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Un signo de cohesión

La demanda interpuesta por Bolivia demuestra el fracaso de la política exterior chilena.

/ 6 de mayo de 2013 / 08:05

La designación del expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en La Haya ha sido recibida como un signo de unidad y cohesión del país en torno a la recuperación de nuestra cualidad marítima.

La demanda boliviana ante la CIJ ha motivado un análisis sugestivo del historiador chileno Jaime Parada, difundido por Tv Chile. “Hubo y ha habido maniobras dilatorias de los distintos gobiernos en Chile porque no se ha querido dar una solución, se han tirado voladores de luces, se han ofrecido relaciones, se han hecho una serie de acciones que finalmente no se han concretado en nada, y creo que pese a que no nos gusta este hecho de ser demandados ante la Corte Internacional, sí hay un punto: que tiene que solucionarse el problema marítimo (boliviano) y tiene que ser parte de las agendas presidenciales de este año”.

El historiador opinó que la demanda demuestra el fracaso de la política exterior del Gobierno de Chile, y apuntó: “No vengo aquí a hacer una defensa de Bolivia, pero sí vengo a manifestar una convicción ética de muchas personas que creemos que tiene que haber una solución para la mediterraneidad de Bolivia, eso es lo primero. Lo segundo, esto demuestra el fracaso de la política exterior del Gobierno, para nadie es satisfactorio estar demandado por dos vecinos, faltaría que nos demande Argentina, nomás, en un tribunal internacional de muy alto calibre”.

Roxana Miranda, candidata a la presidencia por el partido de la Igualdad, dice: “En Chile nunca hubo voluntad para atender este conflicto. La tozudez de las autoridades no escucha la voz de la gente. Nosotros consideramos la voluntad de la gente. Para nosotros, Bolivia tiene derecho a retornar al mar. Tenemos que compartir”. Por otra parte, critica que los recursos naturales y los puertos hayan sido privatizados en Chile, y considera que el tema pendiente con Bolivia se inscribe en una política distinta, defensora del Estado, de los recursos naturales y de redistribución del ingreso al desarticulado pueblo chileno.

Coincidiendo con esa posición, el sociólogo chileno Ricardo Jiménez afirma que “es equivocado el planteamiento de que (la demanda marítima) es un asunto bilateral, es claramente un asunto regional, la integración regional necesita superar entre otros escollos este tema pendiente, doloroso y trágico de la mediterraneidad de Bolivia… El pueblo chileno, sus sectores progresistas, sus sectores conscientes, sus sectores que están por la integración regional estamos dando una lucha denodada y que avanza para trascender las campañas mediáticas y políticas, los intereses egoístas, e instalar una nueva actitud que permita esta solución a Bolivia, que yo no tengo ninguna duda que tarde o temprano, y seguramente más temprano que tarde, se tendrá que dar”.

Según el sociólogo, la institucionalidad política de Chile “está en una grave crisis: en las últimas elecciones que por primera vez se estableció legalmente el voto voluntario, más del 60% de los electores no se dignó ir a votar, en una clara y elocuente señal de que el sistema político está en crisis, está deslegitimado, y parte de ello es esta actitud de la clase política chilena de querer estar de espaldas al continente, de espaldas a la integración de nuestros pueblos, de espaldas a la integración regional”.

Al parecer, ha llegado la hora del equilibrio, de los consensos amplios, y una de las buenas señales es la designación del expresidente Rodríguez Veltzé. Quizá en la política exterior boliviana falten otros mandatarios democráticos y sus respectivos cancilleres; quizá sea otra señal positiva la designación de ellos en puestos clave de nuestro cuerpo diplomático.

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Mi refugio dominguero

Unas crónicas de  juventud en  que La Paz hace de escenario de una cotidianidad personal. Comidas, lugares, personas confluyen en el recuerdo del autor.

/ 14 de julio de 2013 / 04:01

A mi hermano Enrique le debo las primeras lecciones para conocer los lugares secretos y criollos de La Paz, entre ellos el bar Oruro, que quizá ya no existe, ubicado subiendo las gradas de la Pichincha, donde servían un queso humacha digno de Huyustus o de Makuri, un manjar minuciosamente precolombino hecho con queso cremoso, papa blanca, ají amarillo y un choclo prodigioso. Tendría este servidor 14 años cuando Enrique decidió que ya era maltoncillo y podía coronar este platillo con una cerveza Paceña o, si hacía frío, con un chuflay.

Allí comenzó el tiempo de apreciar las delicias culinarias que esconde La Paz. Durante muchos años mi hermano había sido inquilino crónico, de modo que a veces lo acompañé a un traspatio empedrado con piedras redondas y pequeñas, cuyo acceso era como el de una cueva horadada en el adobe. Había ya una cola de gente y de pronto ingresa un hombre moreno y petiso, serio y enfundado en un traje impecable a primera vista, en fin, tocado con un sombrero que se quitó sin alterar la pulcritud de su cabello peinado a la gomina. Era el dueño de una inmobiliaria, el rey chiquito, el dueño de la suerte de esos atribulados inquilinos que hacían cola para rogarle por una habitación aunque sea sin baño. El hombrecillo accedía o denegaba con gestos y parecía un emperador administrando justicia a su arbitrio.

La imagen no me abandona, como tampoco una que vi desde los altos del hotel Gloria, en una casa colonial colindante. Se veía un patio diminuto y oscuro, un hombre de traje corriendo a la oficina, una mujer madura que lo despedía en bata y con ruleros y una paloma blanca en el fondo del patio, que intentaba un vuelo y caía, un vuelo corto porque le habían encadenado la patita.

Visitar La Paz en cada vacación era un ejercicio de búsqueda de manjares populares que el público profano y pituco no conoce. Recuerdo en particular unas salteñas de la plaza Abaroa, que eran motivo de un sonado concurso con mis primos: quién come sin derramar una sola gota, porque el que derramaba el jugo pagaba la cuenta. Pedir cucharillas era de maricones irredentos. Yo no conocía la técnica y perdía continuamente, pero era un regocijo departir con mis primos paceños en tiempos en que estaba de moda un programa radial que titulaba Hágase odiar. Mi primo Javier era experto en imitar voces y era el encanto de sus padres, el tío Ricardo y la tía Gloria, paceños minuciosos. Éramos el Poly, el Javier, el Juanca, el Nico y la Chiki. El tío Ricardo se esmeraba en hacernos llevadera la vacación de verano con actividades como la de dibujar el Monumento a la Revolución durante una mañana. Le dieron el premio al Nico y me pareció entonces una injusticia, porque había dibujado las escalinatas al revés, de la más amplia a la más angosta, cosa que hoy me hubiera parecido surrealismo puro. Quién diría que éramos tan aficionados a la música, pero sólo el Nico descolló y ahora es el inolvidable Nicolás Suárez Eyzaguirre, cuyo ridículum viditay no necesito repetir porque ustedes lo conocen bien.

En otra ocasión llegué y nos citamos con mis otros primos Monroy, el Chaza y el Papirri, en un bar subterráneo de El Prado. Nos acompañaba un muchacho, hijo del periodiquero del pasaje Jáuregui actual, que venía de una mina de oro y continuamente nos incitaba a pagar nomás, porque él tenía el respaldo, una botellita de penicilina llena de oro en polvo. De pronto el Papirri toma su vaso de cerveza y se lo vacía al minero. El minero estaba a punto de enojarse cuando el Papirri toma otro vaso y se moja entero, de la cabeza abajo. Yo me cago de la risa y el Papirri me echa en la cara un vaso adicional. Entonces, con toda serenidad, pedí cuatro botellas más, agité una y me di a mojar a todos, incluido mi primo Chaza, a quien en todo momento le tuve y le tengo un cariño sin concesiones.

Era una guerra de chisguetes de cerveza que nos dejó empapados. Pedí la cuenta y como sobraba para una botella más, la pedí y la terminamos ídem. Luego salimos a El Prado, echando espuma por la ropa y hacía un sol delicioso porque era la una de la tarde. Cómo seríamos de jóvenes que no sentíamos vergüenza alguna y saludábamos a todo el mundo.

De pronto, como es habitual en La Paz, el cielo se encapotó y cayó una tormenta inesperada. El Papirri se bajó a la cuneta, por donde corría el agua como río, y comenzó a echármela con el pie mientras yo me incliné y lo mojaba con las manos. Al Chaza y al amigo minero los dejamos sopitas, y así nos fuimos hacia la plaza Abaroa, ingresamos a un boliche que funcionaba en la parte alta y no nos movimos más hasta la noche.

Como buen provinciano, yo iba a La Paz con traje y corbata, y tuve que esperar un poco más a que secaran. Al día siguiente, antes de retornar, me zampé un fricasé en la plaza Alexander y bebí cerveza Centenario en botella grande, como casi ya no se encuentra en ninguna parte.

Días felices que me deparó La Paz desde mis seis años. Más tarde, el Chaza fue alcalde de la gran ciudad, el Papirri es un cantor tan querido que los billetes de Alasita llevan su efigie junto a la de Jaime Sáenz, de la Virgen de Copacabana, la Puerta del Sol y el Ekeko, y este servidor extraña la soltura de esos años en los que éramos dueños de nuestro destino y podíamos jugar con cerveza y luego salir a El Prado como si nada.

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La querella del excedente

Es curiosa la inclinación general de juzgar a los gobiernos por su política económica

/ 3 de abril de 2013 / 04:26

Los procesos de cambio se asientan en la disponibilidad de excedente económico; si éste falla, comienzan los problemas. Por otra parte, es curiosa la inclinación general de juzgar a los gobiernos por su política económica. Así, Siles Zuazo no es tanto el político que instauró la democracia como el gobernante que no pudo con la hiperinflación; Paz Estenssoro es el autor del D.S. 21060, que pudo controlarla, y Goni es el autor de la capitalización. Con esa misma vara, el Gobierno del MAS, que recién cumplió 18 años, es el autor de la estabilidad económica que nos sitúa por encima de la línea de flotación trazada por el FMI.

La oposición se resiste a creer que esto se deba a una política económica diseñada por dos profesores de la universidad pública: Carlos Villegas y Luis Arce Catacora, los cuales apostaron por el crecimiento de la demanda interna, el fortalecimiento del Estado y de la inversión pública. Pero la oposición prefiere insistir en la buena suerte del proceso de cambio, porque se beneficia del alza de los precios de las materias primas o por contribuciones non sanctas de la economía clandestina, en especial del narcotráfico. Sin embargo, ¿cómo explica esta economía el producto de la exportación del gas, de las telecomunicaciones y, en general, del sector estatal de la economía?

Quizá por estos motivos, las críticas de la oposición contra el partido de gobierno son superestructurales, y a veces parecen dirigidas por el propio Gobierno, el cual hábilmente prolonga conflictos fáciles de solucionar para enmascarar otras coyunturas de trámite más difícil. Estalla un conflicto que parece el principio del fin y de inmediato aparece otro, y los medios siguen el juego y desvían la atención del ciudadano común. Así ocurrió, por ejemplo, con la red de extorsionadores, que fue sustituida en los medios por la captura de tres conscriptos, hoy cabos, por Chile; y cuando este tema se agotó vino el de la nominación del aeropuerto de Oruro, que demandó semanas de atención aunque fuera luego solucionado de un plumazo. Hoy no hay conflicto a la vista como no sea la reelección del Presidente en 2014, pero entretanto, la coyuntura se ha pacificado con el tema de la reivindicación marítima, que hoy es una política de Estado. Y cuando estalle el tema de la reelección, aun con otro conflicto, ¿habrá alguien que quiera remover la estabilidad económica que gozamos? Hay que pensar que cualquier cambio de guardia en 2014 puede afectar la economía; quizá por eso los agentes económicos son los que menos quieren cambios electorales, aunque de dientes para afuera no lo confiesen.

A veces los analistas conceden un exceso de voluntarismo a los líderes. Así todo es hechura de Evo o de Chávez porque pocos quieren ver el mar de fondo, la cantidad de agua que sostiene la cresta de la ola. En el caso de Bolivia, la consolidación no es sólo atributo de Evo, sino del núcleo duro del MAS. Evo es el fruto de su propio talento y tino político, pues no hay antecedentes en el pasado de alguien que haya ascendido con tal firmeza hasta hallar su destino; pero es también un líder a palos, como el movimiento cocalero es un movimiento a palos, que creció, se enguerrilló y se solidificó con la represión. Los cooperativistas mineros son el fruto de la liquidación de la Comibol; hoy no tienen las mínimas condiciones de seguridad laboral o industrial, pero son otro núcleo duro del proceso. Tan importantes son las mujeres de la federación Bartolina Sisa que engloba a valerosas luchadoras por sus derechos. Hay sectores beneficiados por la ampliación horizontal de la democracia por la nueva Constitución. En suma, hay contradicciones secundarias, pero no se vislumbran las contradicciones fundamentales que quisiera la oposición. En este panorama, el partido de gobierno hará su voluntad en las elecciones de 2014 aplicando la elemental ley de la correlación de fuerzas.

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Escrito en papel higiénico

Sobre el hábeas de Reynaldo Peters

/ 23 de septiembre de 2012 / 04:01

Reynaldo Peters fue una de las miles de víctimas de la dictadura de Banzer, y, debido a las secuelas de la tortura, está perdiendo la vista. Cuando lo detuvieron a poco del cruento golpe del 19 de agosto de 1971 recibió un culatazo en la nuca que, al cabo de los años, le provocó un desprendimiento irreversible. Me dolió verlo con gafas oscuras, gallardo, como siempre, pero con la mala noticia de que ha sufrido un daño irreversible en los ojos.

Fue una confidencia digna, como sufren la adversidad los valientes, pero la verdadera anécdota venía después, porque Reynaldo me confió que, así detenido y herido, se dio modos para pedir a su familia un rollo de papel higiénico y en él escribió una demanda de hábeas corpus contra el régimen. Los vocales de la Corte de La Paz admitieron tan curiosa demanda, única en la historia universal del hábeas corpus y los derechos humanos, y gracias a Reynaldo cursa en mi poder fotocopia del expediente del curioso proceso que tuvo como real protagonista a esa lámina de papel destinada a otros menesteres.

Al paso del tiempo, ese famoso hábeas corpus recibió un homenaje de apoyo a la vigencia de los derechos humanos en el mundo. Ese papel higiénico que contenía la demanda fue presentado en la Secretaría de la Corte el 18 de mayo de 1972, cuando la represión estaba en su punto más alto y los paramilitares de extrema derecha se encarnizaban con los políticos de izquierda y los trasladaban a sus prisiones privadas para torturarlos. La Corte admitió la demanda el 22 de mayo e instruyó que comparecieran el detenido, el Jefe de la Dirección de Investigación Criminal y el Jefe del Departamento de Orden Político (DOP), dos organizaciones temibles de represores a sueldo.

El 25 de mayo, en un acto de dignidad, varios abogados representantes del Colegio del ramo se adhirieron a la demanda de Peters y la ampliaron a otros casos, con la intervención de otros colegios de profesionales, y la demanda prosperó y fue aprobada en consulta con la Corte Suprema.

Peters estaba muy dolido por las palizas que le dieron en cautiverio como para medir la magnitud de la institución que había fundado: que los derechos humanos pueden prescindir del rigor formal de ley para presentar demandas y pedir justicia, como felizmente ocurrió en este célebre caso que se ha convertido en un “monumento jurídico al papel higiénico”, como reza el título de este libro homenaje.

Los ciudadanos y ciudadanas tenemos la obligación moral de perpetuar la memoria para construir la historia de nuestro pasado. Ningún hecho deja de ser significativo, en dictadura o en democracia; ninguna tortura, detención injusta o asesinato político deben ser olvidados hasta que sus autores reciban la justicia que se merecen. Por eso es para mí un privilegio adherirme a este homenaje, para destacar la recia personalidad de Peters, varias veces ministro de Estado y prominente político nacional, que tuvo que pasar por los momentos difíciles que le deparó la historia política del país como a muchos bolivianos y bolivianas.

Quince días habían pasado desde la cruenta detención de Peters, cuando el atribulado preso político se dio modos para hacer llegar su demanda de hábeas corpus redactada por él mismo en un trozo de papel higiénico. La noticia conmovió al tirano y a los ministros de su gabinete, al punto que llamaron de inmediato al Fiscal de Distrito designado por ellos para pedirle explicaciones. El Ministro del Interior lo conminó a presentarse en el Palacio Quemado en el término de una hora con el expediente que contenía un papel higiénico. Agregó que le parecía una aberración jurídica presentar de ese modo la demanda.

Entretanto, un vocal de la Corte pronunciaba un juicio histórico: el hábeas corpus es un recurso heroico que puede estar dispensado de formalismos: firma de abogado, papel sellado o timbres de ley. El fiscal pidió el expediente, pero la Corte se negó a entregar tan preciado documento. Una vez que el fiscal consigue ver la demanda, cuál no sería su sorpresa al ver el soporte físico en el cual había sido redactada burlando la vigilancia de los esbirros. Habría que meterse en la cabeza del hombre éste para entender su reacción de estupor.

Lo que me contó Peters es una valiosa recuperación de la memoria de los caídos, hombres y mujeres que sufrieron torturas y en varios casos lesiones irreversibles. Lo sintomático, porque señala la elocuente dimensión de la dictadura, es que los presos políticos eran connotados profesionales y artistas, que habían descollado cada uno de ellos en su campo hasta caer en manos de sus torturadores. Algunos de ellos volverán a la vida profesional y serán dignatarios de Estado, como es el caso de Peters, pero otros morirán asesinados, del único modo que se muere en Bolivia cuando uno es un político de izquierda: en la víspera.

Cuando uno está en cautiverio, invariablemente piensa que ojalá se suspendieran las necesidades fisiológicas, porque son parte cotidiana del tormento a que son sometidos los presos políticos. Peters me contó muchos casos, en la prisión urbana o en el confinamiento rural en la isla de Coati, que coinciden con los múltiples testimonios recogidos de amigos y amigas, compañeros y compañeras que soportaron el cautiverio. Pocas veces la dictadura recibió golpe más duro como la fuga de los presos políticos confinados a la isla de Coati, que tuvo las características de una operación táctica de primer nivel. Uno de quienes fugaron hacia el Perú en una lancha que navegó por el lago Titicaca es Peters. Recuerdo, en particular, las anécdotas que me contaba mi buen amigo Choco (por Chocolate, pues es moreno) cuando tuvimos que asilarnos en la Embajada de México durante el golpe de Luis García Meza. En sesiones que duraron un mes, Choco nos daba clases de taekwondo y por las noches nos confiaba sus anécdotas. Lo mismo me pasó al escuchar a Peters, que revivió en mí la memoria de una época en que padres e hijos vivíamos temerosos, porque en cualquier situación podía producirse un allanamiento y no había familia que no tuviera parientes o conocidos presos, torturados, confinados, exiliados o asesinados por la dictadura.

Jamás se había dado en el país una maquinaria de destrucción de la izquierda que funcionara con tamaña crueldad y fría eficiencia. La suerte de ciudadanos y ciudadanas estaba en manos de grupos de paramilitares de extrema derecha, que eran parte de la Operación Cóndor, porque operaban en los países del Cono Sur allende las fronteras de sus respectivos países.

Fue un septenio sangriento, con episodios heroicos de resistencia, que se reprodujeron en 1980 con el golpe narcomilitar del general Luis García Meza; pero el pueblo boliviano recuperó la democracia y los ciudadanos y ciudadanas que marchamos al exilio pudimos volver a nuestra patria. Peters recuperó el sitial que ocupaba en la sociedad y nunca más tuvo que sufrir persecución y tortura; pero las secuelas del septenio sangriento se manifestaron con el paso de los años. No la memoria, que se mantiene intacta para recordar a las nuevas generaciones el valor y la entereza de esa generación que defendió los derechos humanos y constitucionales contra los dictadores de turno.

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