¿La electoralización de la política?
En una democracia como la boliviana, todo acto político tiene necesariamente un sentido electoral
Llama la atención que ante la cercanía de las elecciones generales de 2014, los líderes de opinión, políticos, analistas y comunicadores, que fungen como tales, se den a la tarea de analizar los problemas políticos, económicos y sociales del país con la lente de ese suceso venidero. Esta forma de electoralizar los problemas del país no parece más que una actitud malintencionada, debido a que se intenta satanizar algo que simplemente es el resultado natural del tipo de democracia existente en el país.
En efecto, desde el tema del mar, pasando por la construcción del teleférico, hasta las recientes movilizaciones de los trabajadores, tanto los actos del Gobierno como los de la oposición han sido vistos como determinados por intereses electorales. Pero esta forma de tratar los asuntos políticos no hace más que poner en primer plano una verdad demasiado evidente y hasta redundante de la forma de ser de la democracia, por lo que ese tratamiento de la política y lo político no denota más que una pretensión amarillista y hasta morbosa.
En una democracia como la boliviana, que no es excluyente de la que existe en la región, todo acto político tiene necesariamente un sentido electoral. Porque la democracia es una democracia electoral o una democracia cuya continuidad ha venido dependiendo de la celebración de elecciones; aquí, en Brasil, Chile, Argentina, Ecuador, México, etc. Incluso en su forma directa y participativa, la democracia es esencialmente electoral, ya que los temas controversiales que dependen de la realización de una consulta popular se solucionan en la arena electoral; es decir, en el terreno en el cual no existen mayores opciones que votar por cuestiones ya definidas o abstenerse.
Además, en las condiciones de la democracia electoral, los partidos políticos tienen como función y fin principal ganar elecciones. Que se les quiera atribuir un papel más espiritual, trascendentalmente educador y formador de cuadros ideológicos constituye ya una discusión acerca de su deber ser, e incluso de un pasado histórico que resulta inadecuado a la democracia regida por el principio: “un ciudadano un voto”. Es más, dada la posibilidad de alternancia en el poder, a los partidos no les interesa constituir otro tipo de democracia, por eso no se dan a la tarea de cuestionarla, pues ellos constituyen la razón de ser de su carácter representativo. Esto hace también de su primordial interés, generar una clientela electoral a partir de acciones, de acuerdo con lo cual los partidos no han podido ser más de lo que realmente son: cazadores de votos, de cargos políticos y de poder.
Por ello, quienes se han dado a la tarea de analizar el funcionamiento real de la democracia electoral establecen que la campaña electoral comienza justo en el momento en el cual el nuevo presidente o presidenta asume el cargo. Por esto, que los asuntos políticos sean vistos como determinados por pretensiones electorales no es más que redundar sobre la forma de ser de la democracia, cuya condición hace inevitable esa determinación. Y esto a pesar de la presencia de un gobierno que poniendo a funcionar un gran aparato discursivo-ideológico del cambio no ha alterado el sentido de la democracia vigente desde 1982.
Por tanto, aquellos que creen sacar de la oscuridad los intereses políticos de fondo, presentándolos como un gran descubrimiento, juegan a los grandes inventores del aire, por lo que su tratamiento del hecho como un fenómeno inusual, espectacular e incluso malsano lleva otros intereses o la simple lógica del protagonismo analítico, ya que su denuncia carece de valor, y el valor de su crítica radica simplemente en decir algo que se supone evidente.