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Diversidad biológica

 El 22 de mayo se celebró el Día Internacional de la Diversidad Biológica, fecha reservada desde 2000 por las Naciones Unidas para promover una mayor comprensión respecto a la importancia de ese fundamental patrimonio, del que depende la supervivencia de todos los seres vivos en el planeta, y que hoy se encuentra seriamente amenazado por las actividades del hombre.

La biodiversidad es el resultado de más de 3.000 millones de años de evolución biológica, y abarca todas las formas de vida y organismos que existen en la Tierra, así como la diversidad genética sobre la que se basa. La estabilidad del medio ambiente depende de ésta última, que constituye la base de la adaptación y el primer eslabón de la cadena de alimentos. No obstante, pese a su importancia, desde la revolución industrial (entre la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX) los seres humanos han ido degradándola de manera exponencial, con actividades perniciosas.

Deterioro que en las últimas décadas ha alcanzado cotas exorbitantes, como consecuencia de la sobreexplotación de los océanos, tierras y la deforestación. La destrucción humana de hábitats, explotados por motivos comerciales o por razones de subsistencia, constituye la mayor amenaza. Por ejemplo, desde los 80, la ONU estima que 154 millones de hectáreas de bosque tropical (la principal reserva de diversidad genética y especies) fueron destruidas. Con una deforestación cercana a las 300 mil hectáreas por año (12 veces la mancha urbana de la ciudad de Santa Cruz), cabe señalar que Bolivia es uno de los países que más contribuye a este fenómeno.

Ahora bien, si a estas actividades se suman los riesgos del cambio climático, existe el peligro de que al menos el 50% de la biodiversidad del planeta se extinga en los próximos 30 años, según advierten los científicos. Pronóstico que aumenta el temor de una escasez alimentaria para las futuras generaciones. En Europa, por ejemplo, se ha extinguido la mitad de todas las razas de animales domésticos y la inmensa mayoría de las variedades locales de plantas que existían a comienzos de siglo.

El principal problema estriba en la incapacidad del sistema económico mundial para asignar un valor a la biodiversidad. Pues hasta hace poco se creía que era una fuente ilimitada de recursos. Sin embargo, el cuadro actual es bien distinto: el de un recurso finito, aunque renovable, con la condición de que sepamos conservarlo y administrarlo sabiamente.

 Urge, en este sentido, adoptar medidas y estrategias comunes para preservar la diversidad biológica, pero no como una pieza de museo, sino como una fuente de desarrollo sostenible. El bienestar de las futuras generaciones y la vida en el planeta tal y como la conocemos depende de ello.