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Geografía de corazón

Antes de sorprender saliéndose de las pantallas fuera de horario, el colega Jaime Iturri echó mano de una metáfora anatómica: “todos tenemos el corazón a un lado del cuerpo”. Días después, agregó que el suyo está a la izquierda, pero que no está afiliado a ningún partido político. Ramón Grimalt, su súbito y efímero contendor, le había reclamado “tener puesta la camiseta”, es decir, no precisamente ostentar el carnet de alguna sigla, sino algo más arriesgado, jugar en un equipo, el del Gobierno actual. Aquella noche, Iturri se limitó a admitir su simpatía por la Justicia, y añadió que aunque un periodista tiene un compromiso con la búsqueda de la verdad y, por ello, debe dar al público “parte y contraparte”, también “toma posición entre lo que está bien y lo que está mal”.

A partir del incidente, quizás los dos minutos y 41 segundos más vistos del programa a lo largo de su existencia, han brotado los doctos abogados del periodismo panfletario. Ahora resulta que como todos “tenemos el corazón” en un sitio definido, lo más aconsejable es mostrarle al público nuestras radiografías para que éste sepa a qué atenerse. Se ha dado por legitimar al reporterismo de trinchera, aquel que sólo muestra una, y la misma, arista de cada fenómeno. Y parecería ahora que el periodista ejemplar es aquel que se mezcla entre la hinchada y hasta se pone a su mando para inventar los mejores estribillos.

Permítanme discrepar. Concuerdo en que ningún ser humano puede existir en sociedad si no ha acumulado primero un buen ramillete de preferencias.

Todos actuamos y producimos el mundo desde nuestras convicciones. Nadie es verazmente equidistante, y no porque desee llevar siempre el agua a su molino, sino porque desde la neutralidad, nada tiene sentido, nada cobra significación. Pero de pensar eso, a luego considerar que los periodistas debemos ser los primeros propagandistas del país, hay un abismo.

Los periodistas, como ha dicho Iturri, tenemos un primer precepto y consiste  en “dar parte y contraparte”. Ese simple mandamiento nos invalida como panfletarios. Quien lleva puesta la camiseta no está en condiciones de ofrecer el micrófono al jugador adversario. Tener el corazón a un lado no impide, y más bien obliga, a que estemos arriesgando constantemente un infarto, oyendo y publicando a quienes perforan nuestra fe. Cuando el periodismo quebranta su obligación de promover el pluralismo, ha dejado en el camino el mayúsculo rasgo de identidad de nuestra profesión: el celo férreo por el ejercicio de la libertad de pensamiento.

Contradigo también a quienes afirman que la objetividad no existe. No sólo existe, sino que funciona y es deseable. Emerge de un lugar donde nadie está de acuerdo con el otro. Cuando eso pasa, resulta indispensable construir una versión de consenso que satisfaga parcialmente todos los pareceres. Se es objetivo cuando se consideran distintas miradas y con ellas se edifica una que refleje medianamente lo visto por muchos. En la sala de redacción de un panfleto jamás hay discusiones, en cambio, en la de un medio plural, habrá siempre agrios debates, pero, al final, un solo fruto compartido, el más objetivo.