palabras, una “política de convicciones”, pero tuvo éxito porque sus convicciones estaban relacionadas con los problemas de su época. Las ideas que funcionen ahora serán aquellas que solucionen nuestros problemas, no aquellos de la década del 70.