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Civismo opulento

El jueves asistí a un concierto de Sting, el famoso cantante de los años 80. Todos mis recuerdos, así hubiera tenido cerca de 40 años en esa época, regresaron de inmediato; lo más impresionante fue que la calidad de su voz y su vitalidad eran los mismos, 30 años después. Acá en Chicago hay acceso a toda clase de eventos y espectáculos como los del parque Ravinia, conocido como el más importante centro de festivales musicales de EEUU.

Por un precio igual a la décima parte de lo que se tendría que pagar en cualquier parte del mundo, asistimos, todos los adultos de la familia, con una mesita, asientos portátiles, refrigerador, bocados deliciosos, vinos y champán. Llegamos temprano en ese día despejado de primavera, nos acomodamos próximos al escenario, y vimos desfilar cerca de 20.000 personas dotadas, como no-    sotros, de todos los avíos para pasar una tarde memorable. La educación era asombrosa, el trato totalmente amigable y confiado, la conversación de grupo a grupo alegremente educada, mientras compartíamos inclusive bocados selectos. Cabe imaginar a 20.000 personas con alcohol, absolutamente silenciosos y respetuosos del lugar y de “el otro”, como diría Humberto Maturana en lo que él denominaría un acto de amor (= conversación – prejuicio) o “la aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia”.

Todo el mundo gozó intensamente el espectáculo y del intercambio amable y constructivo con sus vecinos desconocidos. La sensación de seguridad era impresionante, y cuando el concierto terminó en una lluvia de aplausos, todo el mundo colocó sus residuos, sin dejar una hebra, en depósitos especiales. Todos desfilamos ordenadamente hacia los trenes que esperaban en fila para las diferentes direcciones. Por cierto, Chicago es una de las pocas ciudades norteamericanas que, como en Europa, tiene una amplia red de ferrocarril de vecindades.

Una vez que un pueblo ha conquistado la Efluent Society de Galbraith, y por el costo de la vivienda y los impuestos a la propiedad, se autosegrega, se llega al extraño ideal filosófico de La República de Platón, con un nivel de vida que ni siquiera Alejandro Magno llegó siquiera a soñar. Una sociedad que en nada escatima, y que consume sólo lo mejor, desde BMW de alta serie hasta vinos de chateau y los saben apreciar. Extremadamente refinados en la cocina, y con una conversación global inteligente como la que se encontraría en Berlín. Inimaginable desde el estereotipo que tenemos de los norteamericanos de clase media.

Es una lástima que este nivel de educación y de vida sea totalmente insostenible en nuestro pobre planeta y aun dentro de EEUU. En la práctica, los estadounidenses promedio lo desconocen y apenas pueden imaginarlo por algunas películas que parecen irreales. La palabra confianza adquiere una connotación esotérica.