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Ser contemporáneos sin morir en el intento

Bolivia contemporánea (Plural Editores, 2012) es una publicación que pareciera levantar un espejo frente a esta Bolivia en emergencia, que todavía (en lo que hace al proceso político reciente al menos) no se había detenido ante sí. Con agudeza en la mirada, este libro (entrelazado en textos e imágenes) logra llevarnos ante la cotidianidad como un estado del arte.   

La idea contemporánea podría ser uno más de los agregados globalizantes de nuestro tiempo. Podría por tanto ser una dependencia o una ilusión.

Dependencia de enunciados generados en/por la metrópolis; ilusión de estar en medio de ella, de ser parte de ella, y hasta de ser ella misma.

Siendo la vanguardia (como noción paradigmática de la contemporaneidad) la acción privativa de quienes establecen modelos, las réplicas de esa acción serán entonces siempre epigonales y carecerán de su cualidad esencial de avanzada. El círculo histórico colonial perpetúa ese espejismo, porque las ideas desencadenan procesos sociológicos y políticos, también en el espacio de las artes, desde luego.

Hablar de Bolivia contemporánea podría ser —visto así— nada más que un ejercicio autosugestivo. Sin embargo, Elisabetta Andreoli (junto a Dagmar Dudinsky y Sara Muzio, con un equipo multidisciplinar) lo convierte en un riquísimo acto exploratorio del país en sus dimensiones intrínsecas, donde la contemporaneidad se erige desde referentes propios en interacción, desde absorciones irreverentes, y desde intercambios insólitos.

Lo contemporáneo deja de ser así una simple tendencia estética, para configurarse como un síndrome de representaciones múltiples. Las fiestas, los mercados, el paisaje urbano, la coca, la escuela rural o el arte urbano (entre otros), son los escenarios donde Andreoli dirige la mirada en pos de constataciones fundamentales para la comprensión de nuestro presente como construcción soberana y creativa; descolonizada, diríamos, sin la pretensión ni la vacuidad discursivas que envuelven al concepto en ámbitos de coyuntura. Lo paradójico de esa constatación es que la hace alguien mirando desde afuera, por la ventana y con ojos azules, como descubriendo un nuevo mundo, por la forma distinta de ver y de vernos, pero también de verse a sí misma en el paisaje visto. Una constructiva práctica intercultural.

Textos e imágenes sostienen firmes la tesis. Textos que reflexionan verdades mientras disparan provocaciones; e imágenes que hablan por sí mismas, pero además por cómo se las muestra, diversificando significados y configurando sentidos en rotación. Para leer y ver. Pero sobre todo para pensar.