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Sunday 28 Apr 2024 | Actualizado a 07:32 AM

La trampa de la informalidad

La informalidad es esa zona turbia donde se perpetúa la pobreza y se potencia la desigualdad

/ 25 de mayo de 2013 / 05:53

Durante los últimos años América Latina consiguió tener una situación de crecimiento económico con reducción del desempleo. Sin embargo, en la región aún hay más de 100 millones de personas que trabajan en la informalidad, en esa zona turbia de nuestras economías donde se perpetúa la pobreza y se potencia la desigualdad. En este momento en todos los países latinoamericanos hay informalidad laboral. Es un problema persistente que se refleja en una gran cantidad de personas atrapadas en empleos de mala calidad, con ingresos bajos, inestables, sin perspectivas, sin derechos ni protección social.

El crecimiento económico es esencial para generar más empleos de mejor calidad, pero no es suficiente. Incluso si la región creciera a 4% anual, un nivel alto que por cierto ya no será alcanzado este año de incertidumbre, se necesitarían al menos 55 años para reducir los niveles de informalidad a la mitad. Este es un plazo demasiado largo, reñido con las aspiraciones de desarrollo de nuestros países. Por lo tanto, para reducir la informalidad, hay que poner en práctica políticas y acciones deliberadas que complementen el crecimiento económico. El primer paso es mejorar la medición y el diagnóstico de un fenómeno complejo y heterogéneo, que con frecuencia se desarrolla en forma subterránea y que tiene características diferentes según el territorio, el sector, el grupo de población o la edad en que se presente.

¿Qué trabajadores son informales? Las cifras disponibles nos indican, por ejemplo, que en América Latina hay altas tasas de informalidad entre los trabajadores por cuenta propia (83%), los trabajadores domésticos (77,9%), los empleadores (36,3%) e incluso los asalariados en las empresas (29,3%). Casi el 80% del empleo en esta región es generado por el sector privado. Hay unas 58,8 millones de personas que tienen un negocio, pero la gran mayoría (48 millones) son unidades unipersonales, y otras 8,5 millones son micro y pequeñas empresas con menos de cinco empleados. En ambos casos predomina la informalidad.

En la lucha contra la informalidad es crucial revisar las normas y estándares para facilitar el cumplimiento por parte de empresas y trabajadores. También son relevantes las estrategias de incentivos para que la formalización sea considerado como buen negocio. Y desde luego, mejorar la capacidad de la administración pública para la inspección del cumplimiento de las leyes. Educación y formación de los trabajadores, innovación y desarrollo tecnológico, simplificación de trámites, articulación productiva, acceso a mercados también son esenciales.

El tema de la productividad es de la mayor importancia. Uno de los principales problemas que enfrenta la región es un nivel bajo de productividad. Desde 2000 la productividad aumentó un 10% en la región, bastante inferior al 85% registrado en los países asiáticos emergentes. Este combate a la informalidad debemos realizarlo conscientes de que vivimos una realidad muy dinámica: cada año se incorporan al mercado de trabajo de la región unas 5 millones de personas, la mayoría jóvenes. Esto significa que de aquí a 2020 habrá que generar unos 40 millones de empleos formales, solamente para que no empeore la situación actual.

Los datos en cuanto a la presencia de la informalidad en esta región son elocuentes. En momentos en los cuales la situación económica es positiva, es importante que los países pongan en marcha los motores de la formalización.

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Precariedad laboral en América Latina

Solamente tres de cada diez trabajadores tienen un empleo estable en América Latina.

/ 31 de mayo de 2015 / 04:00

En América Latina apenas tres de cada diez trabajadores tienen una relación de empleo estable, basada en un contrato permanente. Mientras tanto, ¿qué pasa con los otros siete? No les queda otra que conformarse con contratos a corto plazo, puestos temporales, a menudo en condiciones de informalidad; o se las arreglan mes a mes como cuentapropistas, e incluso muchos están ocupados en empresas familiares sin remuneración.

Este escenario nos coloca ante una disyuntiva, porque el mundo del trabajo no es como creíamos que debería ser. Lo que durante muchos años consideramos como una relación laboral “estándar” basada en un contrato permanente y estable no es la norma, sino la excepción. Y esto se debe tanto a la evolución económica y social como a las modificaciones en el sector productivo, a la incorporación de tecnologías o a los cambios en la vida moderna, entre otros factores.

El mundo del trabajo cambia profundamente y esto implica también una transformación radical en la relación del empleo, alertó un nuevo informe de la OIT, El empleo en plena mutación, que ha tenido gran repercusión en los últimos días. Esta región no es la única que experimenta esos cambios. En todo el mundo, 73,6% de los trabajadores no cuentan con un contrato permanente y 60% carece de cualquier tipo de contrato. En América Latina el 69% de los trabajadores no tienen contratos permanentes. Incluso hay algunos países muy por encima de ese promedio regional, donde hasta el 90% de los trabajadores se encuentra en esta situación. El escenario laboral actual no nos habla de estabilidad, sino de precariedad.

Estos nuevos datos sobre inseguridad en el empleo confirman que en la región, donde durante los últimos 12 años el crecimiento económico permitió que el desempleo bajara a mínimos históricos de 6%, el gran desafío laboral es el de mejorar la calidad de los empleos.

Por un lado se trata de responder mejor a las expectativas de mujeres y hombres que forman parte de la fuerza de trabajo, lo cual repercute sobre la cohesión social y la gobernabilidad. Pero también es esencial para impulsar la productividad y consolidar el aporte que el mercado laboral puede hacer al crecimiento económico, al promover la demanda y la dinamización de los mercados internos.

Las investigaciones sobre el mercado laboral han confirmado que, en general, las formas de empleo estándar o permanente están mejor remuneradas, mientras que los trabajadores con empleo temporal o informal, a tiempo parcial (la gran mayoría de aquellos que trabajan por su cuenta o los trabajadores familiares no remunerados), son afectados de manera desproporcionada por la pobreza y la exclusión social.

Sin duda que esto plantea un desafío importante. Esta evidencia nos indica que las políticas públicas no deberían concentrarse únicamente en promover la transición desde modalidades de empleo no estables hacia el empleo estándar, a tiempo completo y permanente.  Porque está claro que el mercado laboral real no es aquél que idealizábamos, sino el que vemos actualmente. Complejo, heterogéneo y con diversidad de modelos de contratación. Por lo tanto, será necesario ampliar y desarrollar la normativa y la cobertura de derechos a los trabajadores ocupados en todos los tipos de empleo. Y de esta manera también se hará una contribución clave para aumentar la productividad y generar un crecimiento sostenible.

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Un año difícil para el empleo

Esta situación coloca a los países frente al desafío de repensar las estrategias para impulsar el crecimiento

/ 1 de mayo de 2015 / 07:19

Este 1 de mayo, al celebrar el Día Internacional de los Trabajadores, es importante tener en cuenta que los países de América Latina están frente al desafío impuesto por una desaceleración de la economía que impactará el mercado laboral y colocará presión sobre las tasas de desempleo e informalidad.

Durante las últimas semanas, las mediciones económicas han sido unánimes: las perspectivas de crecimiento se han revisado a la baja y es posible que el promedio regional incluso sea inferior al 1%. Esto ocurre en una región que experimentó un crecimiento sostenido durante más de una década, lo cual contribuyó de forma importante a la reducción de la pobreza, y ayudó a mejorar los indicadores laborales.

La tasa de desempleo en las zonas urbanas, que a comienzos de este siglo estaba en 11%, bajó hasta un mínimo histórico de 6,1% a fines del año pasado. También hubo un moderado descenso de la informalidad y mejoras salariales. Pero es evidente que esta tendencia positiva se ha detenido. Ahora predomina la incertidumbre y el temor de que se reviertan algunos logros alcanzados. Además, no hay que olvidar que el empleo es clave para la reducción de la pobreza y la desigualdad.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que la tasa de desempleo podría subir dos o tres décimas porcentuales este año de la mano de la desaceleración económica. En un mercado laboral en el cual habrá menos creación de nuevos empleos, también es previsible que algunos trabajadores recurran a ocupaciones en condiciones de informalidad. En la actualidad, la tasa de informalidad en la región es de 47%, lo que equivale a 130 millones de trabajadores en empleos que habitualmente implican malas condiciones laborales, desprotección, inestabilidad y falta de derechos.

También será difícil avanzar en el cierre de las brechas de empleo. Aunque las mujeres se han incorporado al trabajo, su tasa de participación es 30% inferior a la de los hombres, y cuando buscan colocarse, enfrentan una desocupación más alta. Los jóvenes también están en desventaja, ya que el 40% de los desempleados tienen entre 15 y 24 años, y tasas de desocupación de dos a cuatro veces mayores que los adultos.

Esta situación coloca a los países frente al desafío de repensar las estrategias para impulsar el crecimiento económico y la transformación productiva. Y ésta es una tarea de grandes dimensiones en la cual tenemos que pensar este 1 de mayo cuando recordemos la gesta de los mártires de Chicago en 1886, quienes lucharon por mejorar las condiciones de trabajo.

No podemos olvidar que, independientemente de cuál sea el comportamiento económico, América Latina necesita crear 50 millones de puestos de trabajo en la próxima década solamente para compensar el crecimiento demográfico. Y esperamos que esos empleos sean formales.

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Un año difícil para el empleo

Esta situación coloca a los países frente al desafío de repensar las estrategias para impulsar el crecimiento

/ 1 de mayo de 2015 / 07:19

Este 1 de mayo, al celebrar el Día Internacional de los Trabajadores, es importante tener en cuenta que los países de América Latina están frente al desafío impuesto por una desaceleración de la economía que impactará el mercado laboral y colocará presión sobre las tasas de desempleo e informalidad.

Durante las últimas semanas, las mediciones económicas han sido unánimes: las perspectivas de crecimiento se han revisado a la baja y es posible que el promedio regional incluso sea inferior al 1%. Esto ocurre en una región que experimentó un crecimiento sostenido durante más de una década, lo cual contribuyó de forma importante a la reducción de la pobreza, y ayudó a mejorar los indicadores laborales.

La tasa de desempleo en las zonas urbanas, que a comienzos de este siglo estaba en 11%, bajó hasta un mínimo histórico de 6,1% a fines del año pasado. También hubo un moderado descenso de la informalidad y mejoras salariales. Pero es evidente que esta tendencia positiva se ha detenido. Ahora predomina la incertidumbre y el temor de que se reviertan algunos logros alcanzados. Además, no hay que olvidar que el empleo es clave para la reducción de la pobreza y la desigualdad.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que la tasa de desempleo podría subir dos o tres décimas porcentuales este año de la mano de la desaceleración económica. En un mercado laboral en el cual habrá menos creación de nuevos empleos, también es previsible que algunos trabajadores recurran a ocupaciones en condiciones de informalidad. En la actualidad, la tasa de informalidad en la región es de 47%, lo que equivale a 130 millones de trabajadores en empleos que habitualmente implican malas condiciones laborales, desprotección, inestabilidad y falta de derechos.

También será difícil avanzar en el cierre de las brechas de empleo. Aunque las mujeres se han incorporado al trabajo, su tasa de participación es 30% inferior a la de los hombres, y cuando buscan colocarse, enfrentan una desocupación más alta. Los jóvenes también están en desventaja, ya que el 40% de los desempleados tienen entre 15 y 24 años, y tasas de desocupación de dos a cuatro veces mayores que los adultos.

Esta situación coloca a los países frente al desafío de repensar las estrategias para impulsar el crecimiento económico y la transformación productiva. Y ésta es una tarea de grandes dimensiones en la cual tenemos que pensar este 1 de mayo cuando recordemos la gesta de los mártires de Chicago en 1886, quienes lucharon por mejorar las condiciones de trabajo.

No podemos olvidar que, independientemente de cuál sea el comportamiento económico, América Latina necesita crear 50 millones de puestos de trabajo en la próxima década solamente para compensar el crecimiento demográfico. Y esperamos que esos empleos sean formales.

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Más y mejores trabajos, pese a todo

La igualdad de género debe ser  un objetivo transversal, presente en todas las políticas y estrategias relacionadas con el mercado  laboral.

/ 15 de marzo de 2015 / 04:00

Durante las últimas dos décadas, unas 50 millones de mujeres de América Latina y el Caribe se incorporaron a la población económicamente activa, en una época de progreso económico y social que redujo la pobreza de manera importante en esta región.

En 1995, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín, consideró la participación en el mercado laboral, un asunto fundamental para avanzar en la igualdad de género. Desde entonces, en los países latinoamericanos y caribeños, los avances han sido importantes, pero aún queda un largo camino por recorrer, tanto en lo que se refiere a la cantidad como a la calidad del trabajo de las mujeres.

Esas 50 millones de mujeres se han incorporado al mercado de trabajo, tanto por el aumento demográfico como por una mejoría en la tasa de participación laboral, que pasó de 45,5% en 1995 a más de 53%, es decir que al menos 120 millones de mujeres trabajan o buscan un trabajo actualmente.

Son muchos los progresos a 20 años de Pekín que pueden apreciarse a simple vista: mujeres presidentas, parlamentarias, juezas, políticas, ministras, alcaldesas y tantas otras que ejercen cargos en los Estados y las empresas. Y por cierto, la inmensa cantidad de mujeres que salimos cada día a nuestros trabajos en América Latina y el Caribe.

Sin embargo, la incorporación al mercado laboral de las mujeres continúa enfrentándose a obstáculos y limitaciones, a pesar de haber alcanzado niveles educativos incluso superiores a los de los hombres, y de los avances legislativos y en materia de política pública logrados en los países de la región.

Dado que la tasa de participación laboral masculina se ha mantenido relativamente estable en torno al 80%, la brecha entre hombres y mujeres se ha acortado en más de 10 puntos porcentuales en 20 años. Pero esa brecha continúa siendo de 30 puntos. Las mujeres son más afectadas por el desempleo: el último Panorama Laboral de OIT señala que el de-sempleo femenino en las zonas urbanas de la región de 7%, es 30% superior al masculino.

Entre los jóvenes la diferencia es aun mayor. Las mujeres jóvenes registran una tasa de desempleo de 17,7% frente a 11,4% de los hombres. Además, de los 20 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, el 70% son mujeres. Las mujeres reciben salarios menores a los de los hombres en igualdad de condiciones y obligaciones.

La informalidad, que normalmente implica precariedad, bajos salarios y malas condiciones laborales, en las mujeres registra una tasa de 50%, 5 puntos porcentuales mayor que la de los hombres. De cada diez empleos disponibles para las mujeres, más de 5 son en la economía sumergida.

Al igual que en el resto del mundo, las mujeres reciben salarios menores a los de los hombres en igualdad de condiciones y obligaciones. Además, existen grupos que se enfrentan a mayores dificultades y discriminación, como mujeres de zonas rurales, indígenas, afrodescendientes, migrantes y aquellas que se desempeñan en el trabajo doméstico, que suponen 15 de cada 100 en esta región.

Estamos frente a una situación estructural y cultural de alta complejidad. La gran mayoría de los países tiene legislación sobre estos temas, pero es necesario revisar y promover su aplicación. Hacen falta estrategias de educación y formación que faciliten el tránsito escuela-trabajo, medidas para impulsar la formalización y la productividad, estímulos al emprendimiento y planes para aumentar la cobertura de seguridad social, que pueden formar parte de una estrategia moderna para reducir las brechas entre mujeres y hombres.

La igualdad de género debe ser un objetivo transversal, presente en todas las políticas y estrategias relacionadas con el mercado laboral. No hay que olvidar que la lucha por la igualdad de género en el trabajo es una cruzada contra estereotipos que son difíciles de vencer.

Conferencia Mundial sobre la Mujer

La cita internacional tuvo lugar en Beijing (China), del 4 al 15 de septiembre de 1995.   La Declaración de Beijing y su Plataforma de Acción fue aprobada en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer por los representantes de 189 países, destaca Naciones Unidas en su sitio web.

La Plataforma es un reflejo del nuevo compromiso internacional por alcanzar las metas de igualdad, desarrollo y paz de las mujeres de todo el mundo. Supone, además, la consolidación de los compromisos adquiridos durante la Década de la Mujer de las Naciones Unidas, 1976-1985, que formó parte de la Conferencia de Nairobi, como también de los compromisos afines adquiridos en el ciclo de conferencias mundiales de las Naciones Unidas celebradas en el decenio de 1990.

Las 12 esferas decisivas de especial preocupación de la Plataforma de Acción son las siguientes:

1. Pobreza

2. Educación y Formación

3. Salud

4. Violencia

5. Conflictos Armados

6. Economía

7. Toma de Decisiones

8. Mecanismos Institucionales

9. Derechos Humanos

10. Medios de Comunicación

11. Medio Ambiente

12. Las Niñas

La Plataforma de Acción define los objetivos estratégicos y explica las medidas que deberán adoptar los gobiernos, la comunidad internacional, las organizaciones no gubernamentales y el sector privado.

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Trabajo forzoso y explotación sexual

/ 24 de agosto de 2014 / 04:00

Una plaga que la sociedad actual no ha podido resolver es la del trabajo forzoso y sus derivados, la explotación sexual comercial, ni más ni menos que versiones modernas de la esclavitud. Son necesarias medidas exhaustivas y con sentido de urgencia para hacer frente a esta tragedia, que también está presente en América Latina. Para avanzar en esta dirección, la OIT aprobó hace pocas semanas un protocolo y una recomendación, dos instrumentos que refuerzan la normativa internacional sobre el combate al trabajo forzoso y que al mismo tiempo son un llamado a los países a actuar con más decisión contra un problema de grandes dimensiones.

Se estima que en el mundo hay 21 millones de seres humanos sometidos a esta forma de opresión, generando ganancias por unos $us 150.000 millones anuales, de los que la mayor parte ($us 99.000 millones) provienen de la explotación sexual comercial.

En América Latina y el Caribe  unas 1,8 millones de personas generan ganancias por $us 12.000 millones a quienes los explotan. Casi el 90% ($us 10.400 millones) deviene de la explotación sexual. Las mayores ganancias provienen de la explotación sexual por su alta demanda, los altos precios que se pagan, la poca inversión de capital y los bajos costos operativos. El negocio lo controlan mafias que se quedan con enormes dividendos.

El trabajo forzoso de tipo doméstico genera $us 500 millones en América Latina y el Caribe, y la explotación laboral en otros sectores, $us 1.000 millones, principalmente en agricultura, construcción, manufacturas, minería y servicios. La “relación de trabajo” suele basarse en coacción, servidumbre por deudas y trata de personas. Estas cifras provienen del informe “Ganancias y pobreza: aspectos económicos del Trabajo Forzoso” presentado en mayo en Ginebra. Los gobiernos y las organizaciones internacionales tienen el reto de redoblar esfuerzos para erradicar esta mácula de la civilización, violación flagrante de los derechos humanos y laborales, convertida en un próspero negocio. Las medidas deben ser respaldadas por procesos de diálogo social que involucren a gobiernos, empleadores y trabajadores.

Detrás de las cifras se esconde un infierno en la vida de millones de personas sin futuro, que sobreviven en pobreza y degradación. Los beneficios obtenidos por los traficantes contrastan con las enormes pérdidas no solo materiales, sino también morales y de integridad física y mental de las víctimas, sus familias y la sociedad en su conjunto. Las víctimas son las más vulnerables de la sociedad, los trabajadores más pobres con menores cualificaciones y sin oportunidades de educación. Las familias que sufren pérdidas imprevistas de ingresos y profundizan su situación de pobreza suelen estar expuestas a esta fatalidad.

El informe indica que el 55% de las víctimas de trabajo forzoso en el mundo son mujeres y niñas, y 44%, los que migraron dentro o fuera de sus países. Es fundamental tener mejores datos sobre la real extensión y la ubicación en cada país, ya que no se cuenta con informaciones nacionales confiables y actualizadas que permitan identificar los factores de riesgo y diseñar estrategias adecuadas.

La OIT exhorta a los Estados a adoptar medidas concretas e inmediatas para abordar con medidas de disuasión las prácticas de trabajo forzoso y trata de seres humanos, incluyendo el fortalecimiento de la legislación, las políticas y las instituciones encargadas de la inspección laboral.

También es clave combatir la impunidad y aplicar medidas para abordar las razones económicas que promueven esta práctica. Se requieren medidas de prevención para los más vulnerables, incluyendo esquemas de protección social frente a la pérdida de ingresos familiares, acceso a la educación y la formación profesional, medidas para favorecer la inclusión social, promoción de la igualdad de género y mejorías en la gobernanza de la migración, entre otras. Debemos recordar que el trabajo forzoso no puede existir en una sociedad moderna.

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