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Redes y libertad de opinión

Las redes sociales son una revolución tan grande en la comunicación social como el surgimiento del papel periódico, pero, a diferencia de este último, más democrática aún porque puede llegar desde muchos a otros muchos más (comunicación viral) y, a la vez, ser reconstruida cuando cada nuevo participante recibe y le agrega su aporte.

En las redes no hay distancia, no hay tiempo y casi nunca puede haber censura. Por citar sólo dos ejemplos, recordemos cuando los gobiernos de Ben Ali, en Túnez, y de Mubarak, en Egipto, en 2011 prohibieron el uso de internet y los teléfonos móviles, para impedir la propagación de los movimientos de protesta que, al final, los derrocaron.

Y así como en la primavera árabe,  que desde 2010 aún no acaba (Siria se desangra), para muchos movimientos contestatarios recientes las redes sociales son su vehículo de convocatoria y orientación, habitualmente a través de los smartphones que usan los jóvenes. Los movimientos 15-M en España, el estadounidense Occupy Wall Street, las huelgas en China en 2011 y el #Yosoy132 mexicano, entre otros, han canalizado muchas de sus energías por las redes.

Toda esta paráfrasis era para hablar de la libertad de opinión, uno de los principales derechos humanos. En un momento histórico cuando existen gobiernos (de izquierda y de derecha) y sociedades que tratan de tener el control (directo o indirecto) del acceso de la población a la información, cada vez más las redes sociales son una vía fundamental para participar y opinar, a pesar de los intentos extremos por bloquear el acceso a internet o cortar las redes de telefonía móvil. Pero, a la vez y como posible consecuencia de su dinámica, pueden ser un vehículo de rumores, falsedades, tergiversaciones, ofensas y agravios; o peor aún, defensas de posiciones totalitarias y de violencia (nunca, por suerte, he encontrado promoción de la pederastia o la esclavitud en cualquiera de sus formas).

Traeré dos ejemplos. En días pasados, en un foro de la red LinkedIn, un participante hacía promoción y defensa de “democracias” donde todo el poder (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, yo agrego Electoral, si lo hubiera) estaría en manos del triunfador: un modelo totalitario defendido como “democracia”, cuando es la antítesis de ella.

Otro ejemplo es la apología de la violencia y la confrontación, la devaluación del diálogo y el consenso que permean las redes sociales en Venezuela y ahondan la crisis de un país fracturado y con cada vez (si los hubiera) menos espacios de confluencia y mesura.

Nunca apoyaré la censura previa, porque la mejor intencionada puede llevar a vivir en Un mundo feliz de Huxley; y la peor, en el de 1984 de Orwell… dos mundos que no quisiéramos. Por ello me inclino al debate, y si alguien insiste en imponerse sin debatir (atacar), pues la comunidad (el conjunto de usuarios de esa red) sabrá evaluarlo.

Digo, como Mandela, que en democracia todo hombre tiene derecho a ser oído.