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O mais grande

Es muy citada aquella respuesta guillotina que vertió Dilma, la presidenta brasilera, ante el comentario alarde de su colega Cristina: “El Papa es argentino”. “Sí”, fue la respuesta, “pero Dios es brasilero”! Al margen de la soberbia respuesta de la sucesora de Lula, es evidente que Brasil —sin ser de otro mundo, aunque es BRIC (potencias emergentes: Brasil, Rusia, India, China)— es y será cada vez más importante para el futuro del continente y, por ende, para el destino de Bolivia.  

En los últimos días, tuve la suerte de escuchar a varios colegas latinoamericanos en eventos académicos en La Paz, Buenos Aires y Lima, y la mayoría incide en la innegable importancia de Brasil. Es, para América Latina, lo que significa China para la economía mundial (sentenció Gustavo Fernández en un evento del PIEB) es presente y futuro, y del tipo de vínculo con Brasil dependerá la viabilidad de cualquier modelo de desarrollo nacional.  

En Buenos Aires, Fernando Calderón no dejaba de aplaudir el tenor del discurso de Lula al recibir, hace unos días, el nombramiento de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín. Fue una cátedra sobre la integración regional, una apuesta por América Latina como parte central del proyecto geopolítico de Brasil, un país convertido en actor relevante en la globalización. No se trata solamente de un cálculo mercantil, es un proyecto cultural que pretende recuperar el tiempo perdido de la integración latinoamericana. Y así como la modernidad tiene una cara instrumental y un rostro sustantivo, también en la globalización se pueden impulsar procesos de integración que privilegien la sociedad, no el mercado. Lais Abramo, investigadora brasilera, contó que Lula decepcionó a muchos cuando cerró su primer mensaje presidencial aparentemente con una promesa: “al concluir mi gestión, espero que todos mis compatriotas tengan diariamente desayuno, almuerzo y cena”. Diez años después, su país es la octava economía mundial, más de 20 millones de brasileros salieron de la pobreza extrema y Lula es un actor político influyente en el planeta. Y es amigo de Bolivia.

Para explicar el éxito de Brasil, el sociólogo chileno Manuel Antonio Garretón (en un seminario organizado por la Cancillería peruana) destacó que existen tres vías para encarar los problemas del presente: societal, estatal y política. En los países latinoamericanos, una de ellas predomina sobre las demás; entonces, se producen rezagos o crisis. Por ejemplo, en Chile prevalece la dominación estatal; en Bolivia, la movilización social; y en Venezuela,  la polarización política. Por eso sus gobiernos enfrentan trabas. Solamente en el caso de Brasil se produjo una articulación virtuosa de las tres vías. Ese camino explica el éxito del modelo brasilero y es el secreto de Lula. Y él es amigo de Bolivia.

Por ejemplo, la noche de su reelección en octubre de 2006, con los antecedentes del debate con su rival que quiso cosechar votos criticando la supuesta debilidad de la reacción brasilera frente a la nacionalización decretada por el gobierno de Evo Morales, Lula declaró: “Ustedes percibieron que había un problema con Bolivia y que había gente que creía que yo debía ser duro con Bolivia. Pues anoche llegamos a un acuerdo. ¿Para qué pelear si puedo tener una buena negociación? Yo nací así en la política”. Así es, Lula nació y se formó en el mundo sindical, lo que le permitió asimilar una cultura de negociación que le sirvió para trazar un proyecto político hegemónico con consecuencias positivas para su país. En la actualidad sigue cumpliendo un papel decisivo en la política latinoamericana. Seguir sus pasos es un imperativo para conocer la ruta de Brasil e indagar esa ruta es un imperativo para reflexionar sobre nuestro futuro.