Los críticos del presidente Obama se aferraron al uso de la frase “línea roja” para instar la intervención militar en Siria. Sostienen, en palabras de los senadores John McCain y Lindsey Graham, que la “credibilidad de EEUU está en riesgo” con Irán, Corea del Norte y los demás que observan. Recordemos la forma cómo otro mandatario de EEUU manejó una crisis de credibilidad. En 1983, justo después del atentado contra el cuartel de la marina estadounidense en Líbano,

Los problemas de credibilidad eran primordiales durante la Guerra Fría. Las autoridades temían que la Unión Soviética interpretara la vacilación de EEUU como un signo de debilidad y una invitación a la agresión soviética. El secretario de Estado, George Shultz, advirtió que si EEUU se negaba a permanecer firme, se estremecía “a pensar qué clase de mundo de anarquía y peligro heredarán nuestros hijos”. Pero unos meses después, Ronald Reagan se retiró, “redistribuyendo” a los marinos a los barcos frente a la costa libanesa. Cuando, durante una rueda de prensa, se le preguntó acerca de lo que había ocurrido con la credibilidad estadounidense, el Presidente respondió: “Es posible que hayamos perdido algo con algunas personas, pero las situaciones cambian”. De hecho, dentro de unos años, la Unión Soviética comenzó su rendición en cámara lenta, poniendo fin a la Guerra Fría en los términos de EEUU.

No está claro cómo una mayor participación de EEUU en la sangrienta guerra civil de Líbano, que duró 15 años, habría reforzado la credibilidad estadounidense. Si guardar la palabra, intervenir y seguir hasta el final ayuda a la disuasión de las naciones rebeldes, entonces las intervenciones de EEUU durante un decenio en Irak y Afganistán deberían haber detenido a los programas nucleares de Irán y Corea del Norte. De hecho, esas intervenciones ni siquiera disuadieron a nuestros aliados en el Gobierno de Pakistán de ayudar a los talibanes.

Los politólogos han estudiado el tema de la credibilidad ampliamente. En su libro el Cálculo de la credibilidad, Daryl Press mira hacia la década de 1930 y la Guerra Fría, periodos en que los líderes sintieron la necesidad de seguir a través de la estricta retórica por temor a desprestigiarse. Press concluyó que “la evidencia en este libro sugiere que la sangre y la riqueza utilizadas para mantener el registro de un país para cumplir compromisos se desperdician cuando llega la hora de la verdad, la credibilidad se evalúa sobre la base de los intereses actuales en juego y el equilibrio de poder, no sobre la base de los sacrificios pasados. (…) Los líderes entienden que no hay dos crisis que sean suficientemente parecidas para estar seguros de que las acciones del pasado son una guía confiable para el futuro”. Otro estudio amplio sobre la “reputación”, de Jonathan Mercer, de la Universidad de Washington, llegó a conclusiones similares. Obama pudo haber hablado demasiado libremente sobre una “línea roja” en Siria. Pero lo más perjudicial que podría hacer ahora es tomar acción simplemente para seguir adelante. El lenguaje descuidado no se corrige a través de la acción militar descuidada.

Siria es una pesadilla humanitaria. EEUU tendría que esforzarse más por abordar este problema. Washington debería ayudar a crear y mantener más campos para los refugiados (en Jordania y en otros lugares) y debe coordinar con otros países para obtener ayuda en la forma más rápida y efectiva para los necesitados. Se está tratando de acercar a los diferentes grupos rebeldes a un movimiento de oposición más coherente, a pesar de que es un desafío de grandes proporciones. Pero tenemos que entender que el conflicto sirio es fundamentalmente una guerra civil entre una élite minoritaria y la mayoría oprimida por un largo tiempo, similar a la de Líbano e Irak. Las personas luchan hasta el final porque saben que los perdedores son asesinados o formarán parte de una “limpieza étnica”. El único camino hacia la paz en tales circunstancias es a través de un acuerdo político entre las partes.

De lo contrario, una intervención que contribuya a la victoria de los rebeldes sólo terminará la primera fase de la guerra. La minoría alauita gobernante sería derrocada y luego masacrada, y seguirían luchando ferozmente como insurgentes. La siguiente fase del conflicto podría ser aún más sangrienta, con EEUU en el centro. Recordemos que la primera fase de la guerra de Irak (el derrocamiento del régimen de la minoría) era mansa en comparación con la fase dos, cuando la minoría se defendió como insurgentes.

El secretario de Estado, John Kerry, está en lo cierto al tratar de lograr un acuerdo y alistar a Rusia. Dicho pacto tendría que incluir un enclave alauita en Siria, pues la convivencia pacífica entre las comunidades es difícil (el modelo aquí podría ser los kurdos en Irak). Es evidente que las probabilidades están en contra de un acuerdo de paz, y que los rusos claramente tienen sus propios intereses. Pero sin un acuerdo político, la intervención militar no acabará con la pesadilla humanitaria de Siria. Sólo cambiará su composición.