Por azares de un errante sin rumbo, un sábado llegué hasta la plaza que está frente a la iglesia de San Miguel, en la zona Sur. Allí pude observar niños felices bailando con trajes autóctonos. Se trataba de una fiesta infantil, organizada por una unidad educativa. Interesado en ver el desarrollo del evento, entré y traté de ubicarme en algún lugar del establecimiento. Recuerdo que yo también organizaba ese tipo de festejos en escuelas del área rural; y si bien no teníamos los mismos recursos con los que se cuenta en las ciudades, hacíamos lo mejor que podíamos.

La educación no está completa cuando se limita a las cuatro paredes de un aula. Como a los niños no les interesa sino jugar y reír, entonces hay que enseñarles jugando, riendo y bailando. De pequeño soñaba con ser un profesor que enseñara amenamente; como para seguir oyendo las enseñanzas del educador. Y de tanto soñar, me he convertido en un educador con en ese perfil. Fui muy ameno en mis clases, primero enseñando a niños de la escuela rural, luego a estudiantes universitarios, y con esa autoridad hoy puedo verter opiniones al respecto.

Una buena educación depende de mucha dedicación, amor, flexibilidad y sobre todo libertad. Eso lo sabemos los docentes de vocación. Un profesor que se irrita por algún motivo delante de los niños es como un dragón que surge y ruge, éste debe ser alejado pronto de la escuela. Un maestro que cree que sólo él tiene la verdad absoluta; que recrimina la participación del estudiante; que después de equivocarse, por la corrección que le hace el alumno, pretende vengarse; o que se jacta de su formación académica y demuestra su autoritarismo a los padres de familia es intolerable. Hay que remediarlo cuanto antes, marginándolo de la docencia. Claro que esto es como cazar fantasmas, pero existen tales fantoches. La escuela debe ser un centro de armonía, paz y mucho amor, incluso con los padres de familia.

Tampoco es bueno atiborrar al estudiante de tareas para la casa. En la educación primaria, los niños cursan ¡más de diez materias! El exceso de tareas induce a que sean los padres quienes hagan los deberes. Hay que recordar que el niño o la niña colabora también en su hogar.  La tortura con las tareas no educa, sólo trauma, y su efecto puede ser contraproducente. Lo que hay que enseñar es aprender a escuchar y a aprender.

En la fiesta infantil de la que habla al principio pude ver a algunos profesores de verdadera vocación. Los instructores no se limitaron a instruir a los niños a ensayar en el aula para luego enviarlos a la lona de combate, solos, para que se tuesten frente un público ansioso. Fue edificante observar que los instructores guiaban a sus niños, vestidos con trajes de la misma danza. Mientras unos acompañaban al teatro de las acciones con su silbato; otros, tomando las manitos de los niños, bailaban junto a ellos. El ejemplo siempre ha sido la mejor manera de educar. En aquella oportunidad pude ver un público alegre que obsequiaba sendos aplausos constantemente. Por otro lado, la felicidad de los padres y de las madres era evidente en aquel ambiente; llenos de sonrisas, absortos miraban bailar a sus hijos e hijas.