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Adulteces

El proyecto de construcción de un hospital en Villa San Antonio, en el espacio que ocupa una plaza, y las reacciones que ha despertado en un grupo de vecinos, da para abundar en infinidad de temas: ¿hasta dónde llega el poder de las autoridades?; ¿qué se lleva a consulta de los vecinos?, ¿cómo y con quiénes hay que hablar?; ¿qué papel juegan en realidad las juntas de vecinos? Y más.

Pero hay un aspecto, en este conflicto, que resulta llamativo por las incoherencias que devela. Y hay imágenes que se han quedado grabadas para hacerlas aún más evidentes:  niños y adolescentes abrazados de los árboles y autoridades municipales arrancándolos a la mala, para arremeter contra esos árboles con palas mecánicas. ¡De película! Y luego, autoridades municipales de nivel superior argumentando que los adultos manipularon a los chicos para que procedan como lo hicieron. Y anunciando demandas por ello.

No sé el proceso que llevó a los mencionados menores a atarse a los árboles; pero tengo hijos que sin pensarlo hubiesen hecho lo mismo si yo no se los prohibiera. Hijos que han crecido escuchando por todo lado que a los árboles se los respeta, que son seres vivos, que nos dan vida. Se los han dicho en la televisión, en el colegio, en campañas de arborización de entidades públicas y privadas. Muchos niños y jóvenes de hoy tienen incorporado ese amor por la naturaleza. Les duele, como no ocurría con las generaciones antecesoras, que se tumbe un árbol.

Por eso, que de pronto, con el argumento —que puede ser muy válido— de edificar un hospital se arremeta contra esos seres vivos, se violenta conciencias como quizás los adultos no entendemos.

He visto enfurecerse a mis hijos la vez que en mi barrio derribaron un añoso árbol para construir una plazuela con luminaria en lugar del vegetal. Furia de impotencia. ¿Por qué?, preguntan. Qué se les puede responder. ¿Progreso?

¿Con qué cara vamos a continuar ahora con el discurso de respetar la naturaleza en La Paz? ¡Si hay cosas más importantes!

Hay todavía algo más que el caso de Villa San Antonio muestra: la poca o ninguna consideración que los adultos tenemos sobre las acciones y voluntad de los niños y jóvenes.  En el fondo, se los sigue viendo como  seres de segunda categoría, incapaces de decidir por sí mismos. Tiene que haber alguien mayor que los induzca, los obligue, los engañe para que procedan, pues ni por si acaso les concedemos el beneficio de que piensan por sí mismos.

No sé los chicos de San Antonio, pero los míos irían a defender a los árboles si yo no los llenara de miedos.