Snowball y Snowden
Orwell supo leer el peligro de las burocracias que terminan convirtiéndose en sociedades autoritarias

George Orwell fue un hombre de su tiempo que supo ver más allá de su época. Luchador contra el autoritarismo, viajó a la España republicana para luchar contra el golpe de Estado de Francisco Franco. De ahí su vibrante Homenaje a Cataluña, en el que se declara simpatizante del trotskismo.
Pero fue en la ficción en la que Orwell se convierte en un visionario. Primero lo hará con su Rebelión en la granja, donde caricaturiza a la burocracia soviética a través del cerdito Napoleón y los suyos, que terminan convirtiéndose en humanos. En esa obra, León Trotsky aparece retratado como Snowball, que tiene que salir huyendo por las maniobras de Stalin. Igual de importante fue Animal Farms (1945), obra sobre un Estado totalitario, que en 1984 se apodera del control de la intimidad de todos los ciudadanos, a través de un Gran Hermano.
Lo irónico es que la novela no ve ya a la sociedad soviética, sino a la capitalista, tal como acaba de suceder en el ejemplo de la intervención estadounidense en la comunicación de millones de sus ciudadanos, contraviniendo así su propia constitución, en nombre de una seguridad nacional que parecería justificarlo todo. Y fíjense lo curioso de que un hombre cuyo apellido es Snowden haya sido quien mostró al mundo cómo se espía a los ciudadanos gringos. Es, claro, sólo una curiosa coincidencia.
Orwell supo leer el peligro de las burocracias que terminan convirtiéndose en sociedades autoritarias y antidemocráticas, atacando así la base misma de la sociedad y sus principios. Como en Rebelión en la granja, donde entre los principios de los rebeldes figuraban leyes como las de “ningún animal dormirá en una cama” a la que las manos del poder aumentaron “sin sábanas”; o la de “ningún animal beberá alcohol”, frase que luego se completó con el aditamento de “en exceso”, la irrupción en las comunicaciones privadas de millones de personas rompe el derecho a la privacidad bajo argucias legales que violan la esencia de las leyes. Incluso para las escuchas telefónicas en el pasado se requería una orden de un juez competente, quien debía velar que se respetaran los derechos de los ciudadanos que se rigen por un hermoso manifiesto que comienza con las palabras “nosotros el pueblo…”.
Pero en el espionaje actual denunciado por Edmon Snowden no hay juez visible, sólo la voluntad de un grupo de burócratas enloquecidos porque su pega siga existiendo, aunque los padres de la Constitución estadounidense deban revolcarse en sus tumbas.