En los próximos días, el Consejo General de la Organización Mundial del Comercio (OMC) designará, mediante una decisión de consenso, al brasileño Roberto Azevêdo como nuevo director general del organismo, en reemplazo del francés Pascal Lamy, cuyo segundo mandato expira el 31 de agosto. El proceso de selección de Azevêdo se inició a fines del año pasado con la presentación de nueve candidatos oficiales de sus respectivos gobiernos, entre los cuales estaban tres latinoamericanos. Luego de dos rondas de consultas a los 159 países miembros, se descartaron sucesivamente las candidaturas de siete países (Corea, Costa Rica, Ghana, Indonesia, Jordania, Kenya y Nueva Zelandia), quedando para la consulta final Herminio Blanco de México y Roberto Azevêdo de Brasil. El comité de selección concluyó por último que el candidato brasileño era el que más posibilidades reunía de generar los consensos necesarios para conducir durante los próximos cuatro años el organismo rector del comercio internacional, en una coyuntura compleja de crisis financiera, desbalances fiscales y profundos desequilibrios comerciales y de la economía real.

No es un dato menor el que una vez más se haya constatado que la comunidad internacional está fragmentada en las regiones geográficas tradicionales, pero asimismo en nuevos esquemas de alianzas suprarregionales, donde no prevalecen los alineamientos automáticos de la Guerra Fría ni las afinidades ortodoxas del enfoque neoliberal. En tal contexto, Brasil es el país latinoamericano que mejor mueve sus fichas. Baste recordar que el año pasado Itamaraty ya logró la designación de José Graziano da Silva como director general de la FAO, cancelando de esta manera en el tablero internacional la candidatura de México a la dirección del Fondo Monetario Internacional.

De esta manera, la diplomacia brasileña ha obtenido en el lapso de un año dos logros importantes mediante sus alianzas extrarregionales, para encabezar entidades multilaterales de la mayor relevancia en el sistema económico internacional. En efecto, si la OMC es el foro de las negociaciones comerciales multilaterales, la FAO tiene bajo su responsabilidad los temas de la agricultura y la alimentación en el mundo. En dicho organismo se abordan las cuestiones de la seguridad alimentaria en un contexto de volatilidad y altos precios de los alimentos, que expresa la contradicción entre el consumo excesivo y el desperdicio de alimentos en los países desarrollados, por un lado, y el hambre y la desnutrición imperantes en los segmentos más pobres de los países en desarrollo, por otro. El proteccionismo agrícola de Europa y EEUU agudiza, por supuesto, tal contradicción.

En la OMC, por su parte, la reanudación de las negociaciones comerciales multilaterales (si ocurre), tendrá que tomar en cuenta que, en materia de comercio internacional, existen desequilibrios y desbalances globales que deben ser corregidos mediante acciones regulatorias acompañadas de políticas nacionales, adoptadas por parte de los países superavitarios y deficitarios por igual. Baste traer a colación que Alemania y China suman un superávit de balanza de pagos del orden de $us 465.600 millones, mientras que EEUU ostenta un déficit externo de $us 475.000 millones. Y en un rango menor, también están planteados severos desbalances comerciales dentro de la Unión Europea, situación que también está presente en el Mercosur y en la Comunidad Andina.

Todo esto reclama ciertamente un nuevo orden comercial, pero para llegar a eso se requieren negociaciones pragmáticas y transparentes, ajenas a todo tipo de doctrinarismos y ortodoxias, y capaces de soslayar los intereses electorales de corto plazo que campean por doquier.

Es economista.